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miércoles, 11 de enero de 2012

EL MAYOR


Probablemente, seas tú el más curioso y el más atento al preguntarme por qué he llegado con las manos y la ropa llenas de manchas azules y después de que te cuente, te rías con esa risa burlona que sueles tener. Te respondo incluso antes de que nos veamos porque hay algo que quiero contarte y tarde o temprano, sé que estas letras llegarán a ti.

La voz poco entendible de una aeromoza a través de las bocinas del avión me obligó a apagar todo artículo electrónico porque el aterrizaje ya estaba próximo. No dudé en sacar un pedazo de papel y una pluma que robé de un mostrador de la aerolínea para contarte lo que había estado pensando acerca de ti. Sorpresa fue la mía cuando, no sé si por la desesperación o la emoción de las ideas que últimamente habían escaseado, la tinta salió intempestivamente, como una eyaculación precoz, antes de que me dé tiempo de plasmarla en palabras y con algo de coherencia en mi papel. Es así como me vi amarrada a una silla de avión, con un cinturón de seguridad que resultaría inútil en dado caso de necesitarse y quepoco podría hacer por mí si el avión llegase a estrellarse, y con tinta azul por todos lados; en las manos, la ropa y la mesita del avión. En todos lados menos en las hojas donde aquella tinta estaba destinada a escribir de ti.

Durante aquel siniestro aterrizaje, medité acerca de dos cosas importantes de esta vida que quiero compartirte y una anotación de la que más adelante encontrarás relación con todo esto que quiero decirte. Punto número uno: en este mundo, ya no se puede confiar en nada ni en nadie. ¡No es posible que hasta las cosas robadas vengan malas! Punto número dos: cuando viajes en un avión a 35 000 pies de altura, evita usar de esas plumas “baratonas”, se estallan. Mi fatídica anotación es que soy un desastre total o al menos, ejerzo una atracción fatal hacia el desastre, aunque eso no resulta ser un gran descubrimiento, y creo que especialmente tú siempre lo has sabido bien.

Volviendo al tema del que se trata todo este asunto: tu. Partamos del hecho que tú de niño fuiste medio bribón, bandido y pillo. Nunca fuiste buscapleitos pero sin duda alguna, no fuiste tampoco mediador y mucho menos, pacifista. No le tenías miedo a los pleitos, sigues sin tenerlo. Siempre elevaste con orgullo tu puño derecho a quien te provocaba, aunque algunas veces por tu corta estatura llevaras las de perder. Aún así, no recuerdo haberte visto nunca mal herido por un pleito callejero o estudiantil.

No está bien que lo diga, pero debo confesar que tu carácter peleonero, aunque hizo que en muchas ocasiones tú y yo peleáramos, me satisfizo en algunas otras, me dio calma, seguridad. Nunca te he dicho que resultó fascinantemente conveniente tener un hermano mayor con esas características, en las épocas de adolescencia cuando, probablemente y precisamente por la edad, el imán para meterme en problemas ejercía su mayor atracción. Yo era atrevida, imprudente, impulsiva, irrespetuosa; una muy mala combinación con el kilo de hormonas inquietas que la pubertad trajo consigo.

Yo me sentía orgullosa de tener un hermano mayor que estaba ahí para protegerme, de saberme segura que nadie me haría nada porque tú estabas ahí. Siempre que estoy contigo me siento así. Mis queridos amigos Andrés Broca y Janer Cobián, los chicos más altos de la escuela a los que recuerdo con tanto cariño fraternal, fueron la altura que a ti te hacía falta para encargarte de que
tu hermana, la revoltosa, estuviera siempre a salvo.Dios sabe bien y yo fui testigo que aquel instinto protector que ustedes tuvieron conmigo fue un perro rabioso que muchas veces ladró, pero que nunca tuvo que morder, o por lo menos morder fuerte, para mantenerme integra.

Quizá he madurado lo justo porque ahora no espero, ni deseo que le rompas a nadie la cara, ni amenaces en mi nombre, ni tenerte como guardaespaldas cada que esté en problemas, al menos…que fuera realmente y extremadamente necesario.

Necesario, como el otro día que me metí en aprietos por gritarle a unos niños negritos y decirles que les rompería la madre si no dejaban de patear a los patos del lago y de pegarles con un palo. Quiero que sepas que ese día cuando la imprudencia reinó de nuevo en mí como antaño, día del que quizá te cuente con más detalles en otro escrito, en otro tiempo, en otras circunstancias o en otro vuelo menos adverso, deseé que hubieras estado ahí conmigo, que todavía viviéramos en la misma ciudad, que vivieras cerca de mí para haber podido llamarte y que fueras a salvarme. Ese día descubrí que, sin importar cuántos años pasen o el grado de mi madurez, siempre seguiré metiéndome en problemas (¡Es mi naturaleza!) y cuando este en ellos, pensare en ti y añoraré al hermano mayor de aquellos tiempos cuando éramos chamacos, que siempre acudió a mi rescate y que estuvo ahí para defenderme a capa y espada de lo que fuera, sin dudarlo tan siquiera un solo instante.

Finalmente, después de dos largos vuelos (el segundo menos desastroso y más prolífero que el primero) estoy de nuevo aquí. Espero que se te haya quitado ese mal vicio de llegar tarde a todos
lados porque a mí no se me ha quitado el mío de meterme en problemas cuando no tengo nada que hacer. Te veo pronto.

Con amor,

Tú hermana la revoltosa.

jueves, 11 de noviembre de 2010

AL VOLANTE


Espinoza-Paz empieza a hablarme con voz queda, con un dejo de enfado, con lentitud; cuando la música comienza, me manda al diablo con la calma que no amerita el caso, dice que ya no soy su otra mitad. Luego, El chapo de Sinaloa, con esa voz extraña que lo caracteriza, canta en mis oídos palabras lascivas e impropias que en un momento dado me hubieren hecho sonrojar. Yo hago coro con el volumen al máximo para que mi voz se funda, o debo decir más bien se confunda, entre esas voces masculinas que pienso, me cantan a mí. Llevo las ventanas abiertas para que mis berridos se pierdan al aire y porque en cierto modo malicioso, disfruto mostrarle al mundo que me importa un bledo si mi música les parece displicente. Mi pie, sobre el acelerador, lleva la batuta al ritmo de las canciones norteñas.

Me considero una buena persona, excepto cuando manejo. De algo tengo la certeza en este mundo: Si cuando muera voy al infierno, será por mi manera de conducir. Es impensable, no hay cabida para la bondad en mí mientras conduzco. Cómo sería eso posible si todos los días hay algún idiota al que se le ocurre chocar y alentar el tráfico para los que venimos detrás o hay algún zopenco que por estar “chateando” en su celular o distraído con alguna otra cosa, nos hace perder la luz verde, o peor aún, cambia de carril sin intención. Cómo imponer la inalterabilidad de las emociones, si nunca falta el imbécil que decide manejar despacio en la vía de alta velocidad o que decide doblar, sin avisar. “El problema de los pendejos es que son muchos”, me decía confiadamente el maestro Germán, sin pensar que algún día citaría sus sabias palabras entre comillas y a él como el autor.

No es paciencia lo que falta en la vía que considero mi pista de carreras, es que sobra la estupidez en sus calles; es que el tiempo resulta invariablemente medido, por no decir exacto, mientras manejo a una velocidad constante que necesita ser rápida para llegar a tiempo. Es el demonio que pareciera apoderarse de mí al momento que mis manos se posan en el precioso y brillante volante del automóvil: un demonio que no me deja ceder nunca el paso; que me obliga a rebasar con zigzagueos constantes; que me hace recordar la vasta lista de palabrotas ordinarias, impúdicas y pendencieras que me sé; que me hace olvidar a la buena cristiana, que cuando estoy fuera del automóvil, intento ser. Un demonio que la colgante crucecita de San Benedicto de mi moderno celular bebería exorcizar, a como dé lugar.

Creo que Bart Simpson, aunque de filosofía poco profunda, siempre resultó un personaje sensato: “La última esperanza de un bribón, es la fe”. Puede que Bart tuviera razón. Por eso, pienso que debería tomar algunas precauciones como usar un escapulario ya que promete al devoto mariano corta estadía en el purgatorio después de morir; pienso que debería encomendarme a San Cristóbal porque aunque no soy camionera, manejo como tal; sobre todo, pienso que debería no sólo rezar de vez en vez el rosario que cuelga en mi espejo retrovisor, si no entender que no está ahí nada más para adornar.

No soy una buena persona mientras manejo, excepto en los meses de noviembre. Noviembre con su clima benévolo que no da ni frío, ni calor si no sólo una brisa suave y apacible que relaja y acaricia hasta mi alma, me hace sentir una mujer diferente; me hace sentir que puedo ser una buena ciudadana, ejemplo de una conductora modelo. No es el oficial con su pistola de radar, si no el céfiro de noviembre lo que me hace bajar la velocidad, lo que me hace no sentir esa prisa por llegar de primero o de estar tarde. Es el mes de noviembre cuando me lleno de calma que le doy un respiro a mis pobres compañeros de ruta; cuando deseo que todos los meses fueran como éste para no ser más un producto del ímpetu y la adicción a la adrenalina y la velocidad.

En noviembre cuando manejo sin prisas, cuando canto desentonada y mi pie no sigue el ritmo acelerado de las bandas musicales norteñas, agradezco a mi ángel de la guarda que siempre vuela a mi paso presuroso y se excede, junto conmigo, los límites de velocidad para no desampararme. Toco madera tres veces y doy gracias de estar siempre protegida sea el mes que fuera, sin importar lo atrevido de mis actos al volante y sobre todo, sin importar que a veces resulto no ser siempre la buena persona que debiera.

jueves, 22 de abril de 2010

YO CONFIO EN TI



Mamá escribe y cuando lo hace y yo la leo en silencio, pero con prisa, atropelladamente; con ese sentido de urgencia que siempre me hace ir más rápido de lo que yo debiera. Una premura que resulta sin sentido cuando me doy cuenta que al fin y al cabo, no ganaré ninguna carrera, ni siquiera aquella contra el tiempo. “Misioneros de la Divina Misericordia”, leo su título de nuevo y me reprimo a mi misma: Las cosas de Dios no pueden ser así…necesito calma para poder escuchar lo que Dios tiene que decirme.

Yo leo a mamá y me siento pequeña de nuevo cuando descubro lo grande que es ella, especialmente cuando escribe, cuando pienso que nunca lo haré como ella y que plasma sus palabras de manera majestuosa, en un modo que mi mente jamás concibió, ni concebirá. Dios le habla y ella escucha, por eso escribe. Tiene espíritu grande que no encaja con la talla de sus pequeños zapatos y la talla de su ropa petitte, así es mamá: pequeña y al mismo tiempo grande, muy grande. Y pienso que Dios no sólo es maravilloso y que tiene que ser un tipo “cool”, sino que además me quiere mucho porque no importa a qué destino me lleve mi alma errante y viajera, Él siempre rodea mi vida de ángeles protectores y extraordinarios, aunque Él me hable de mil maneras y yo no siempre lo escuche, al menos no como lo hace mamá.

Hoy le hago caso al tipo ‘cool’ después de leer a mamá y pienso que quiere que gritemos juntas lo infinito de su misericordia. Confieso que no se cómo hacerlo. Me vienen a la mente de manera repetida las últimas palabras de Jesucristo antes de entregar su espíritu: Eloí, Eloí, ¿lama sabajtaní? Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has abandonado? La oveja misericordiosa invoca a su padre en sus últimos momentos terrenales. La oveja sufre, pero sabe bien que su muerte tiene un propósito magno: nuestra salvación. ¿Quién aguantara tanto dolor? Sólo Él, ese Cristo de amor, ese Cristo de misericordia. Entonces, deseo con tantas ansias que su misericordia llegue a todos los corazones. Pienso que de este modo Él no tendrá que volver a sufrir así. Ni Él, ni nadie.

Busco respuestas. Abro mi biblia y encuentro imágenes del Cristo de la misericordia que no recordaba estuvieran ahí, con varias líneas subrayadas: “Yo soy el Amor y la Misericordia. Cuando un alma se acerca a Mí con confianza, la colmo con tal abundancia de gracia que ella no puede contenerlas en sí misma, sino que las irradia sobre otras almas. Has de saber que cualquier cosa buena que hagas a cualquier alma, la acojo como si la hubieras hecho a Mí Mismo. Bienaventurados los misericordiosos porque ellos alcanzan la misericordia”.

