sábado, 15 de marzo de 2008

LA MALA SUERTE

“Para ella no existían los días a los que la gente solía llamarles días infelices…”. Si, así empezaba ese escrito que saqué del libro de lecturas de mi tercer año de primaria, donde un pequeño hablaba de su madre y la alegría que la embargaba, aparentemente infinita e inacabable, no importaba que pasara. No recuerdo su titulo, pero recuerdo la imagen en tonos sepia de una mujer sentada a la que, a pesar de la oscuridad de la foto, lograba vislumbrarse su rostro hermoso y sobre todo, su paz interior.

Yo desde muy pequeña ya sentía esa pasión por el mundo de la literatura y la lectura, y esa obsesión escalofriante de acumular y guardar, como ratón, todo aquello que llamaba mi atención. Por eso muchas veces, arranqué de mis libros las lecturas que me gustaron y las guarde durante muchos años. No recuerdo que se hizo de ella y de otras tantas, pero me atrevería a decir que siguen guardadas en algún lado de la casa donde crecí.

Sí, para ella no existían los días infelices. Tengo esa primera frase grabada profundamente en la memoria. Recuerdo haber leído esa historia mil veces, cada que algún nuevo cachivache merecía ser guardado o con cada termino de un curso escolar, cuando mamá nos obligaba a deshacernos de lo que ya no nos servía, que en mi caso, resultaba siempre ser poco, por esa manía mía de pensar que quizá más adelante, lo que guardaba me serviría para algo, aunque confieso ahora que nunca fue así.

Me gustaba mucho, no sé si por la manera en como el niño se expresaba de su madre o quizás, tal vez porque desde pequeña, aunque de manera subconsciente, ya presagiaba los desastres venideros que provocarían juntas, mi mala suerte y mi alma tan distraída, por no decirle “apendejada”, y desastrosa que tengo, por lo que me serviría como un himno a la esperanza, la paciencia y la bienaventuranza, en los momentos de desesperación, ofuscación y falta de cordura provocados por uno o una serie de eventos desafortunados. Tal vez me gustaba por ambas razones, porque muy en el fondo pensaba que, cuando creciera, quería ser como esa mujer para que no existieran más que días felices en mi vida y cuando algún día infeliz se colara en mis momentos, yo supiera ignorarlo y no dejarlo que me turbe, como si este no hubiera existido nunca.

Creo que esa mujer tenía muy buena suerte, no puedo pensar en otra cosa para tanta felicidad. Por eso nunca seria posible que yo fuera como ella, con la suerte que me tocó. Tengo muy mala suerte, a mí no me digan que no. Si no, pregúntenselo a mi papá y el amablemente lo confirmara. No por nada, él y mi esposo me apodaron, a manera de burla, “lucky lady” (Dama de la suerte) el día lo llevamos al casino. Mi papá, contrariamente a mí, tiene la mejor de las suertes, así que no fue ninguna sorpresa cuando me acerqué a su maquina y lo vi ganando. El obsesionado, como toda la gente que se encuentra jugando ahí, ni me hizo caso por estar como garrapata a la maquinita, así que me quedé dos minutos sentada y después, me fui. Pero la sorpresa la tuve cuando al minuto de que me quité, se apareció mi papá, alegando que había empezado a perder apenas me acerque junto a él. ¡Pobre mi papá!, lo hice perder. ¡”Oops”! Al menos, si notó cuando me senté junto de él (jijiji).

