miércoles, 16 de noviembre de 2011

CORAZON DE POLLO

El aguacate esta de promoción. Esa es una razón suficiente y poderosa para que yo parase en el Subway que está camino a casa. Pedí un sandwichito de atún, con mucho aguacate. ¡Uno grande, por favor, one foot long!, le dije. Extrañamente ese día no tenía prisa alguna, por eso lo saboreé lentamente, mientras miraba sentada el tráfico amenazante que me esperaba al salir de ahí. Es tan fácil ser feliz cuando uno come: ¡Barriga llena, corazón super contento!



Alcancé a comer la mitad de aquel emparedado, lo que me obligo a permanecer más tiempo sentada de lo que había planeado. Había un misterio que yo no conocía, un misterio estaba a punto de develarse. Un hombre de mediana edad, de aspecto enfermizo y ojos desorbitados cruzo la puerta. Pregunto si alguien hablaba español, pero el dependiente de la tienda, de acento árabe, dijo que no. Yo, no dude en entrometerme, por lo que le ofrecí mi ayuda para que pudiera ordenar.



En dos minutos me contó su historia: que acababa de salir del hospital, que llevaba rato caminado, que tenía mucha hambre y sed y no tenía dinero para pagar. Toda la felicidad de mi corazón se vio ennegrecida y opacada cuando lo vi llorar. Brotaron lágrimas de sus ojos que lucieron aún más desorbitados que al principio. Me hablaba con desespero y angustia. Mi corazón se compungió, me sentía llorar junto con él: ¿Cómo podía yo estar tan feliz y tan llena, mientras alguien era tan miserable por tener el estómago vacío? Por momentos mientras me hablaba, sentí un ligero aliento alcohólico. Pero eso no me detuvo a ordenar otro sándwich grande para él. Me partió el alma verlo beber la soda con tanta rapidez. Presiento que aquél hombre mintió en parte de su historia, pero de una cosa pude estar segura: el pobre tenía hambre y estaba desesperado, su llanto le salió del alma. Y yo tengo el corazón de suficientemente de pollo, para que no me importe si su historia era inventada o no. 



Sentí que no sólo era hambre en el estomago lo que él tenía,  sino también hambre en el corazón. Recordé el versículo cuatro, del capítulo cuatro de Mateo: "No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios". Por eso le conté un poquito de Dios cuando me preguntó porque hacía todo eso por él;  le pedí que nunca desconfiara de la providencia del Señor.  Deseó que sus hijas fueran como yo y el corazón se me hizo mierda un poco más. Sentí pena por él y por sus hijas. Nunca nadie debería de penar así, mucho menos sí se tiene hijos. Pensé en mis padres y pedí porque ellos nunca tuvieran que pasar por una situación así. No es tan difícil lo que Dios espera de nosotros, creo yo. El cuarto mandamiento es claro: “Honra a tu padre y a tu madre, para que se prolonguen tus días sobre la tierra que el Señor, tu Dios, te va a dar” (Ex 20, 12). El hombre nunca debería abandonar a sus padres.



“Ser hombre, significa ser con los demás” y de acuerdo a Joseph Gevaert “en su significado más profundo y genuino, significa que el hombre no está nunca solo”. Es verdad que la definición del hombre debe basarse en cuanto a su relación con otros hombres, pero no en el sentido físico de estar acompañado o no, si no en cuanto a su capacidad de darse a los demás para dar y recibir amor. Dar amor nos dignifica como seres humanos y al mismo tiempo nos hace dignificar a los que nos rodean al recibir recíprocamente de ellos el amor que nosotros mismos les entregamos.



Aquél hombre zigzagueante siguió su camino con su sándwich en la mano. Yo seguí el mío, mientras lo veía hacerse chiquito por el espejo retrovisor. Yo sabía que tal vez al día siguiente él no se acordaría de mí, aun así yo esa noche recé por él. Lloré un poco su tristeza. Esperé que al menos se acordara del mensaje de Dios y se aferrara a Él. Al día siguiente me comí el sándwich con aguacate que me había sobrado el día anterior. Me supo mucho mejor.  Poco después decidí contar la historia que me hizo aceptar que soy una buena samaritana con corazón de pollo y confirmar la frase con la que firmo todos mis e-mails: La grandeza del alma radica en el amor que procuramos a las criaturas de Dios. Decidí contar la historia  de aquel hombre de ojos desorbitados y tristeza en el alma que me permitió entender lo que significa ser con los demás.