También encuentro este poema de autor desconocido que, como acto misericordioso, prometo compartir con la colombiana desesperada que parece actuar influenciada por el café (o por algo aun peor) y que cada que visita la tienda compra 30 o 40 rosarios y me hace sentir, con su desespero, que no le ha caído el veinte del verdadero mensaje de Dios.

El poema…

¿Por qué te confundes y te agitas ante los problemas de la vida? Cuando hayas hecho todo lo que esté en tus manos para tratar de solucionarlos, déjame el resto a Mí.

Si te abandonas en Mí, todo se resolverá con tranquilidad según mis designios.

No te desesperes, no me dirijas una oración agitada como si quisieras exigirme el cumplimiento de tu deseo. Cierra los ojos del alma y dime con calma: Jesús, yo confío en Ti

Evita las preocupaciones y angustias, y los pensamientos sobre lo que pueda suceder después.

No estropees mis planes queriéndome imponer tus ideas. Déjame ser Dios y actuar con libertad.

Abandónate confiadamente en Mí. Reposa en Mí y deja en mis manos tu futuro.
Dime frecuentemente: Jesús, yo confío en Ti

Y no seas como el paciente que le pide al médico que lo cure pero le sugiere el modo de hacerlo.

Déjate llevar en mis manos. No tengas miedo…Yo te amo.

Si crees que las cosas empeoraron, o se complican a pesar de tu oración, sigue confiando, cierra los ojos del alma y confía. Continúa diciéndome a todas horas: Jesús, yo confío en Ti

Necesito las manos libres para obrar. No me ates con tus preocupaciones inútiles.
Confía solo en Mí, abandónate en Mí. Así que no te preocupes, echa en Mí todas las angustias y duerme tranquilamente. Dime siempre: Jesús, yo confío en Ti

Y verás grandes milagros, te lo prometo por mi amor.

Después de leer, decido dejar de subastar mi alma por e-Bay y se la encomiendo a Dios, estando segura que es Él el mejor postor. Oprimo en mi pecho la cartera. Más que por el billete, lo hago tratando de abrazar al Cristo que está dentro de ella. Es el de la misericordia, mi favorito. Y sin pensarlo mucho, cierro los ojos y repito en voz baja: Señor, hágase tu voluntad y no la mía. Ilumíname para que en mis palabras lleve tu palabra a aquellos que la necesitan tanto como yo. Jesús, yo confío en ti.

Misioneros de la Divina Misericordia
Por Elizabeth Ojeda Palma

Ayer domingo se celebró un año más la Fiesta del Señor de la Divina Misericordia y como cada año, desde aquel domingo en que se puso la primera piedra en el lugar donde se levantaría lo que es hoy la Iglesia de la Divina Misericordia en el Fraccionamiento de San Ramón Norte, asistí para participar en la Eucaristía del Dios-Amor, Dives in Misericordia, (Rico en Misericordia) como lo llamara el Papa Juan Pablo II en su Encíclica con este mismo nombre, dedicada precisamente a hablar de la Misericordia de Dios, de ese Dios que se nos revela y se nos entrega tan enamorado del ser humano que no sólo se hace a su forma sino que llega hasta la locura de dar la vida por amor a él, de ese Dios que sigue derramando a raudales torrentes de Gracias Celestiales a través del Agua y la Sangre que brotan de su Corazón Sacratísimo, de ese Corazón que ha sufrido inimaginables sufrimientos, como Dios y como Hombre, misteriosa dualidad que el ser humano jamás alcanzará a comprender, de ese Corazón de Dios-Hombre que en la Noche del Calvario sintiera tanta soledad y tristeza como para exclamar “Mi Alma está muy triste hasta la muerte”, de ese Corazón que al sentirse abandonado por su mismo Padre, experimentara un dolor emocional tan profundo que llegara al punto de derramar gotas de sangre a través de su piel, como médicamente se ha demostrado que sucede en casos excepcionales de tensión emocional en que se rebazan los límites de la capacidad física de sufrimiento y los vasos capilares de la piel se rompen y la sangre empieza a brotar por los poros de la piel, de ese Corazón de Dios-Hombre que, comprendiendo las limitaciones de la condición humana, con paciencia infinita sigue revelándose ante el ser humano de mil maneras a fin de abrir sus ojos, sus oídos y sus sentidos todos y mover su corazón que está ciego y sordo y permanece insensible ante Su Misericordia Infinita y Su Amor Incondicional, Eterno y Unico, de ese Corazón Suyo que ahora nos lo muestra, no con las dos manos como en Su Imagen del Sagrado Corazón, sino con una sola, mientras que la otra la levanta en actitud de bendecir en tanto que camina hacia aquel que está lejos, hacia aquel que es pecador y no conoce Su Amor y Su Misericordia, aquel por quien precisamente ha dado su vida y se ha realizado el Milagro de la Redención, justamente por aquel por quien El se vuelve a manifestar ahora, una vez más, en pleno Siglo XX, a su apostol Sor Maria Faustina Kowalska.

Congruente con la Mística de la devoción al Señor de la Divina Misericordia, el Párroco de la Iglesia en su honor, el P. Alfredo Cirerol, ha construído una página electrónica con el nombre “El Señor de la Divina Misericordia” en la dirección electrónica www.jesusmisericordia.com.mx en la que aparece todo género de información, tanto teológica, como de actividades parroquiales, grupos apostólicos etc., con el fin de llevar esta devoción también a tantísima gente que tiene hambre y sed de la Misericordia y el Amor infinito de Dios, pero que viviendo en este mundo actual, tan exigente, tan abrumador y tan estresante, es arrastrado en su vorágine de una manera tal que, en ocasiones, llega al extremo de no tener ni siquiera el tiempo indispensable para satisfacer las necesidades básicas de su condición humana. Y estoy hablando de personas de todas las edades y de todas las clases sociales, sin importar a qué estrato económico productivo pertenezcan o cual sea su estado de vida, ya que independientemente que sean personas en edad productiva o retiradas, niños o ancianos, estudiantes o amas de casa, personas de la vida religiosa o seglares, de una manera u otra, todas las personas están inmersas y forman parte de la misma comunidad, de la misma sociedad, de la misma forma de vida actual y a todas ellas llegan las mismas consecuencias de las crisis económicas, morales y ambientales.

En el Inicio de la Página Electrónica del P. Cirerol, aparece el rubro “Los Discípulos Misioneros y Misioneras de la Divina Misericordia”. Mi curiosidad me mueve a entrar al vínculo y me encuentro con una página en blanco, todavía en construcción, en la que se señala que pronto habrá información. Las páginas en blanco han sido siempre una invitación a escribir para todos aquellas personas que tienen el gusto por las letras y a quienes Dios les ha regalado el don de la escritura. Yo creo que a todos Dios nos ha colmado de bienes, de bendiciones y de dones, aún cuando en ocasiones tal vez no los hayamos descubierto o no nos hayamos dado cuenta de lo que poseemos, pero definitivamente, todos estamos llenos de capacidades sin límites y de dones excepcionales que podemos convertir en Carismas al ponerlos al servicio de nuestros semejantes, mejorando con ello las cosas de nuestro entorno y haciendo nuestro mundo un poquito mejor. Como creo que uno de los dones que Dios me dio es el de la escritura, me dispongo a escribir algo sobre la Divina Misericordia. Lo primero que me viene a la memoria es el hecho de que ayer en la Santa Misa, el padre que la celebraba hizo la pregunta de cuáles eran las Obras de Misericordia. Silencio absoluto fue la respuesta de los fieles. Silencio, hubo en mi corazón también, silencio que confieso, me pesó en el alma y me llenó de tristeza y de vergüenza por no conocerer la respuesta, por no tener ni siquiera el más leve recuerdo de mis estudios del catecismo del P. Ripalda cuando me peparaba para la Primera Comunión. Tal vez por no practicarlas, el tiempo se encargó de hacerme olvidar lo que seguramente en algún lejano ayer aprendí, pero ¿Cómo, me pregunto entonces, cómo puedo decir que soy devota de la Divina Misericordia, cuando ni siquiera puedo recordar lo más básico y elemental que es saber cuáles son las Obras de Misericordia? Y ya no digo saber lo que es la misericordia y más aún, profundizar en lo que es la Misericordia de Dios, que precisamente estábamos celebrando el día de ayer. Lo menos que podía hacer era investigar al respecto y después de haberlas recordado intentar ponerlas en práctica, antes de seguirme considerando devota del Señor de la Misericordia y de intentar informarme de cómo ser un Discípulo Misionero de la Misericordia de Dios.

Afortunadamente vivimos en tiempos de la Internet y como dicen los chicos de ahora, ahí encuentra uno lo que quiera. Encontré como respuesta:

Las Obras de Misericordia son 14: 7 Espirituales y 7 Corporales.

Las Obras de Misericordia Espirituales son: 1.- Enseñar al que no sabe. 2.- Dar buen consejo a quien lo necesita. 3.- Corregir al que se equivoca. 4.- Perdonar las injurias. 5.- Consolar al afligido. 6.- Tolerar los defectos del prójimo y, 7.- Orar por los vivos y los difuntos.

Las Obras de Misericordia Corporales son: 1.- Dar de comer al hambriento. 2.- Dar de beber al sediento. 3.- Vestir al desnudo. 4.- Visitar a los enfermos. 5.- Redimir al cautivo. 6.- Dar posada al peregrino y, 7.- Sepultar a los muertos.

Después de conocer la preciada respuesta y de haber aliviado un poco el peso de mi consciencia y mi corazón, pienso entonces que puedo iniciar mi proceso de transformación y crecimiento espiritual en la Misericordia del Señor, el día de hoy, con la primera Obra de Misericordia Espiritual, compartiendo mis conocimientos recién adquiridos sobre las Obras de Misericordia con todos aquellos que no lo sepan o quienes en algún momento lo supieron pero lo han olvidado. Me decido entonces a enviar por correo electrónico mi artículo esperando que mueva el corazón de todos quienes lo lean para iniciar cada uno su propio camino de crecimiento espiritual y sean también Misioneros de la Divina Misericordia del Señor. JESUS, YO CONFIO EN TI.

jueves, 9 de julio de 2009

ESTA TARDE DE JULIO


Hoy es 4 de julio. Día de la independencia norteamericana. La nación entera celebra el día con emoción. Yo también me siento emocionada y decido celebrar de la mejor manera posible que sé: durmiendo plácidamente toda la tarde. Pero ella decide cambiar todos mis planes de recuperar el sueño que siempre parece irrecuperable en mí: estoy invitada a pasar el día con su familia gringa y yo no digo que no.

Los gringos piensan que estoy demasiado arreglada y que me visto bien porque soy latina; que debí llevar “short” y camiseta ancha como ellos. Yo pienso que los gringos resultan, en general, bastante fachudos y si pudieran andarían en pijamas todo el día, pero yo no digo nada. A veces, la prudencia resulta la mejor aliada de las minorías. A decir verdad, me siento linda cuando estoy bien vestida. Es todo. Ellos miran mis zapatos de tacón y les hacen halagos, diciendo lo hermosos que están.

No son las platicas a las que, sabiamente diría mi hermanita, le faltan los subtítulos para hacerlas del todo comprensibles, pero me siento bien ahí sentada escuchando. No tomo alcohol. Yo digo que los mexicanos no tomamos y todos se ríen. Ella se queja de que siempre la embauco para tomar y nunca la acompaño. Yo me rio con sonrisa de suficiencia y descaro.

La casa por dentro huele a “dip” de espinacas y alcachofas, (mi delirio). Creo que aumento tres kilos esa tarde sentada junto al “dip”. Muero por pedir la receta pero no me atrevo, a veces resulto extrañamente penosa. Él se jacta de cocinar arduamente mientras salpimienta y echa el ingrediente secreto (sal sazonada) a las hamburguesas que acaba de desempacar. Me da gracia el esmero y la profesionalidad con los que las prepara. De repente el patio se ahúma con las hamburguesas a la parrilla y los “hot-dogs”. Él piensa que le miro el trasero cuando se agacha y me acusa con ella, su esposa. Yo lo observo con detenimiento y le digo que “nada que ver”. Literal.

Mi primera mordida de hamburguesa se me atora cuando todos empiezan a recitar una oración para dar gracias por los sagrados alimentos. Mi alma pecaminosa se gana un punto más para ir al infierno mientras termino de tragar para no ahogarme. Yo me maravillo y deseo saber la oración. Me avergüenzo cuando él bromeando, me invita a dar la mía. La única que viene a mi mente es aquella que Bart Simpson recitaba con la seriedad y solemnidad que ameritaba una oración: “Dios justiciero, gracias por el puchero”. Pero la prudencia prevalece en mí y mantengo mi “pico” cerrado, gracias a Dios.