¡Nunca digas que tienes mala suerte!, me decía de manera alarmada un peruano muy amable que conocí alguna vez en mis clases de inglés. ¡Pues si la tengo!, le rezongaba yo, al tiempo que le ponía cara de resignación - un gesto ya, común en mí- como la pongo cada vez que me pasa algo malo. Ahora entiendo que uno atrae la mala suerte con los pensamientos negativos y cuando uno cree que ya nada puede salir más mal, pasa algo peor. Por eso, para no invocar al karma negativo, el peruano me enseñó un concepto frutal que no acabo de relacionar y mucho menos entender, se dice ¡Tengo mala piña! Así es, no sólo tengo mala piña, tengo todo un ponche de frutas: que si la cubana de migración, que ya me trae más idiota y más loca de lo común, me sigue haciendo perder mi tiempo y mis energías sin definir nada de mi caso; que si me voy a perder la boda de otra de mis mejores amigas porque la cubana no delibera; que si las cosas que prometí enviar a México no llegan porque el avión donde las enviaría, extrañamente y poco usual, se descompone; que si tengo que cancelar boleto de avión una vez más y deshacer maletas; que si pierdo las mariposas que adornaban mi celular y no siendo esto suficiente, al rato después, pierdo entonces el celular con todos mis contactos; que si me pierdo yo manejando por esta ciudad tan grande, aun cuando sigo al pie de la letra las instrucciones del mapa y además de todo, llego tarde al trabajo; que si la maquina vendedora no me acepta mi billete y cuando me cambio de maquina y esta si lo acepta, se lo traga; que si mi cabello se cae; que si la alergia, me pica la garganta, la nariz, el dedo chiquito del pie y la nalga; ¡Que si la canción! Aunado a esto, estoy en la semana en la que mi humor se encuentra sobre una montana rusa, ¡Maldita menstruación, odio ser mujer esta semana! No crean que esto es la historia de mi vida, ¡NO!, sólo han sido las últimas dos semanas. Además de todo, me he quedado sin cable y mi tele no agarra ni los canales locales y eso, que se le consiguió una antena disque sofisticada. ¡Maldita tele!, sabía que las amenazas que alguna vez proferí en su contra, tarde o temprano se las merecería. No me deja ver a Jaime, al señor Jaime. Puedo soportar todo… ¿Pero llevar casi una semana sin ver al señor Bayly? ¡Adiós encuentros nocturnos! ¡Nooo! Eso sí lo amerita: ¡Depresión, depresión! (Gritan mis voces internas)

Hablando del señor Jaime, tengo que hacer un paréntesis para mencionar el único día bueno que he tenido antes de que empezara mi mala racha. Fue el día que lo conocí. Juré no lavarme nunca más la mejilla derecha, porque fue ahí donde me dio, no uno, si no dos besitos: uno cuando lo salude y le entregue la comida que le prometí (antojitos mexicanos), y el otro, cuando se despidió de mí. No podía haber estado más alucinada ese día. Repetí -en voz alta- que lo había conocido, todo el camino de regreso a casa. Sí, no me lavaría la mejilla nunca más. ¡Conocí a Jaime Bayly!, ¡Conocí a Jaime Bayly!, ¡Conocí a Jaime Baylyyyyyy!, le repetía como taradita a mi esposo, a manera de presunción - como si el no hubiera estado ahí, también- , pero mi esposo, no se si por despecho, por celos o más bien, por molestar, después de un rato de escuchar mi cantaleta, me lleno de besos ambos cachetes repetidamente y a montones, haciendo que todo encanto terminara en ese momento. ¡Noo, los besitos de Jaime!, ¡Que malvado!, le grité molesta. Entonces, después de eso, decidida me levante y me talle la cara (primero agua y jabón y después, astringente) para quitarme tanta baba y tantos gérmenes que me había dejado ahí, en aquel lugar donde alguna vez estuvieron los besos de Jaime, que diga del señor Jaime. Al par de días después, empezaron mis días tormentosos y mi mala suerte me volvió a acompañar una vez más.

