martes, 30 de diciembre de 2008

INTENTANDO ESCRIBIR

He escuchado decir que el escritor nace del silencio y de la soledad; escuchar lo que la mente y el corazón dicen no es tarea fácil entre el bullicio y la multitud. Intento escribir de nuevo en esta habitación iluminada y escandalosa donde tiempo a, mis primeros intentos de poesía nacieron a deshoras. Mamá me habla y he olvidado la frase que seguía; se fue al olvido. Tampoco entiendo que me ha dicho, pero a todo le dije que si para no perder el hilo de lo que escribía. Aun así lo perdí. No me puedo concentrar en dos cosas a la vez, no cuando escribo.

Esta habitación tiene ventanales grandes y puertas de más, por eso hay exceso de luz y de ruidos. La luz me despierta a las ocho de la mañana que es el momento justo cuando el sol entra en la habitación y da directo a mi cara. Cierra las persianas, ella me dice cada noche, pero yo nunca le hago caso.

Por las ventanas de adelante escucho el ruido de los carros y motos al pasar y ocasionalmente, los de los inevitables camiones que dejan negra mi ciudad blanca. Por las de atrás, escucho el ruido de los pájaros; el aletear repentino de un pájaro que emprendió el vuelo, diferentes melodías y berreos (sí, algunos pájaros berrean, no cantan), alguno seguro llama a su pareja; me suena romántico su piar. Me pregunto cuánto pájaro distinto habrá en el patio que se ve a través de dos de las ventanas de mi habitación. ¿Será que no se cansan de cantar? El sonido trasero de los pájaros de repente se opaca con el sonido de una campana de vaca lechera que anuncia la venta de helados. Hay elote, coco y chocolate, grita el señor del puesto ambulante y vuelve a agitar la campanita después de su estribillo.

Camionetas del mercado que se destartalan a su paso con altoparlantes de calidad dudosa anuncian las muy improbables mejores ofertas del día. Mamá hace ruidos por toda la casa. Me pregunto qué tanto hace, pero no voy a ver. Intento escribir. Un hombre de voz ronca empieza a cantar en francés algo que parece jazz. El volumen está muy alto por lo que dejo de escuchar a mamá. Mis piernas se empiezan a mover al ritmo de la música sin darme cuenta. Me fascina como suena el francés, más si la música es movida. Oigo el ruido de las patitas de Freesia , mi perrita, cuando se acerca hacia mi cuarto. No pasa desapercibida. Cuando me ve, se acerca a mí, me da lengüetazos para saludarme y mueve incesantemente su rabito (O lo que queda de él). Me da la idea que va a volar de tan rápido que lo mueve. No puedo evitar besuquearla.

Mamá viene con una charola de desayuno. Me pregunto si hace un rato me habló del desayuno. Yo ya comí, pero sonrío y acepto convenientemente para no herir susceptibilidades. El afilador silba esa flauta poco común (que te deja saber que es el afilador quien pasa) y las dos nos sacudimos la ropa automáticamente para ahuyentar las malas vibras y la mala suerte. Luego, me pregunto si tendrá sentido hacerlo cuando uno ya se encuentra salado. La bruja dice tengo mala suerte, que me la quita con una limpia que vale dos mil pesos, pero yo no sé si creerle. Tampoco sé si cerrar el exceso de ventanas y puertas de esta habitación para que yo pueda dormir hasta tarde y que en la tranquilidad y el silencio de mi despertar pueda convertirme en escritora, o por lo menos, en mis sueños. Quizá hoy ya no sirva de mucho hacer nada porque con tantas distracciones olvidé por completo de qué quería escribir...