Los niños juegan con banderitas gringas; las enarbolan y sacuden con sus pequeñas manos. Ríen y yo me enamoro de ellos un poquito más. Ella y yo nos mecemos como dos niñas en el columpio del patio, mientras platicamos con su mamá. Mientras estamos las tres, nos permitimos que el español prevalezca en nuestra plática, aunque se mezcla con algunas frases en inglés. Me siento en libertad.

Es la hora del delicioso postre. Ella está inmersa en sus pensamientos o en su labor porque no lo nota. Yo muero de la risa por ver a su pequeña llevarse sus diminutos dedos a la boca cada vez que acomoda una fresa y se le llenan sin querer de merengue, lo hace repetidamente y yo observo esa inocencia que me causa gracia. Yo permanezco en silencio sin tratar de corregirla porque la imagen me parece encantadora. El abuelo orgulloso fotografía a la pequeña junto con su creación.

La política se torna la plática de sobremesa. Todos lo conocen, por eso terminan huyendo. Todos, menos yo, la presa despavorida, a la que le divierte discutir con él al decir que considera al negrito un buen presidente y afirmar que si hubiera podido votar, hubiera votado por él. Él se retuerce un poco con mi respuesta. Resulta entretenido ver al republicano hacer esa mueca de dolor. El ruido de los fuegos artificiales termina con nuestra plática, que sin duda no llegaría a ningún lado y mucho menos a ningún acuerdo.

El patio se ilumina de colores junto con mi alma. En realidad yo no celebro ninguna independencia, pero esta tarde de julio me resulta reconfortante. No estoy en casa, pero de repente me siento como en ella. Yo celebro su amistad, la calma y la alegría que me da. Yo no se lo digo porque a veces resulto extrañamente penosa, especialmente en las cosas cursis, pero espero que ella algún día se dé cuenta. En estos mis tiempos gringos de soledad procurada, ella resulta mi chilanga favorita y su amistad me colma el alma de alegría y felicidad.

miércoles, 1 de julio de 2009

EL DIA QUE ME PIDIERON EL CORAZON

¿El corazón? ¿Para qué quieres que te lo entregue? ¿Qué te pareciera mejor mi cuerpo? Es flexible y resulta divertido. Es moldeable, se le pueden adaptar las curvaturas que tú desees. Es inflable y desinflable, aunque conviene no ponerlo mucho a prueba. Es pequeño y plegable por si necesitas esconderlo. Lavable y secable, nada más no uses cloro, ni agua muy caliente. Es pintable de muchas maneras por si te aburres de su color original. Es usable en los diferentes horarios del día: matutino, vespertino y/o nocturno. Durable, resiste altas temperaturas. No requiere baterías AA para funcionar. Mojable. Flotable (no respira bajo el agua). Risible. Abrazable. Besuqueable. Acariciable. Estrujable. Apapachable. Aplastable. Manejable (Sacúdalo bien antes de usar). Frotable. Alzable. Inagotable. Reversible. Comestible (No es una fuente significativa de calorías). Es amigable con el ambiente. No está probado en animales. No es toxico. Conoce bien los menesteres del amor y es muy resistente a sus caprichos. ¿Mi corazón? ¿Para qué quieres mi corazón? Toma mejor mi cuerpo, ese no se rompe con tanta facilidad.

jueves, 9 de abril de 2009

Crónicas de un encuentro inesperado con aquel de los ojos profundos

Me miró fijamente. Yo lo mire también, pero su mirada me provocó una sensación extraña, por eso permanecí mirándolo con descaro. No, no fue descaro. Más bien, debo de admitir llena de vergüenza que fue ansiedad, de esa que te hela y te deja estático. Tal vez añadiría que con un poco de miedo y curiosidad, esas que se sienten “la primera vez”. Yo no parpadeé, me olvidé por completo. Estaba atónita, con los ojos fijos en su mirar, en su cara, en todo su cuerpo. Nunca había sentido eso por alguien de su clase. Empecé a sentir mi corazón agitado, palpitando como si quisiera salirse de mi cuerpo; mi respiración entrecortada, jadeante, como que el aire en cualquier momento se fuera a acabar. Mis manos frías, inmóviles. ¡Fue la impresión! Estuve a punto de entrar en un ataque de pánico cuando el pestañudo que dice ser mi esposo me descubrió. Pero yo no le puse mucha atención, debo admitir. Era verdaderamente grande, no podía ponerle atención a nadie más.

¡Sácalo!, le grite con emoción. No, no fue emoción. Viéndolo bien, era desesperación. Desesperación de poder ver claramente esas largas prolongaciones de su cuerpo, sobresaliendo por doquier. Digno representante de su especie, debo admitir. No dejé de sentir su mirada oscura y profunda fijamente en mí por ningún momento. ¿O era que sólo yo lo miraba a él? El dudo: Sacarlo o no fue un dilema que más tarde terminó por convertirse en burla. Yo ya no aguantaba, por eso decidida como estaba, intente sacarlo con mis propias manos santas, pero todo fue en vano. Tuve que soltarlo de inmediato. Me dio asco sentir esa cosa tan larga en mis dedos. Consideré mi integridad física amenazada y se lo externe abiertamente. Yo nunca bromearía con cosas así. EL pestañudo no supo qué hacer; moría de la risa el muy canalla (por no decir el muy cabrón). Se desternillaba a gusto, se burlaba de mí plácidamente. Yo no reí, permanecí seria. Un menester, como ese tan básico, pero tan importante no podía ser tomado a la ligereza y mucho menos ser blanco de bromas y de carcajeo.

¡Sácalo tú!, insistí, ¡yo no puedo! Esto está fuera de mí, pensé sin decir nada más. El resolvió llamar a la mesera sin parar de reír, pero accediendo a mis demandas. ¡Dile que lo saquen! Le repetí por si, en su fiesta no había entendido las instrucciones. Pero tan pronto como ella se acerco, el traicionero, muerto de la risa como estaba, me dijo con muy poca seriedad: dile tú, a mí me da pena tu ridiculez. Poco importa la vergüenza ante casos de vida o muerte ¿No? Este claramente era uno de esos casos, por eso me arme de valor y bajando un poco la voz para que el resto de los comensales no se entere le dije: Me siento amenazada por el platillo que me acabas de traer ¿Podrías sacar ese camarón tan feo y grande de mi sopa?, le dije señalando con el dedo índice los ojos profundamente negros y fulminantes del animalejo aquel y luego, sus patas picudas y largas, tan largas como sus antenas mismas. Trate de evitarlo, pero creo que puse cara de asco una vez más. Desee nunca haber tenido que verlo así, con esa entereza que poco caracteriza a los camarones más pequeños que toda mi vida he comido.

Pedí que lo tiren a la basura, pero el pestañudo se negó. En vez de eso pidió que lo pongan en un plato extra y solicitó una herramienta (me pareció del tipo que usan los plomeros) para acabar con él. No pude mirarlo mientras acometía tan despiadada labor. Tampoco pude dar bocado de aquel “Chupe” de camarones peruano, por eso volví a casa vencida con mi sopa intacta que hasta el día de hoy sigue en el refrigerador. ¡Maldito camarón gigante de mirada profunda!, me repetí mil veces mientras sacaba del microondas mi sopa instantánea y hacia una búsqueda exhaustiva del par de camarones minúsculos que suelen traer para tirarlos a la basura, sólo “por si las moscas cochinas” estos resultaran tan observadores y de mirada profunda como la del grandulón aquel.
JKO
He aquí una muestra del espécimen. ¿Verdad que no estoy quedando loca, ni paranoica?

lunes, 30 de marzo de 2009

LA DUDA

Hoy la duda se posa en mi ventana, por eso la cierro. Entonces, me toca la puerta. ¿No es acaso de sabios dudar? Sólo aquella gente idiota es la que se “monta en su burro” para no dudar. Necesito ser una idiota y es que en el amor hay que ser un completo idiota o por lo menos, lo suficiente para no dudar. Cerrar mis ojos o volverme ciega (da lo mismo) para no ver lo que resulta más que obvio también. Idiota y ciega, ¡bonita combinación! No es miedo, es angustia lo que me atormenta. Angustia de saberte perdido, extraviado, de verte ir y venir como quien no encuentra su espacio ¿O será miedo? ¡Qué importa! Al fin y al cabo me volverá loca. ¿Para qué me devuelves tu corazón cada que rompes el mío? ¿Para que lo ame? ¿Se puede amar con un corazón así, como dejas el mío? No es divertido tu juego. La duda insiste y timbra con angustia. Vienen juntas, tomadas de la mano. Hazlas pasar mientras encuentro como reparar mi corazón que terminó de hacerse añicos.

JKO

lunes, 17 de noviembre de 2008

¡COMO QUIEN NO QUIERE LA COSA!

Déjate amar, me dices en voz baja mientras abres mis piernas ansioso y me besas sin cautela.

No me inspira a hacer el amor esta casa fea, te respondo lacónicamente y sin ganas. ¡Ámame como a mí me gusta! Te digo sin perder la compostura, mientras cierro las piernas, me zafo de ti y te doy la espalda, lentamente.

¡Nos mudamos mañana, princesa!, me dices al oído y en voz baja un tanto excitado, mientras acaricias mi cabello largo y luego, mi espalda desnuda expuesta a ti. Me gusta que me hables así, quedito. Por eso, te respondo con preguntas para continuar el juego: ¿Lo prometes? ¿Mañana? ¿A la casa que me gusta? Tú me confirmas lo que quiero escuchar. Luego, me dices cosas bonitas rozando tu nariz en mi oreja. Me conoces bien, sabes que eso me gusta. ¡Ándale, déjate amar!, me repites insistente. Yo también te conozco bien; se que mientes, que no habrá mudanza mañana. Aun así, yo me dejo querer en esta casa fea, como quien no quiere la cosa.

domingo, 17 de agosto de 2008

YO SÓLO QUIERO DORMIR

Mi vida es un libro abierto. El capitulo que vivo, el tres, segunda parte: Yo solo quiero dormir.

4:30 a.m. la hora de mayor odio del día: la alarma suena, se la “mento”. La apago. Un ratito más, le ruego; pero no escucha mis suplicas, se vuelve a prender. Me canta canciones de moda, le grito que se calle, pero no hace caso. Quisiera apretar el botón de dormir (para siempre). No me atrevo. ¡Mama, hoy no quiero ir a la escuela! Recuerdo el chiste aquel del joven que no tenía ganas de levantarse. Idiota, pero si tu eres el profesor, le contesta en replica su mamá. Yo sólo quiero dormir.

Hoy me decido hablar con mi jefa de la farmacia. Le pido mi renuncia temporal mientras están las olimpiadas. No me toma en serio. Me manda a trabajar. Le prometo contar mal en el inventario, seré la peor auditora. Tampoco me cree. ¡Que me vaya a trabajar! Recuerdo una frase: “Si el trabajo es salud, que sólo trabajen los enfermos”. A favor. Yo sólo quiero dormir.

Se avecina huracán. Deseo si llegase que se lleve con su paso al esposo de mi jefa. Molesta mucho. Tuvo suerte con el tornado que paso cerca de su casa. Salió ileso. Yo hubiera deseado que volara lejos, como Dorothy en el “Mago de Oz”, pero que no encontrara nunca el camino de regreso a casa. Maldigo su suerte. Yo, en el súper por jamón y queso porque no hay nada para desayunar. La gente hace compras de pánico. Me pregunto si debería preocuparme, pero no lo hago. Yo sólo quiero dormir.

El teléfono suena. No contesto, duermo. Suena el celular. Despierto con cuatro en la cama. Pateo a uno sin querer. Me maúlla, me muerde el pie. Encuentro el celular, lo maldigo. ¿“Allo”? (es la jefa). No, no quiero horas extras. Deseo que venga el huracán. Mi novio quiere hacer cosas. Le digo que no. Me incita al amor, insiste. ¡Que no!, grito enojada. Se enoja él igual. Trata de vengarse. Me hace “wedgie” (calzón chino). A mí no me importa nada. Yo sólo quiero dormir.

JKO

lunes, 11 de agosto de 2008

EL AMOR QUE NO SE PUEDE DAR

Mi pequeña gata adolescente se unta en mí como mantequilla en el pan. Se restriega, ronronea, me maúlla, me mira con ojos de amor. Las palmaditas que, extrañada, le doy en su espalda provocan que suene como un muñeco de peluche con sonido que tiene el botón en on. Ella no suele ser tan cariñosa como ahora. Aún así, yo trato de quererla, apapacharla y darle amor, pero ella se da cuenta que no es el que necesita. Por eso, cuando se fastidia de mí, se va a la alfombra a regar su amor en ella. Por eso también, después de un rato, vuelve sin éxito otra vez a mí.

