El silencio no es un buen consejero. Tampoco mi
conciencia que incansablemente me repetía tu nombre al punto de convertirse en
obsesión. Deseaba con todas mis ansias verte hoy, mañana, todos los días de mi
vida. Me gusta tu mirada. Es perversa, cautivadora. Sin ni siquiera pedírmelo, me ha
convencido a pecar, a perderme por los caminos erróneos de la lujuria y del
placer mundano. Si la eternidad
existiera, a tu lado, no habría salvación para mí, pero valdría la pena. Me
gustan los chicos malos, eso lo sé desde tiempo atrás. Contigo, me olvidé de él… Y del otro también. Pensar
lo fácil que fue. Con tu maliciosa sonrisa borre de mi mente todas las noches en que, como Bella, me debatí
entre el amor de Edward y de Jacob. Ahora todo era claro, ninguno de los dos. Le
dije a mi amiga Wendy que podría quedarse con ambos. Incluso, tuve la osadía de
regalarle a tu querido hermano Stefan. Ya no pelearíamos por los mismos hombres,
nunca más. Sólo te quería a ti.
El circo que llegó al pueblo era un circo de vampiros,
se instalaron en la bahía de Bayside. No fue la idea de ser inmortal lo que me llevo hacia la taquilla sin
pensarlo dos veces aunque, te confieso, me atraía. Ni siquiera recuerdo haber
caminado hacia ahí: fue automático, había como un imán que me jalaba sin
voluntad hacia lo desconocido, lo enigmático… hacia ti. ¡Vampiros malabaristas!
Dijo con poco entusiasmo, como obligado, el vendedor de aspecto cansino y
ojeroso. Era joven, pero no era nada agraciado, por eso, descarte la idea de
que pudiera ser vampiro. Eso me desanimo: lucía tan humano… Por un momento al
verlo, hasta dudé de la existencia de seres como tú, pero yo me aferraba a ti,
a tu belleza eterna, a la franqueza de tu alma con sus intenciones un tanto malévolas.
Le pregunté al vendedor sonriendo, si el
costo de mi ticket incluía una mordida en mi cuello hacia la eternidad, pero mi
chiste pareció no le hacerle la misma
gracia que a mí. Pensé en ti de nuevo,
pero resultaba poco probable encontrarte ahí.
Buscarte sería en vano, no había indicio de que en ese circo los vampiros
fueran de verdad. El vendedor pareció sorprendido, pero se alegro de que no
comprara ningún boleto para la función de aquella noche.
Esta mañana pensé estar a punto de encontrar la
verdad; aquel automóvil llevaba en sus placas la respuesta. Mi vista miope sólo
me permitió ver las letras grandes que en rojo decían “AMOR ES”. Por un momento, pensé que diría tu nombre y
me sentí estúpida. De pronto, me pregunté si no sería en vano tener tantas fotos
tuyas en mi celular. Tuve una urgencia de verte, me encontraba capturada por tu
belleza, hipnotizada por tu mirada, sin voluntad propia para volver a mi realidad.
Me gustaba estar así, pensando el día entero en ti. Me sacó de mi
ensimismamiento la velocidad con la que pasó
a mi lado el automóvil emisario y me temí del mensaje que dicha analogía me
pintaba: el amor es…fugaz. ¡Nooo! Sacudí
mi cabeza intempestivamente. Me negué a pensar que ese mensaje era para
mí, que
lo nuestro (lo que sea que lo nuestro fuera) era efímero, caduco,
pasajero. Yo más bien, contigo, pensaba en la eternidad. No dudaba de la
existencia de tu alma, pero estaba dispuesta a entregarte la mía por si acaso
te faltara una. Mi alma sólo tenía avidez
de ti. Por eso aceleré. Si acaso algo era el amor, era locura y yo
estaba dispuesta a demostrarlo. Por eso, decidí perseguir al amor de manera
desquiciada por una de las arterias principales de Miami: el Turnpike. Por muy
sesgada que fuera, tenía que hallar una respuesta al amor, una que no arruinara mis fantasías contigo,
que no hiciera polvo al viento mis ilusiones de ti. Quise alcanzarlo,
entenderlo o por lo menos, leerlo
completo. Sería como alcanzarte, entenderte o leerte a ti. Alcanzar al amor me pareció una causa intensa,
pero noble. No fue justo que el carro patrulla me haya detenido sólo a mí. El
amor resultó una incógnita… y una multa de 179.00 dólares por andar a alta
velocidad. Mientras esperaba a que el policía me dejara ir, sentada en mi carro
con las manos y la cabeza apoyadas al volante, suspiré pensando en nuestro próximo encuentro nocturno. La cita era
cada jueves, misma hora, mismo canal. No fue mi alma, si no mi espera la que se
volvió eterna. Una espera que ahora aguardaba por ti y no por Edward. A veces, cuando cierro
mis ojos, pienso ver vislumbres de ti. Yo mientras tanto te busco sin cansancio,
Damon, pero sigo sin hallarte aquí en mi
realidad…