No puedo evitar deprimirme a veces, por la mala suerte que se empeña en perseguirme a donde quiera que yo vaya. Me mude para los “Yunaites” para cambiar de aires, pero hasta aquí me persiguió. Por eso desde que empezó la ultima mala racha que he tenido (y no se acaba aún), no he podido evitar tener un atracón de “Pringles”, “Doritos”, “M & M’s”, “Ferrero Rocher”, “Snikers”, “Nerds” y “Skittles”, mientras le ruego a Dios que no me de un paro cardiaco, un coma diabético, me ponga gorda o peor aún, las tres cosas a la vez. Me siento como la comediante mexicana “la chupitos” (cada que la llevan a la comisaría), repitiendo constantemente: ¡No es justo!, ¡no es justo!, mientras me atraganto compulsivamente de comida chatarra y lloro mis amargas penas, al tiempo que veo la televisión sin imágenes y en modo “silencio”, esperando que suceda un milagro que me devuelva la señal.

“La vida no es justa”. Sí, “Life is not fair”, se podía leer fácilmente en letras mayúsculas esas palabras en el afiche pegado en el techo del consultorio del ginecólogo. ¡No me digas!, me pensaba con ironía y agudeza, como si el darse cuenta de eso, hiciera mas fácil la visita. La vida no es justa, sin embargo todo es cuestión de actitud, se dice. Piensa positivo, piensa positivo. Yo me pregunto si la suerte cambiará si se piensa positivo. ¡PUES NO! me respondo yo sola, después de tener pruebas fehacientes de que no es así.

Necesito probar algo diferente, creo que necesito una limpia, no, no creo, más bien, estoy convencida. ¡Necesito una buena limpia!, me repito con angustia, zozobra y desconsuelo. Una amiga me dijo que me pase un huevo por el cuerpo y si sale negro, es que sí lo necesitaba. He pensado seriamente hacerlo, aunque, pensándolo bien, creo necesitar algo más drástico al respecto. Necesito ayuda de una profesional que sacuda unas yerbitas en mi cuerpo, le tuerza el pescuezo a una gallinita, diga cosas sin sentido que sea natural no entender, baile la danza del pavo, que me haga ponerme de cabeza y luego de temblar como desquiciada y poner cara de orgasmo o de loca, me diga que ha logrado expulsar a todo espíritu y toda mala vibra lejos de mí. ¡Sí, buscare a una profesional!

Es irónico como puedo dar los mejores consejos a todo el mundo, pero no soy capaz de escucharme nunca: “Estas en el lugar correcto, Dios quiere que estés en lugar donde estas”, le decía hace poco a una amiga que la deportaron del país por problemas con migración. Calma, paciencia y perseverancia le decía. “Todo pasa, todo pasa”, le decía a otra. “No dejes que nada, ni nadie te quiten la felicidad” a una tercera. Yo en cambio, en vez de seguir mis propios consejos, estoy como loca, dándome de golpes contra la pared.

Por supuesto mis amigos y mi familia siempre corren a mi rescate.

¡La suerte de las feas a las bonitas nos vale madre!, pone mi hermanita a lado de su “nick” del Messenger, para hacerme olvidar todo ese rollo de la mala suerte. Pero yo, lejos de creérmelo, y llena de envidia porque además de ser bonita, ella heredó la buena suerte de mi papa, le envío uno de esos “Emoticon” (de esos muñequitos curiosos del Messenger) que tengo guardado con el titulo “Toma”, en el que el muñequito, lleno de saña, le da de golpes al otro con un mazo, hasta quitarle la cara de felicidad.

¡Haces muchos planes!, me dice uno de mis queridos amigos. Las cosas se darán cuando se tengan que dar. Ya no planees tanto y veras que cuando lo que anhelas se cumpla, lo vas a disfrutar más. Me río por dentro como si fuera una burla lo que acababa de decirme, sabiendo que vengo de una escuela de contaduría y administración donde, desde el primer hasta el ultimo día de mis casi 6 años de carrera, nos hicieron desayunar, almorzar y cenar la planeación. Pero me parece sensato lo que me dice. ¿Planeación estratégica?, ¡Las bolas de mis dos hermanos!-me pienso, ¡al diablo con la planeación! Ahora iré a donde me lleve el viento, dependeré del humor de Dios o del diablo en un momento dado. Yo propongo, dios dispone, viene el diablo y, nada de me descompone, me “chinga” todos mis planes. Pero si es necesario, haré una fiesta con él, creo que puede llegar a ser divertida después de todo.