Mamacita, ¿No ves que ese amor no te lo puedo dar yo?, le digo quitada de pena mientras continuo dándole golpecitos, como si hablara yo con un ser humano al que trato de hacer comprender. Yo me doy cuenta que le hablo a mi gata que me ignora, pero a veces cuando me mira directamente, pienso que ella puede llegar a tener un entendimiento mayor que algunas personas que conozco (¡Y pocas no son!).

Quizá sí hay amor que no se puede dar. Quizá no lo hay y simplemente es caprichoso y a veces, cabrón. Me he preguntado si habrá seres humanos que no tengan capacidad de amar o que no quieran hacerlo. Yo creo que sí los hay. Amor impotente, que enamora sin entregarse, que huye en plena primavera, que promete lo que se lleva el viento, que tiene miedo de ser la potencia que puede ser. Un amor miedoso, timorato. Un amor que duda, que sueña de más. Hay amor que no se puede dar. Ese de aquellos que aman a destiempo, desfasados de su momento ideal; su amor llega antes de lo esperado o llega tarde cuando la puerta alguien más ya la tocó. Amor errante, confuso, arrebatado. Por esos ella llora, él se queja, alguien más sueña castillos de cristal. El amor es así; es muchas veces azar y pocas, certidumbre, es muchas, casualidad y pocas, certeza, es muchas, incierto y pocas, certero. Es como ya lo dije, algunas veces caprichoso y algunas otras, cabrón.

¡Obvio! Ya no le estoy hablando a mi gata, no espero tanto de ella. Tampoco le hablo a él. No después de poner a prueba y validar como cierto aquel artículo donde se comprueba científicamente que la voz femenina agota al cerebro masculino. Por eso, intento cansarme yo misma con mi propia voz: pruebo un poco de mi propia medicina.

Mientras tanto, mi gata me mira como si nada le importara más que la acaricie. Por eso, se echa sobre mí. Alguien alguna vez me hizo el comentario: “Yo creo que el gato es el animal más ingrato”. Pueda ser que sí, como también igual de ingrato el corazón que ama esperando algo a cambio o peor aún, que no ama porque sabe que lo que espera, no le será concedido. Es una manera de envilecer el amor, me pienso, más canalla que la “ingratitud” del gato. Yo amo a mi gata, pero después de un rato la echo y le digo: ¡Vamos, niña, que ese amor que tú buscas, no es el que yo te puedo dar!

NO LO HAGAS

No prometas el viento
cuando es imposible tenerlo;
no prometas amor eterno,
si sabes que mañana no estarás.
No desates este hilo del que pendo,
no me sueltes porque siento que me pierdo.
No le cortes las alas a mis sueños
porque te dio miedo estar en ellos.
No me pidas que te deje de querer,
si al no quererte mato parte de mi ser.
No pretendas saldar deudas ya olvidadas,
ni a tus otras cuentas, unas nuevas aumentar.
Róbate aquellos momentos desastrosos,
y déjame los inolvidables y maravillosos.
No dejes que aparezca la demencia,
cuando es la conciencia la que debe conquistar.
No me permitas caer en tu juego
o tan siquiera enséñame cómo jugar.
¡No deje restos de amor regados en mi vida!
¡No sonrías por favor, que tu sonrisa mata!
No renuncies a esto que te ofrezco
respondiendo que inesperado te llegó.
No hace falta que me des explicaciones,
basta con que digas que sobró o que faltó.

JKO

lunes, 4 de agosto de 2008

LO QUE AMO DE MIAMI


“What do you love about Miami? (¿Qué es lo que amas de Miami?)”, me preguntó una tarde saliendo de clases, Calvin, un fabuloso profesor de inglés.

Poco creíble dada mi verborrea crónica y como pocas veces, la prudencia de permanecer callada, totalmente innecesaria ese día, estuvo presente. No le respondí. Lo pensé de más y no hallé una respuesta sensata, por eso prometí contestarle cuando supiera, algún otro día.

Terminaron mis clases y nunca le contesté. Sin embargo, continúe preguntándome lo preguntado.

Pueda ser el clima que me recuerda tanto a mí: loco, caprichoso, voluble, antojadizo. Los dos cambiamos de acuerdo al humor de Dios. Bueno, yo así me digo para no culpar a mis hormonas. Suena un tanto más romántico de esa manera. Cierto y acertado fue el comentario de un locutor de radio cuando habló acerca del pronóstico climatológico para Miami: “Quizá llueva, quizá no. Yo soy igualita, aunque no me debato en ningún dilema “Shakespeareano” profundo(Quizá sea, quizá no). Yo, una simple mortal, me debato con pensamientos superfluos: Quizá hoy sea pelirroja, quizá no. Y a la merced de mi humor, mi cabello sufre los estragos, por tener un alma bohemia, delirante y cambiante.

Quizá son los atardeceres tostados tan únicos de ésta ciudad, manchados en el horizonte con tonos violetas, azules, naranjas y rosados pastel; mezclados, puros, con destellos de luz a la caída del sol. Ese cielo que Dios, sin duda, en sus ratos libres, utiliza como paleta para pintar. Son las nubes floridanas con forma de borregos amontonados, en las que descubro por vez primera, la línea que las define, argéntea y esperanzadora que nunca antes vi o a la que jamás le preste atención hasta después de escuchar el refrán en inglés: “Every cloud has a silver lining” (cada nube tiene una línea plateada). No, nunca antes la vi.

Mezcla. Eso me gusta de esta ciudad. Mezcolanza en términos más coloquiales, pero que a mi gusto definen mejor la magia de este lugar; sí, es una mezcla extraña, incluso confusa, pero que me encanta. Lo diferente, lo extraño, lo nuevo y su revoltijo. Los anuncios de la tele en “spanglish” que definen bien la subcultura de esta ciudad. Las palmeras regadas por toda la ciudad, que dan la idea de estar ahí por equivocación. Sus lagos por doquier, el lago de la parte trasera de mi hogar con la pequeña playita donde descanso con mi vecinita después que caminamos cuatrocientos metros y con la que soñamos para llevar nuestras computadoras y sentarnos a escribir en medio de ese paraíso lleno de aves, especialmente de patos cagones acostumbrados a que la gente les dé de comer, ese paraíso lleno de ruidos naturales, de ruidos humanos que, gracias a Dios, se pierden ante tanto espacio abierto.

Me gusta mi televisión prendida de lunes a viernes a las diez de la noche en el canal veintidós, un canal local. Me gusta escuchar a Jaime Bayly hablar de política, con un lápiz en mano y un cuaderno para anotar todas las palabras extrañas que utiliza para buscarlas posteriormente en el diccionario. Me gusta como habla. Es capaz de mentarte la madre de una manera educada. Eso me encanta.

Por último, me gusta el camino que me lleva a él. Es la calle Krome. Larga, y en los puntos donde yo la transito, sin semáforos y con algunas curvas poco pronunciadas por las que me gusta pasar a gran velocidad cuando es de día. De noche, una carretera de paso para muchos viajeros, tediosa, extensa y sin iluminación que me da pánico y me hace bajar la velocidad para ver como lentamente las luces de los carros del carril contrario me deslumbran con su paso. Pero de día pareciera que el escenario está listo para comenzar la excelsa obra de teatro. Los telones se suben. De ida, pongo más atención al canal pantanoso que hay del lado derecho ignorando un tanto a los arboles gigantes y majestuosos de alrededor. Imagino la cantidad de cocodrilos que se pasean debajo de las hojas de loto, recuerdo a las tortugas tímidas que a veces se ven por ahí. De regreso al lado derecho, los pinares y arbustos y sus hojas que hacen un juego de luces y sombras espectaculares me dan la sensación de estar manejando en medio del bosque, de encontrarme en una alameda sin fin. Imagino estar en un viaje cuyo destino no ansío llegar porque descubro que lo mejor de él se encuentra precisamente en el camino. Me gusta sobre todo, cuando llego a él y entonces, me toma entre sus brazos, como él bien sabe hacerlo.

Esta vez sin tener que pensarlo tanto. Ahí está profesor, le dije que algún día le contestaría.

Mientras hacia este escrito, me acorde de esta poesía de mi poemario de antaño. La comparto.

SIENTE

Siente el viento como pasa,
Cómo tierno te acaricia,
Oye atento como llama,
Y te envuelve con su brisa.

Siente el aire en movimiento
Que jugando está, tu pelo,
Trata un solo momento,
Con tus manos retenerlo.

Mira el rayo tenue y cálido
Que tocando esta, tu cuerpo.
Siente aquél quemar fallido,
Que triunfará al correr el tiempo.

Mira el cielo tan brillante
Con sus nubes de algodón.
Mira aquél azul radiante,
Ávido de admiración.

Nota cuánto el árbol crece,
Mira su fuerte ramaje.
Huele la flor que pretende,
Con pétalos vestir de traje.

Mira la danza de las hojas
Si el viento sin querer las toca.
Mira aquella fruta roja,
Que te pide que la cojas.

Oye el ave cuando canta
Como anuncia la mañana,
Mira altiva cómo encanta,
Cuando el vuelo al cielo traza.

Mira la vida y sonríe,
Que Dios nunca nos miente,
Convence a tu cuerpo que vive,
Que es verdad lo que siente.

Dale gracias al Señor,
Que te permite estar vivo,
Y sentir la naturaleza,
A través de tus sentidos.

JKO

domingo, 6 de julio de 2008

EN UNA TARDE DE LLUVIA NOSTALGICA Y DESCONECTADA




No es la ventana con gotas aplastadas y nubes llorosas, es el refugio obligado, la soledad de la tarde desvanecida, su tono mate. Es la tristeza que se siente si se mira a través de ella cuando no hay nadie afuera. Es el ruido del aguacero que ahoga mis plantas y las quiebra.

No es el calor y mucho menos el bochorno de mi tierra; es el afecto lo que se extraña, la compañía de todos y de nadie. Es el bullicio que mata al silencio cuando rara vez existe; son los secretos en voz baja de la gente chismosa, que son malintencionados, pero que divierten; son los desayunos sabatinos con exceso de necedades y dolor de estomago de tanto reír; las comidas de los domingos familiares donde todos hablan y nadie se escucha, y sobretodo, donde se come rico y a montón. No es que no me gusten los domingos gringos, es sólo que no me caen bien, porque te hacen trabajar, por negreros, porque son todo, menos familiares.

No es que no me lleve bien con tus amigos raros, es que extraño a los míos. No es el vecino que no saluda aunque ya me conoce, no es el gordito nuevo que no pasa desapercibido y tira clandestinamente sus restos de comida en el jardín de su vecino, ni el vejete cubano que se cuela descaradamente delante de mí en la cola de la farmacia y que lleva en la mano medicinas para la próstata. Tampoco es la llamada de la tarde que me canceló y frustro mis planes de salir. Son las manos desconocidas que deje de ver, que antes me saludaban o me abrían la puerta amablemente o inclusive, me cedían el lugar. Es recibir la invitación de la fiesta de cumpleaños a la que no podré ir o el mensaje del la reunión que sin duda me perderé. Es desear estar ahí cuando se juntan. Es saber que no llegaré.

No es dieta, ni ganas de no cocinar, tampoco es pereza, es falta de amor propio porque no me gusta cocinar para mí. No me motiva. Además, no me gusta la lechuga sin preparar y el tomate de la Florida tiene salmonella y te enferma cuando lo comes. No es no necesitar un buen baño, son ganas de ayudar al planeta cuidando el agua que ya casi no hay. No es flojera de arreglar la casa que está de cabeza y pide a gritos auxilio, son más bien las intenciones de ahorrar ganas y dejarlas para luego, ahora que estamos en recesión.

Llueve a cantaros, pero no es la ventana con gotas aplastadas y nubes llorosas. Tampoco es estar sin perro que me ladre (con el perro del vecino del tercer piso tengo suficiente). Es la tarde nostálgica con gatos dormidos y silenciosos. Es la tarde solitaria y silente. Es el ruido de mi i-pod que se quedo sin audífonos porque los gatos los mordieron antes de dormir. Son los libros que no tienen ganas de ser leídos porque hay poca luz. Es la música que no toca porque se hace nada con el ruido de los truenos, porque se pierde en el estruendo que provocan. Es la computadora apagada porque le da miedo quemarse con los rayos y, que los bomberos no lleguen a tiempo para rescatarla.

No es la tarde lluviosa que en otras ocasiones puede encantarme más, si no la tarde lluviosa sin compañía con quien disfrutarla y sin aparatos eléctricos funcionando. Es la tarde lluviosa que sin ti se ha vuelto melancólica, que sin electricidad, se ha vuelto taciturna. No es que no me guste el silencio, si no que es tanto, que yo sola no me doy abasto para acabar con él. No es el encierro que otros días no molesta, son las ganas de salir por saber que no se puede salir. Es sentirme obligada. No es depresión, es nostalgia. (Eso dice mi vecinita alegre).Quisiera culparte (siempre es mejor tener a alguien a quien culpar), pero no puedo. De verdad no eres tú, no podrías serlo, si tú ni si quiera estás. No eres tú, soy yo cuando estoy desconectada, porque es cuando resulta que no se cómo lidiar con mi soledad…

JKO

sábado, 14 de junio de 2008

Las pequeñas de papá




A un padre maravilloso, en su día.

Difícilmente recuerdo la canción infantil del vestidito azul que él me cantaba después del baño. El vestidito azul era mi preferido. Lo era porque él me lo decía y yo, pequeña, le creía todo lo que él me decía. El vestidito azul, lo recuerdo a cada detalle: sus tablones, sus tirantes, sus botones, sus pequeñas flores. Él también le solía cantar a ella la misma canción. Su vestido era igual al mío, a diferencia del tamaño (más pequeño) y del color (amarillo), por eso, la versión de su canción había sido un tanto, modificada. No sé si era el preferido de ella, pero bastaba cantarnos para que nosotras quisiéramos usar dichos vestiditos. Lo cierto es que a él le gustaba vernos vestidas así.

¿Y tú quien eres, eh? Me preguntaba todo el tiempo porque le gustaba la respuesta que siempre le contestaba: “Soy la chingada chiquitita”. Yo le contestaba como si no entendiera aquel insulto que la frase encerraba. Seguro la ingeniosa e inconveniente respuesta él me la enseño, por eso reía orgulloso cada que yo la repetía.

Él todo lo sabía, por eso era capaz de contarme mis aventuras del jardín de niños como si hubiera estado ahí viéndolas: Siempre sabía cuando me quitaba los zapatos y corría descalza por el área de juegos, cuando comía galletas de más o cuando dormía dentro del salón de clase (¡Diablos, mi futuro desesperanzador y desastroso podía verse desde ahí!). ¿Y cómo lo sabes, papi?, le preguntaba inocentemente. ¡Ah, me lo contó un pajarito!, esa era siempre su respuesta. Yo imaginaba un pajarito que sobrevolaba con las alas abiertas el jardín y observaba todo lo que yo hacía y que luego, volaba a él para contarle todo. ¡Maldito pajarraco bocón!, lo bueno que en mis años de mayores travesuras supo mantenerse callado...

Él jugaba con todos nosotros como un niño más. Se entretenía tanto jugando “busca-busca” (escondidillas) como nosotros. La casa era grande, por eso la diversión duraba horas. Nuestro escondite preferido era la repisa más alta del clóset del cuarto de atrás, todos siempre queríamos meternos ahí, por eso nos pillaban rápido. Él siempre tenía maneras más ingeniosas de desaparecer, por eso, terminábamos todos siendo buscadores y nos pasábamos largos ratos tratando de hallarlo en nuestros escondites conocidos. Una tarde, estuvimos a punto de llamar a mamá para pedirle disculpas y avisarle que habíamos perdido, sin querer, a papá. No lográbamos hallarlo por ningún lado. De repente, nos quedamos con los ojos saltones y la boca abierta: grata fue nuestra sorpresa cuando, debajo de aquellas prendas que estaban en el piso y que para nosotros habían pasado tan desapercibidas, él apareció. ¡Qué tramposo!, le gritamos los cuatro y fuimos corriendo tras de él. ¡Con cuánta alegría recuerdo esa tarde de juegos!

A ese señor siempre le gusto mucho divertirnos de chicos, por eso nos hacía “hot-cakes” de animalitos, nos cortaba la sandía de formas extrañas o hacía caritas felices sobre el huevo estrellado. Hasta la fecha le gusta divertirnos, por eso nos cuenta chistes y cosas graciosas.

Creo que debió ser profesor de profesión. Me ayudo a leer la tarea del kínder hasta que pude leerla yo sola: “El pato nada en el lago”, me repetía lenta y reiteradamente a la vez que me recordaba las vocales y las consonantes de la frase una por una. La imagen de al lado de la frase sugería exactamente eso: un pato feliz nadando en un lago. ¿Qué tanto nada?, me preguntaba con ganas de ahogarlo para que ya no hubiera frase que repetir y papá me dejara ir a jugar con los demás.

Me explicó los números romanos unas cien veces en la primaria y me sentó a hacer mi tarea, a pesar de que yo pensaba que no eran necesarios y que para leer la hora, podía usar reloj digital.

En la secundaria, supe en clase de física que existían las leyes de la atracción, la velocidad y la aceleración, pensé ilusa, que podrían servir para conquistar, de manera pronta, al chico nuevo que se sentaba a tres sillas de mí, pero sin duda alguna papá se encargo, no sólo de de sacarme de ese tremendo error, si no que además de explicarme que la única química a la que debía poner atención era la que impartía la maestra dentro del salón de clase.

Sin duda alguna, descifro para mí los misterios incomprensibles del algebra preparatoriana y me invito a estudiar, digámoslo así, de una manera sensata y motivante: ¿Ves este libro?, me dijo señalando un libro grueso de algebra al que los maestros solían llamar “Baldor” , siéntate a estudiar que si truenas te mando a escuela de gobierno. No necesitaba más, por eso regrese a casa con un cien en ese examen.

Nunca ha dejado de sorprenderme su enorme paciencia y vaya que entre mis hermanos y yo lo pusimos no una, sino mil veces a prueba, pero él no la perdía fácil, nunca lo hizo.

Gracias a él aprendí a conducir, por eso, su pobre carrito tiene un golpe en la parte trasera, golpe que yo prometí arreglar y hasta la fecha no lo he hecho. Siempre ha sido muy condescendiente con sus hijos, por eso, aquel día ni siquiera me regañó a sabiendas que fue mi culpa y más bien, se limito a preguntarme como había ocurrido aquel accidente.

Jamás olvidare cuando le dije de mi primer novio. “Tiene que venir a hablar conmigo y pedirme permiso”, me dijo. Yo no logre convencerlo por nada del mundo de que cambiara de opinión, ninguno de mis argumentos fueron validos: “papá, esas son cosas de viejos”, ¿Para qué va a venir a hablar?, ¡Prefiero no tener novio, entonces! Por eso, sólo conoció a dos de de ellos: al primero y al último, con el que me casé. Bueno, me tenía que ahorrar, a como diera lugar, la letanía tan bochornosa. Se lo tomaba muy en serio: ¡Qué horror, papá!

Le encantan los niños, nunca lo ha ocultado. Ciertamente, con la mitad de sus hijos casados, aunque no nos lo diga directamente, sé que le ilusiona ser abuelo, por eso me mira con ojos de borrego a medio morir y lanza sus insinuaciones: “Soy el único de mis hermanos que no tiene nietos”. “Ay no papi, ahí hay dos de tus hijos que todavía pueden meter la pata” le digo señalando a mis dos hermanos solteros, “o dile al mayor, a mí no me mires”, le respondo alborotada. ¡Si papi, lo acepto!, es mi venganza dulce, pero cruel por aquellas platicas bochornosas a las que nos sometiste a mi hermanita y a mí, para dejarnos tener novio.

Si, él se da cuenta que ya hemos crecido. Pero en cierto modo, sé que mi hermanita y yo seguimos siendo sus pequeñas, aunque ahora usemos vestidos de mujeres y no de niñas. Por eso ahora en vez de cantarnos, nos platica. Por eso ahora en vez de cuentos, nos da consejos. Pero, seguimos siendo sus pequeñas, por eso todavía nos toma de la mano cuando caminamos juntos o cuando cruzamos la calle, nos toma de la mano como cuando niñas, como si en verdad lo fuéramos. No me molesta, por eso no lo suelto. No sé si a ella le moleste, pero tampoco lo suelta. Supongo que no. A él le gusta sentir que somos sus pequeñas y a mí, sin duda alguna, todavía me gusta sentir que sigo siendo la pequeña de papá.




JKO

lunes, 2 de junio de 2008

MI TIERRA, SU COMIDA Y SU CALOR



Mi país natal, bizarra sensación volver a él después de estar más de un año fuera. Un tiempo que, hay que mencionar, se me hizo eterno.

En el vuelo de ida me propuse firmemente, en primera instancia y a como diera lugar, hacer llegar a mi poder (y a mi boca) unos sabrosos tacos. Pero no cualquier tipo de tacos, tenían que ser al pastor, de esos que tanto me gustan. Así me lo propuse y así fue. Mis hermanos no tuvieron objeción en consentir a la recién llegada. Ni la hora (casi media noche), ni el lugar (Cancún) y, cabe mencionar, ni el precio, fueron propicios para el amor (amor que puede llegar a nacer entre mi persona y un buen plato de comida). Tampoco el sabor. No, no estuvieron tan buenos como mi mente retorcida lo imaginó todo el camino, aún así, a mí me supieron a gloria. Al punto, que me permití la grosería de chuparme los dedos a media cena.

¿Y cómo no habrían de saberme a gloria, si después de la exhaustiva búsqueda durante la misión secreta “Buscando tacos decentes en los Yunaites”, no sólo me tope con los peores malhechores, tacos desabridos, imitaciones “chafas” nada baratas, sino que además, como símbolo de desesperación y falta de cordura y sensatez, me permití coronar con laureles y ramo de rosas en el primer lugar del pódium, a la franquicia “Taco bell” y lo hice merecedor del premio “El mejor taco”?

¡Ah! ¡La madre! ¡Qué calor!, exclamo en mi primer día de vuelta a mi hermosa ciudad Yucateca, la "Blanca Mérida", exactamente a las dos de la tarde, mientras me derrito y siento que me cuezo por dentro, sin alivio alguno, a pesar de la botella de litro de agua bien fría que llevo junto a mí. Por momentos el calor me hace desvariar y en mi delirio, me pregunto si habré muerto. Me imagino con un trajecito rojo, no con el de caperucita roja que alguna vez mi mamá me hizo de pequeña, sino más bien con uno bien pegadito que me hace ver sexy junto con mi trinchante, mis cuernitos y mi larga cola. Pero luego, es tanto el calor, que mi cuerpo con todo y mi traje lindo empiezan a arder en llamas hasta el punto de achicharrarse. Mis pecados no logran ser perdonados aún, cuando el sonido de un claxon me saca del transe. Ah sí, estoy en mi hermosa ciudad “panuchera”, me doy cuenta, no en el infierno. ¡Maldito calor de abril! Si acaso existiera el infierno, segura estoy que tendría una temperatura promedio a la de Yucatán. Por eso, me doy el lujo de portarme mal, total que ya estoy acostumbrada a las temperaturas infernales.

Definitivamente no extrañé el calor en lo más mínimo. Pero cuánto extrañé el sabor de un sabroso platillo yucateco. Panuchos coloridos y bien servidos y salbutes de carne molida del mercado de Santiago del puesto de Don Marquitos; esos vaporcitos de Montejo hechos por Oscar y su familia bañados en salsa de tomate recién preparada; exquisitos tacos de relleno blanco cortesía de Doña Elda, la abuelita de poncho; huevos motuleños remojados en salsa de tomate y frijol, salpicados de jamón, queso y chícharos, del restaurante de Don Manuel, en Motul; ese tamal colado y esos panuchos del pueblo de paso, donde paramos a cenar (por cierto, los más baratos que me encontré); ese pip de Oxcutzcab, hecho a la leña y fuera de temporada, que Miguel y su esposa Ana María, tan amablemente, mandaron a hacer especialmente para mí (¡Gracias chicos!), sopa de lima humeante y queso relleno de carne molida preparado a la perfección, sabrá Dios por qué ángeles, que se sirvió en la fiesta de clausura de la Cámara de Comercio; brazo de reina con pepita y hoja de chaya, longaniza con cebolla roja, naranja agria y unas tortillas recién salidas del molino, polcanes, tacos de relleno negro, tortas de carne asada, empanizado y cochinita pibil. Bueno, ¡Tendrían que haber estado ahí conmigo, para que supieran de lo que les hablo! ¡Ah, manjar de Dioses! Si acaso existiera el cielo, segura estoy que tendrían comida como la de Yucatán. Por eso, trato de portarme bien, a pesar del calor.

¡ABRE LA LATA Y DEJANOS BAJAR!, grita mi hermanita con un dejo de histeria, en la parte trasera del “volcho” de mi hermano. Fue una manera sutil, pero vil de castigar al gemelo por no tener aire acondicionado en su carro y habernos obligado a subir en él con esas temperaturas. “¡La lala laaaata, la lala laaata!” canto yo a manera de burla después de su exclamación. Ella y yo nos soltamos a carcajadas, sobre todo después de ver la cara de indignación que nos puso el gemelo por haber insultado a su carrito así. ¡Bonita época en la que elegí para ir: en la del calor más intenso! Claro que la bebida de chaya con limón, ese día de tanto calor, nos supo más sabrosa.

Una parte de México se vino conmigo a mi regreso. No en mi alma, sino en mis maletas, de contrabando. Salsas picantes, botana y dulces enchilados, cacahuates enchilados y los nipón (¡No, no hay aquí!), panecitos y galletas Bimbo y Marinela, quesos, tostadas, dulces típicos mexicanos, concentrados para preparar horchata, jamaica y tamarindo, bebidas embriagantes (Bienvenidos a mi casa Licor de Nance y X’tabentun)…y claro, tortillas congeladas para preparar panuchitos (el mayor de mis orgullos que sobrevivió a la aduana y a la “migra” americana). Un pedazo de rosca “Brioch” también se coló en mi bolsa de mano sin problemas.

¡Viva el aire acondicionado y la comida chatarra que traje de Mérida! Ojalá nunca se acabara, pienso alegre e ilusamente, mientras a bocanadas de jugo de tamarindo trato de quitarme la quemazón de la boca por comer tanta botana enchilada. Con cada palanqueta me como a México, con cada charrito a Yucatán. ¡Qué recuerdos tan gratos vienen a mí, mientras embuto mi boca de cosas sabrosas! Mi panza está un poquito más prominente de lo normal y me arde levemente, pero no me importa. La época de las vacas flacas, de la rana (Ranitidina) y de la añoranza llegarán. Mientras tanto, no me queda otra opción dada mi felicidad del momento que gritar: ¡Viva mi tierra y su comida sabrosa, manjar de Dioses, pecadores y gordos!

JKO

domingo, 25 de mayo de 2008

"Piaf" un petit grand oiseau (Piaf, una pequeña gran pajarita)


Una pequeña pajarilla con canto sublime hace música que deleita mis oídos. Es una gorrioncita. Canta excepcional. Su cántico a la vida, al amor, a los tiempos difíciles es magnífico, esplendido.

Padam...padam...padam... (padam…padam…padam…)
Des "je t'aime" de quatorze-juillet (Los “Yo te amo” del catorce de Julio)Padam...padam...padam... (padam…padam…padam…)
Des "toujours" qu'on achète au rabais (Los “Siempre” que compramos en descuento)Padam...padam...padam... (padam…padam…padam…)
Des "veux-tu" en voilà par paquets (Los « Quieres » eh aquí, por paquetes) Et tout ça pour tomber juste au coin d'la rue (Y todo eso para tirarlo justo en a la vuelta de la esquina)
Sur l'air qui m'a reconnue ( al viento que me ha reconocido)

Canta en las calles, ojerosa, de cara triste y desnutrida. Demasiado menuda que sorprende no sólo verla de pie, si no también verla cantar así. Se llama Edith Giovanna, de apellido Gassion. Su voz no se parece en nada a ella: fuerte, segura, hermosa. Se ha quedado grabada en mi mente, por eso tarareo y repito sus canciones sin darme cuenta. Es algo más que obvio que no canto igual que ella, pero que más da. El recuerdo de su voz es la que viene a mí. Una voz que emociona mi alma, la hace bailar, la estruja, la hace suya, en ocasiones, la parte en dos. Sobre todo, después de conocer un poco de su vida y entender el por qué de sus canciones, a través de la película “La vida en rosa” (“La Môme Piaf").

Je vous connais, Milord (Yo lo conozco, Señor)
Vous ne m'avez jamais vue (Usted no me había visto jamás)
Je ne suis qu'une fille du port (Yo no soy más que una chica de puerto)
Une ombre de la rue... (Una sombra de la calle)
Allez venez! Milord (¡Vamos, venga, senor!)
Vous avez l'air d'un môme (Tiene usted el aire de un jovencito)
Laissez-vous faire, Milord (Ceda, señor)
Venez dans mon royaume (Venga dentro de mi reino)
Je soigne les remords (Yo curo los remordimientos)
Je chante la romance (Yo canto el romance)
Je chante les milords (Yo canto a los señores)
Qui n'ont pas eu de chance (que non han tenido buena suerte)
Regardez-moi, Milord (Míreme, señor)
Vous ne m'avez jamais vue... (Usted nunca me había visto…)

De las inmundas calles parisinas y los miserables cabarets que la vieron nacer, a la glamur de la “Comédie-Française” y del teatro Olympia de París que la vieron dejar no sólo su alma, sino también, su vida en el escenario.

Icono francés por antonomasia. Es descubierta, mientras cantaba en las calles, por el gerente de un cabaret en los Campos Elíseos y es así, como logra sobresalir de entre tantos artistas callejeros. A pesar, de tener el espíritu de un “caballo salvaje”, educa su voz, sus manos y su cuerpo que le permiten ser, no sólo una admirable cantante, sino también una de las mejores intérpretes de todos los tiempos.

En su canto puede escucharse su lamento y su felicidad, su pobreza y su riqueza, sus fracasos y sus triunfos, sus desamores y sus grandes amores. En la letra de sus canciones puede leerse sus pasiones y su vida. Sí, digo sus canciones porque fueron compuestas especialmente para ella.

Et toujours, toujours, quand je chante, (Y siempre, siempre, cuando yo canto)
Cet oiseau-là chante avec moi. (Ese pájaro de ahí canta conmigo)
Toujours, toujours, encore vivante, (Siempre, siempre, todavía vivo)
Sa pauvre voix tremble pour moi. (Su pobre voz tiembla por mí)
Si je disais tout ce qu'il chante, (Si yo dijera todo lo que él canta,)
Tout c'que j'ai vu et tout c'que j'sais, (Todo lo que yo he visto y todo lo que sé)
J'en dirais trop et pas assez (Yo diría de eso mucho y no lo suficiente)
Et tout ça, je veux l'oublier. (Y todo eso, yo lo quiero olvidar.)

Ella no es bonita, pero nada importa con esa voz y esa personalidad tan magníficas que la hacen distinguirse. Más de uno fueron los que la adoraron. Varios, sus romances conocidos, a saber: con Marlon Brando, Yves Montand, Charles Aznavour, Théo Sarapo, Georges Moustaki, entre otros. Pero ninguno como el de Marcel Cerdan, su adorado Marcel que la hizo ver la vida de color rosa.

Des yeux qui font baiser les miens, (Unos ojos que me hicieron bajar los míos)
Un rire qui se perd sur sa bouche, (Una risa que se pierde sobre su boca)
Voila le portrait sans retouche (Eh aquí el retrato sin retoque)
De l'homme auquel j'appartiens (Del hombre al cual yo pertenezco)
Quand il me prend dans ses bras (Cuando él me toma entre sus brazos)
Il me parle tout bas, (El me habla todo en voz baja)
Je vois la vie en rose. (Yo veo la vida en rosa)
Il me dit des mots d'amour, (Él me dice palabras de amor)
Des mots de tous les jours, (Palabras de todos los días,)
Et ca me fait quelque chose (Y eso me hace sentir algo)

La “niña Gorrión” ("la Môme Piaf") es su nombre artístico. Pequeña de estatura y frágil de cuerpo, pero de un alma grande y un carácter poderoso que la hicieron llegar lejos, a pesar de las adversidades y de los malos momentos que la atormentaron. La vida parecía enojada con ella y en sus desvaríos, no cansada de darle una niñez miserable y de haberle quitado a su pequeña hija Marcelle de dos años y a su manager descubridor, le arranca de sus brazos al amor más grande que ella hubiera tenido: Marcel.

Mon Dieu ! Mon Dieu ! Mon Dieu ! (¡Mi Dios! ¡Mi Dios! ¡Mi Dios!)
Laissez-le-moi (Déjamelo)
Encore un peu, (Todavía un poco)
Mon amoureux (a mi enamorado)
Mon Dieu ! Mon Dieu ! Mon Dieu ! (¡Mi Dios! ¡Mi Dios! ¡Mi Dios!)
Même si j'ai tort, (Igual si he sido yo la que se ha equivocado)
Laissez-le-moi (Déjamelo)Un peu... ( un poco…)

Marcel ha partido. ¡Vamos, no llores, Edith! Mejor canta, gorrión, canta como sólo tú lo haces. Tú lo has dicho bien: “Dieu réunit ceux qui s'aiment” (Dios reúne a aquellos que se aman). Ya no lo esperes a él. No ahora. Él ya no llegará en este vuelo a tu rencuentro. Otro será el vuelo que los reunirá. Espera un poco o mucho. En otro momento, en otra vida, la hora de amarse vendrá. Ahora recuerda a Marcel y cántanos ese himno al amor que le cantas a él.

Tant qu'l'amour inondera mes matins (Tanto que el amor inundara mis mañanas)
Tant que mon corps frémira sous tes mains (tanto que mi cuerpo se estremecerá bajo tus manos)
Peu m'importe les problèmes (poco me importan los problemas)
Mon amour puisque tu m'aimes (Mi amor puesto que tú me amas)
Si un jour la vie t'arrache a moi (Si un día la vida te arranca de mi)
Si tu meurs que tu sois loin de moi (Si tu mueres, que tu estés lejos de mi)
Peu m'importe si tu m'aimes (Poco me importa si tú me amas) Car moi je mourrais aussi (Porque yo moriré también)
Nous aurons pour nous l'éternité (Nosotros tendremos para nosotros la eternidad)
Dans le bleu de toute l'immensité ( Bajo el azul de toda la inmensidad)
Dans le ciel plus de problèmes (Dentro del cielo mas problemas)Mon amour crois-tu qu'on s'aime (Mi amor ¿Tú crees que nos amemos?)
Dieu réunit ceux qui s'aiment (Dios reúne a aquellos que se aman)

Cansada de la vida borrascosa que te tocó, enferma, quebradiza, adicta, aún así te niegas a dejar el escenario. Un poco de morfina te servirá. Te está matando lo sabes bien, pero más te mata el no cantar ¿No es así Edith? Haz de morir cantando, esa es tu vida, lo sabemos. Lo que importa es que no te arrepientes de nada. ¡Haces bien! No lamentes nada, Edith Piaf: ¿Qué sería de nosotros sin tu legado, sin tu música, sin tu voz? ¡Vamos, cántanos una vez más! ¡Transpórtanos otra vez a la vieja Francia! Déjanos escuchar tu sublime voz diciéndonos “Non! Rien de rien” (¡No! Nada de nada), esa voz tuya altiva, orgullosa, altanera, como la de quien segura está que no tiene nada que lamentarse del pasado, como la de quien se encuentra en paz con la vida, aunque ésta no siempre le haya sonreído como lo hubiera esperado.

Non, rien de rien, non je ne regrette rien, (¡No! Nada de nada, Yo no me arrepiento de nada)
Ni le bien qu’on ma fait, ni le mal, tout a m’est bien egal. (Ni el bien que se me ha hecho, ni el mal, todo me da igual)
Non, rien de rien, non je ne regrette rien. (No, nada de nada, yo no me arrepiento de nada)
C’est payé? Balayé? Oublié je me fous de passé? (Esta pagado, barrido, olvidado, a mí me vale el pasado)

TRAILER DE LA PELICULA : La Môme Piaf

sábado, 15 de marzo de 2008

LA MALA SUERTE

“Para ella no existían los días a los que la gente solía llamarles días infelices…”. Si, así empezaba ese escrito que saqué del libro de lecturas de mi tercer año de primaria, donde un pequeño hablaba de su madre y la alegría que la embargaba, aparentemente infinita e inacabable, no importaba que pasara. No recuerdo su titulo, pero recuerdo la imagen en tonos sepia de una mujer sentada a la que, a pesar de la oscuridad de la foto, lograba vislumbrarse su rostro hermoso y sobre todo, su paz interior.

Yo desde muy pequeña ya sentía esa pasión por el mundo de la literatura y la lectura, y esa obsesión escalofriante de acumular y guardar, como ratón, todo aquello que llamaba mi atención. Por eso muchas veces, arranqué de mis libros las lecturas que me gustaron y las guarde durante muchos años. No recuerdo que se hizo de ella y de otras tantas, pero me atrevería a decir que siguen guardadas en algún lado de la casa donde crecí.

Sí, para ella no existían los días infelices. Tengo esa primera frase grabada profundamente en la memoria. Recuerdo haber leído esa historia mil veces, cada que algún nuevo cachivache merecía ser guardado o con cada termino de un curso escolar, cuando mamá nos obligaba a deshacernos de lo que ya no nos servía, que en mi caso, resultaba siempre ser poco, por esa manía mía de pensar que quizá más adelante, lo que guardaba me serviría para algo, aunque confieso ahora que nunca fue así.

Me gustaba mucho, no sé si por la manera en como el niño se expresaba de su madre o quizás, tal vez porque desde pequeña, aunque de manera subconsciente, ya presagiaba los desastres venideros que provocarían juntas, mi mala suerte y mi alma tan distraída, por no decirle “apendejada”, y desastrosa que tengo, por lo que me serviría como un himno a la esperanza, la paciencia y la bienaventuranza, en los momentos de desesperación, ofuscación y falta de cordura provocados por uno o una serie de eventos desafortunados. Tal vez me gustaba por ambas razones, porque muy en el fondo pensaba que, cuando creciera, quería ser como esa mujer para que no existieran más que días felices en mi vida y cuando algún día infeliz se colara en mis momentos, yo supiera ignorarlo y no dejarlo que me turbe, como si este no hubiera existido nunca.

Creo que esa mujer tenía muy buena suerte, no puedo pensar en otra cosa para tanta felicidad. Por eso nunca seria posible que yo fuera como ella, con la suerte que me tocó. Tengo muy mala suerte, a mí no me digan que no. Si no, pregúntenselo a mi papá y el amablemente lo confirmara. No por nada, él y mi esposo me apodaron, a manera de burla, “lucky lady” (Dama de la suerte) el día lo llevamos al casino. Mi papá, contrariamente a mí, tiene la mejor de las suertes, así que no fue ninguna sorpresa cuando me acerqué a su maquina y lo vi ganando. El obsesionado, como toda la gente que se encuentra jugando ahí, ni me hizo caso por estar como garrapata a la maquinita, así que me quedé dos minutos sentada y después, me fui. Pero la sorpresa la tuve cuando al minuto de que me quité, se apareció mi papá, alegando que había empezado a perder apenas me acerque junto a él. ¡Pobre mi papá!, lo hice perder. ¡”Oops”! Al menos, si notó cuando me senté junto de él (jijiji).

¡Nunca digas que tienes mala suerte!, me decía de manera alarmada un peruano muy amable que conocí alguna vez en mis clases de inglés. ¡Pues si la tengo!, le rezongaba yo, al tiempo que le ponía cara de resignación - un gesto ya, común en mí- como la pongo cada vez que me pasa algo malo. Ahora entiendo que uno atrae la mala suerte con los pensamientos negativos y cuando uno cree que ya nada puede salir más mal, pasa algo peor. Por eso, para no invocar al karma negativo, el peruano me enseñó un concepto frutal que no acabo de relacionar y mucho menos entender, se dice ¡Tengo mala piña! Así es, no sólo tengo mala piña, tengo todo un ponche de frutas: que si la cubana de migración, que ya me trae más idiota y más loca de lo común, me sigue haciendo perder mi tiempo y mis energías sin definir nada de mi caso; que si me voy a perder la boda de otra de mis mejores amigas porque la cubana no delibera; que si las cosas que prometí enviar a México no llegan porque el avión donde las enviaría, extrañamente y poco usual, se descompone; que si tengo que cancelar boleto de avión una vez más y deshacer maletas; que si pierdo las mariposas que adornaban mi celular y no siendo esto suficiente, al rato después, pierdo entonces el celular con todos mis contactos; que si me pierdo yo manejando por esta ciudad tan grande, aun cuando sigo al pie de la letra las instrucciones del mapa y además de todo, llego tarde al trabajo; que si la maquina vendedora no me acepta mi billete y cuando me cambio de maquina y esta si lo acepta, se lo traga; que si mi cabello se cae; que si la alergia, me pica la garganta, la nariz, el dedo chiquito del pie y la nalga; ¡Que si la canción! Aunado a esto, estoy en la semana en la que mi humor se encuentra sobre una montana rusa, ¡Maldita menstruación, odio ser mujer esta semana! No crean que esto es la historia de mi vida, ¡NO!, sólo han sido las últimas dos semanas. Además de todo, me he quedado sin cable y mi tele no agarra ni los canales locales y eso, que se le consiguió una antena disque sofisticada. ¡Maldita tele!, sabía que las amenazas que alguna vez proferí en su contra, tarde o temprano se las merecería. No me deja ver a Jaime, al señor Jaime. Puedo soportar todo… ¿Pero llevar casi una semana sin ver al señor Bayly? ¡Adiós encuentros nocturnos! ¡Nooo! Eso sí lo amerita: ¡Depresión, depresión! (Gritan mis voces internas)

Hablando del señor Jaime, tengo que hacer un paréntesis para mencionar el único día bueno que he tenido antes de que empezara mi mala racha. Fue el día que lo conocí. Juré no lavarme nunca más la mejilla derecha, porque fue ahí donde me dio, no uno, si no dos besitos: uno cuando lo salude y le entregue la comida que le prometí (antojitos mexicanos), y el otro, cuando se despidió de mí. No podía haber estado más alucinada ese día. Repetí -en voz alta- que lo había conocido, todo el camino de regreso a casa. Sí, no me lavaría la mejilla nunca más. ¡Conocí a Jaime Bayly!, ¡Conocí a Jaime Bayly!, ¡Conocí a Jaime Baylyyyyyy!, le repetía como taradita a mi esposo, a manera de presunción - como si el no hubiera estado ahí, también- , pero mi esposo, no se si por despecho, por celos o más bien, por molestar, después de un rato de escuchar mi cantaleta, me lleno de besos ambos cachetes repetidamente y a montones, haciendo que todo encanto terminara en ese momento. ¡Noo, los besitos de Jaime!, ¡Que malvado!, le grité molesta. Entonces, después de eso, decidida me levante y me talle la cara (primero agua y jabón y después, astringente) para quitarme tanta baba y tantos gérmenes que me había dejado ahí, en aquel lugar donde alguna vez estuvieron los besos de Jaime, que diga del señor Jaime. Al par de días después, empezaron mis días tormentosos y mi mala suerte me volvió a acompañar una vez más.

No puedo evitar deprimirme a veces, por la mala suerte que se empeña en perseguirme a donde quiera que yo vaya. Me mude para los “Yunaites” para cambiar de aires, pero hasta aquí me persiguió. Por eso desde que empezó la ultima mala racha que he tenido (y no se acaba aún), no he podido evitar tener un atracón de “Pringles”, “Doritos”, “M & M’s”, “Ferrero Rocher”, “Snikers”, “Nerds” y “Skittles”, mientras le ruego a Dios que no me de un paro cardiaco, un coma diabético, me ponga gorda o peor aún, las tres cosas a la vez. Me siento como la comediante mexicana “la chupitos” (cada que la llevan a la comisaría), repitiendo constantemente: ¡No es justo!, ¡no es justo!, mientras me atraganto compulsivamente de comida chatarra y lloro mis amargas penas, al tiempo que veo la televisión sin imágenes y en modo “silencio”, esperando que suceda un milagro que me devuelva la señal.

“La vida no es justa”. Sí, “Life is not fair”, se podía leer fácilmente en letras mayúsculas esas palabras en el afiche pegado en el techo del consultorio del ginecólogo. ¡No me digas!, me pensaba con ironía y agudeza, como si el darse cuenta de eso, hiciera mas fácil la visita. La vida no es justa, sin embargo todo es cuestión de actitud, se dice. Piensa positivo, piensa positivo. Yo me pregunto si la suerte cambiará si se piensa positivo. ¡PUES NO! me respondo yo sola, después de tener pruebas fehacientes de que no es así.

Necesito probar algo diferente, creo que necesito una limpia, no, no creo, más bien, estoy convencida. ¡Necesito una buena limpia!, me repito con angustia, zozobra y desconsuelo. Una amiga me dijo que me pase un huevo por el cuerpo y si sale negro, es que sí lo necesitaba. He pensado seriamente hacerlo, aunque, pensándolo bien, creo necesitar algo más drástico al respecto. Necesito ayuda de una profesional que sacuda unas yerbitas en mi cuerpo, le tuerza el pescuezo a una gallinita, diga cosas sin sentido que sea natural no entender, baile la danza del pavo, que me haga ponerme de cabeza y luego de temblar como desquiciada y poner cara de orgasmo o de loca, me diga que ha logrado expulsar a todo espíritu y toda mala vibra lejos de mí. ¡Sí, buscare a una profesional!

Es irónico como puedo dar los mejores consejos a todo el mundo, pero no soy capaz de escucharme nunca: “Estas en el lugar correcto, Dios quiere que estés en lugar donde estas”, le decía hace poco a una amiga que la deportaron del país por problemas con migración. Calma, paciencia y perseverancia le decía. “Todo pasa, todo pasa”, le decía a otra. “No dejes que nada, ni nadie te quiten la felicidad” a una tercera. Yo en cambio, en vez de seguir mis propios consejos, estoy como loca, dándome de golpes contra la pared.

Por supuesto mis amigos y mi familia siempre corren a mi rescate.

¡La suerte de las feas a las bonitas nos vale madre!, pone mi hermanita a lado de su “nick” del Messenger, para hacerme olvidar todo ese rollo de la mala suerte. Pero yo, lejos de creérmelo, y llena de envidia porque además de ser bonita, ella heredó la buena suerte de mi papa, le envío uno de esos “Emoticon” (de esos muñequitos curiosos del Messenger) que tengo guardado con el titulo “Toma”, en el que el muñequito, lleno de saña, le da de golpes al otro con un mazo, hasta quitarle la cara de felicidad.

¡Haces muchos planes!, me dice uno de mis queridos amigos. Las cosas se darán cuando se tengan que dar. Ya no planees tanto y veras que cuando lo que anhelas se cumpla, lo vas a disfrutar más. Me río por dentro como si fuera una burla lo que acababa de decirme, sabiendo que vengo de una escuela de contaduría y administración donde, desde el primer hasta el ultimo día de mis casi 6 años de carrera, nos hicieron desayunar, almorzar y cenar la planeación. Pero me parece sensato lo que me dice. ¿Planeación estratégica?, ¡Las bolas de mis dos hermanos!-me pienso, ¡al diablo con la planeación! Ahora iré a donde me lleve el viento, dependeré del humor de Dios o del diablo en un momento dado. Yo propongo, dios dispone, viene el diablo y, nada de me descompone, me “chinga” todos mis planes. Pero si es necesario, haré una fiesta con él, creo que puede llegar a ser divertida después de todo.

Me han servido de consuelo una canción hermosa llamada “Tienen tu color” de Jesus Adrian Romero y un “foward” (reenvío) titulado “Nunca te enojes”, que recibí, vía correo electrónico, de diferentes amigos (los comparto como anexos al escrito).

Todo me turba, todo me espanta, nada se pasa. Mi paciencia se fue por el caño, le dije a una de mis mejores amigas después que me dijo una oración muy bonita para consolarme de santa Teresa de Ávila, que yo distorsioné de manera aberrante. No hay quien se salve de mí cuando estoy en mis peores etapas de negativismo.

“Nada me sale bien”, me quejé por segunda vez consecutiva esta semana con la misma amiga, por una cosa diferente, mientras las lagrimas se me escapaban de los ojos. ¿Te acuerdas de la oración?, me pregunto mientras me la repetía una vez más esa semana: Nada te turbe, nada te espante, todo se pasa. Dios no se muda. La paciencia todo lo alcanza. Quien a Dios tiene, nada le falta. Sólo Dios basta.

“Para ella no existían los días a los que la gente solía llamarles días infelices…”. No creo que alguien alguna vez escribiera algo así de mí. Pero si me suena, más bien, algo así: “Para ella existían, de manera común, los días a los que la gente solía llamarles días infelices y desastrosos, pero como le gustaba burlarse de ellos para sentir que todo y, a la vez, nada pasaba.”












JKO

jueves, 6 de marzo de 2008

NIVELES DE UNIÓN DE LAS PAREJAS



Para los casaderos

Unos más jóvenes que otros aunque, la mayoría cree que ya es el momento. Unos porque sienten que ya es hora de dejar “el nido”, otros porque ya están hartos de vivir en él. Unos porque “metieron la pata”, otros porque querían meterla y otros porque ya la metían y querían legalizar su situación. La mayoría porque terminó por fin la escuela, porque consiguió un buen trabajo, porque cree haber encontrado a la pareja perfecta. Quiero pensar que todos ellos, por amor, ignorando completamente los muchos matrimonios “de la alta alcurnia” de la suciedad, que diga, de la sociedad Yucateca, que son por interés.

Por todo eso, una carrera de bodorrios entre mis amigos y familiares inicio el año pasado y continúa incesante y galopante a lo largo de todo este año. Es el motivo de ese retoque de campanitas que escucho constantemente. Es el motivo también, por el cual me decidí a continuar este escrito que inicié hace algún tiempo y deje sin terminar.

Al principio, pensé en dar algún consejo práctico a los futuros casaderos, pero lo único en lo que pude pensar fue: “Antes de aventarle a tu pareja cualquier objeto corto punzante, pesado o que pueda lastimar, cuenta hasta mil lentamente, si aún así el enojo continua, entonces aviéntalo sin remordimiento”. El consejo, aunque netamente práctico, me resultó un tanto descabellado. Nunca he sido la más indicada como para dar buenos consejos, lo acepto. Es más, aquí entre nos y con un poco de sinceridad, yo no seguiría mis propios consejos tampoco. Por eso, me resulta difícil entender cómo es que muchos de mis amigos cuando tiene problemas, continúan recurriendo a mí. .

Así que cambié mejor de idea y opté por hablar de cosas más bonitas como la felicidad eterna que les deseaba a todos y los cuentos de hadas con finales felices que creía que era posible que existan en la realidad, aunque tuviera que mencionar también la existencia, al por menor o por mayor, -como en todo cuento- de: brujas, locas, ogros, sapos desencantados, zorros y zorras y toda esa clase de animalejos perversos que suelen hablar y echar, nuestros cuentos de color de rosa, a perder. Pero no quise hablar de los aspectos negativos y arruinar el encanto y la magia.

Así púes, me decidí, a hablar de lo maravilloso y lo importante del amor de pareja y lo primordial, cómo conservarlo. Y… ¡DIABLOS! Fue ahí precisamente, donde me tope con el problema mayor. Estaba segura, como muchos, que es muy bonito y muy importante, pero… ¿Qué más podría decir una chica con poca experiencia en el matrimonio, de padres divorciados, que nunca hubo tomado cursos prematrimoniales, ni curso alguno de superación personal como “la escuela para mujeres” o algo similar? Me encontré absorta en mis pensamientos y después de un rato como todo bribón, recurrí a mi última esperanza: la fe. Intenté desesperadamente, recordar alguna frase, idea o pensamiento que hubiera escuchado y sirviera como base para desarrollar este escrito, pero todo fue en vano. Me reproché una vez más, como tantas otras, el haber sido siempre tan distraída y no haber prestado atención la mayoría de las veces que fui a misa.

Mi escrito lo dejé inconcluso porque sentí que me quedé sin respuestas. No hace mucho afirmé que no entendía la extraña manera que Dios tenía para trabajar y aún sigo sin entenderla, sin embargo me he dado cuenta de algunas de sus “movidas”: cuando tenemos buenas intenciones e intentamos hacer un bien, Dios se pone de nuestro lado. Por eso, un tiempo más adelante la respuesta que esperaba llegó a mí, sin que yo pusiera mucho esfuerzo por encontrarla.

Un par de días antes de que eso pasara, sucedió una anécdota que me gustaría compartirles. Más adelante entenderán cual es la relación con todo esto.

Coincidí una tarde con un amigo habitual y nos pusimos a conversar. Él es de creencias católicas fuertemente arraigadas. Yo lo sé bien. Aun así, me atreví a contarle que me cambiaría de religión.

Al principio, muy serio él, me preguntó acerca de esta nueva religión que había logrado cambiar mis convicciones ideológicas de la noche a la mañana. Yo le dije que era una religión relativamente nueva y aunque, ya contaba con un número considerable de integrantes para no ser ignorada, la hermandad seguía en búsqueda de adeptos comprometidos con un nuevo sentido de fe y de religión.

No era necesario tener que ir a misa, ni confesarse cada semana, le recalqué con ánimos triunfantes, puesto que nunca me pareció tener que confesarme, con alguien que, posiblemente, se encontraba con una lista más larga de pecados que la mía. Es más, también le conté que ni si quiera había que congregarse en algún sitio en particular, cualquier sitio podía ser lugar propicio para la adoración. Él extrañado y tratando de no perder la calma que lo hicieran emitir juicios, que luego pudieran ser usados en su contra en un futuro posterior, me pidió que continuara.

Le expliqué que a pesar de eso, existía un centro de culto y alabanza, para los que lo desearan. Yo le conté muy seria que ahí, adorábamos a un tótem gigante en forma de falo. Él pareció desconcertado y puso una mueca de extrañeza porque creyó haber escuchado mal, por eso, me pidió que le repitiera lo que acababa de decir. Fue entonces, cuando me solté a reír porque ya no pude contener la risa.

Mi amigo pronto se dio cuenta de que todo lo que acababa de decirle era una broma. Soltó una carcajada (creo que después de imaginarse con detalles, lo que acababa de decirle). Me dijo que era una zonza y que lo había asustado. Además, también me dijo que era una grosera. Yo lo acepté, lo acepté porque me dio mucha risa verlo tan angustiado todo ese tiempo, también le dije que no podía negar que lo había hecho reír.

No tarde en recordar mi maldad cuando, sin intenciones genuinas de cambiar de religión y más bien, por azares del destino y algo de curiosidad, terminé un par de días después de ese suceso, en una iglesia bautista. Tampoco tarde en pensar temerosa, no de Dios, si no de mi amigo, en el papel de juez castigador, dándome golpazos con un mazo, si se enteraba donde me encontraba.

Sin embargo, puedo decir que me fue muy grato y sobre todo, revelador haber estado ahí.
Quiero que quede constatado: al compartir esto, no lo hago con ánimos de promoción alguna hacia la iglesia bautista, que dicho sea de paso, es tan cristiana como la católica. No intento que nadie deje la religión católica, cambie de convicciones, ni mucho menos empiece a asistir a una iglesia bautista. No, simplemente intento compartirles la revelación que llegó a mí, porqué me parece adecuado compartirla. Además, preferiría no ser excomulgada a tan pronta edad de la iglesia a la que he “pertenecido” toda mi vida, por andar robándome a los pocos adeptos que todavía creen en ella como institución. Por eso, diremos que les contaré todo esto únicamente con ánimos periodísticos neutrales.

Ese domingo me sorprendió la amabilidad de la gente que saludaba como si fuéramos feligreses del lugar. Todos sonrientes, como si ir al “servicio”, como ellos le llaman, fuera una alegría y no una obligación.

Un coro de pequeñitos de entre cuatro y cinco años de edad sentados en las escaleras del lugar, al que yo, posiblemente de manera equivocada, le llamaré altar, entonaban sus vocecillas infantiles con una canción que decía algo así:

“Holiness, holiness is what I long for” ( Santidad, santidad es lo que ansío)“Holiness is what I need” (Santidad es lo que necesito) “Holiness, holiness is what You Want from me…”( Santidad es lo que Tú quieres de mí)
Fue después de eso, que un pastor hizo su aparición con la repuesta que yo ya no me acordaba que buscaba. Mencionó algo acerca del origen del hombre y luego, una frase del Libro Génesis que varias veces había oído, pero nunca le había prestado verdadera atención: “No es bueno que el hombre esté sólo; le haré ayuda idónea para él”.

Algo que me pareció muy curioso fue que los asistentes, a manera intercalada con el sermón del ministro, levantaban su voz, y sin permiso alguno, gritaban “Aleluya” o “Amen”, de manera emocionada y convincente. Yo, tan curiosa como siempre, no podía evitar no voltear para ver quien era el que gritaba, pero al parecer eran varios de los asistentes los emocionados.

Fue entonces, cuando el ministro hablo de los tres niveles de unión que eran necesarias para que un matrimonio fuera exitoso y durable:

1) Debía haber una unión de cuerpo con cuerpo. ¿Por qué no hablar del sexo si Dios lo inventó? Grito repentinamente y más emocionado que los feligreses. Yo, por supuesto, saque lápiz y papel y empecé a apuntar. ¡Sí! El sexo es importante y practicarlo con frecuencia es sano para la estabilidad de la pareja. No hay que menospreciarlo, ni hacer que caiga en desuso.-Dijo. Así que, por favor, esposas, no es bueno tener dolores de cabeza todos los días. ¡ALELUYA!- Gritó una voz iluminada con mucho entusiasmo y felicidad. Yo no supe si reír o no. Pero empecé a convencerme de cambiar de religión. El ministro me parecieron un personaje muy curioso, más curioso que los niños del coro.
2) Un mejor matrimonio incluye una unión de alma con alma, en adición a la de cuerpo con cuerpo.-Continuó- Señores, hay que compartir actividades en común con su pareja. Hagan un esfuerzo por pasar un tiempo a solas con su esposo o esposa. Un tiempo sólo para ustedes. ¿Qué es eso de que tu alma gemela está por su lado y tú por el tuyo? Tienen que encontrar alguna actividad en común que disfruten hacer juntos: vayan al cine, a bailar, a cenar, pescar, caminar, etc.

Ejemplifico el punto, contando como su esposa a pesar de no gustarle subirse a los barcos, lo había acompañado a bucear para compartir tiempo con él. Para él fue suficiente con que haya ido, aunque ella no haya querido bucear. Él pidió un aplauso especial para ella, después de contar que mientras se encontraba bajo el agua, le pareció ver la sombra de una persona asomando la cabeza por fuera del barco, vomitando, y que después de un rato, cuando regresó a la superficie, descubrió que aquella sombra era la de su pobre esposa que se había mareado. Claro, eso a mí me pareció un extremo, sin embargo, creo que fue plausible el esfuerzo de la mujer por compartir un poco de tiempo y de las actividades que le interesaban a su marido.

3) Un verdadero matrimonio debe tener una unión de cuerpo con cuerpo, alma con alma. Además, debe tener una unión de espíritu con espíritu. Aquí, habló de la importancia del matrimonio guiada por la religión y de compartir las mismas creencias religiosas para asegurar el éxito en el matrimonio. No solamente era importante tener una base religiosa, si no también tener las mismas creencias al respecto. Esto es, era necesario buscar desde el noviazgo parejas de nuestra misma religión o en su defecto, si no era esto posible, definir cual de las dos religiones seria la que como pareja se profesaría, pero no tener dos distintas. Hacia falta esa unión también para el éxito del matrimonio.


Yo tengo algunas ideas al respecto, sobre todo, para las parejas jóvenes: Todo es paso por paso. Creo que no importa cuantas veces se falle en el intento de llegar al punto número tres: siempre se puede volver a empezar y volver al punto número uno, cuantas veces sean necesarias, y lo mejor (a mi parecer) es que se puede permanecer en el punto uno el tiempo que se juzgue necesario, hasta que se crea que se puede pasar al punto número dos de manera satisfactoria. El sexo aunque es una actividad en pareja, no cuenta para pasar al punto numero dos, hay que buscar alguna otra actividad más, en común. Por ultimo, yo creo el camino de la felicidad se encuentra cuando las parejas van tomadas de la mano de Dios.

Por eso es importante asistir a alguna iglesia, templo o centro de adoración. El que sea, lo importante es ser constantes. Yo por ejemplo, no me decido si volver a esta iglesia bautista que tan buenos consejos me dio o averiguar acerca de la iglesia de Ybor City, Florida cuyo pastor llamado Paul Wirth, el pasado diez y nueve de febrero, anunció un reto llamado “The 30-Day Sex Challenge” (El reto de los 30 días de sexo) para los miembros de su iglesia. “Hanky-panky every day” (Hanky-panky todos los días) fueron sus palabras literales. Yo sé que la mayoría de ustedes saben a qué se refiere el término “hanky-panky”, ¡A mí no me engañan, no se hagan los inocentes! Si alguien no lo sabe, por favor, pregúntenselo a quien más confianza le tengan. ¡A mi no!, que yo no sé qué es, traté de averiguar en el diccionario, pero no aparece el término. Así que iré a preguntarle a ese pastorcito acerca de ello y a ver, qué buenos consejos me puede dar al respecto...

JKO