Me han servido de consuelo una canción hermosa llamada “Tienen tu color” de Jesus Adrian Romero y un “foward” (reenvío) titulado “Nunca te enojes”, que recibí, vía correo electrónico, de diferentes amigos (los comparto como anexos al escrito).

Todo me turba, todo me espanta, nada se pasa. Mi paciencia se fue por el caño, le dije a una de mis mejores amigas después que me dijo una oración muy bonita para consolarme de santa Teresa de Ávila, que yo distorsioné de manera aberrante. No hay quien se salve de mí cuando estoy en mis peores etapas de negativismo.

“Nada me sale bien”, me quejé por segunda vez consecutiva esta semana con la misma amiga, por una cosa diferente, mientras las lagrimas se me escapaban de los ojos. ¿Te acuerdas de la oración?, me pregunto mientras me la repetía una vez más esa semana: Nada te turbe, nada te espante, todo se pasa. Dios no se muda. La paciencia todo lo alcanza. Quien a Dios tiene, nada le falta. Sólo Dios basta.

“Para ella no existían los días a los que la gente solía llamarles días infelices…”. No creo que alguien alguna vez escribiera algo así de mí. Pero si me suena, más bien, algo así: “Para ella existían, de manera común, los días a los que la gente solía llamarles días infelices y desastrosos, pero como le gustaba burlarse de ellos para sentir que todo y, a la vez, nada pasaba.”












JKO

jueves, 6 de marzo de 2008

NIVELES DE UNIÓN DE LAS PAREJAS



Para los casaderos

Unos más jóvenes que otros aunque, la mayoría cree que ya es el momento. Unos porque sienten que ya es hora de dejar “el nido”, otros porque ya están hartos de vivir en él. Unos porque “metieron la pata”, otros porque querían meterla y otros porque ya la metían y querían legalizar su situación. La mayoría porque terminó por fin la escuela, porque consiguió un buen trabajo, porque cree haber encontrado a la pareja perfecta. Quiero pensar que todos ellos, por amor, ignorando completamente los muchos matrimonios “de la alta alcurnia” de la suciedad, que diga, de la sociedad Yucateca, que son por interés.

Por todo eso, una carrera de bodorrios entre mis amigos y familiares inicio el año pasado y continúa incesante y galopante a lo largo de todo este año. Es el motivo de ese retoque de campanitas que escucho constantemente. Es el motivo también, por el cual me decidí a continuar este escrito que inicié hace algún tiempo y deje sin terminar.

Al principio, pensé en dar algún consejo práctico a los futuros casaderos, pero lo único en lo que pude pensar fue: “Antes de aventarle a tu pareja cualquier objeto corto punzante, pesado o que pueda lastimar, cuenta hasta mil lentamente, si aún así el enojo continua, entonces aviéntalo sin remordimiento”. El consejo, aunque netamente práctico, me resultó un tanto descabellado. Nunca he sido la más indicada como para dar buenos consejos, lo acepto. Es más, aquí entre nos y con un poco de sinceridad, yo no seguiría mis propios consejos tampoco. Por eso, me resulta difícil entender cómo es que muchos de mis amigos cuando tiene problemas, continúan recurriendo a mí. .

Así que cambié mejor de idea y opté por hablar de cosas más bonitas como la felicidad eterna que les deseaba a todos y los cuentos de hadas con finales felices que creía que era posible que existan en la realidad, aunque tuviera que mencionar también la existencia, al por menor o por mayor, -como en todo cuento- de: brujas, locas, ogros, sapos desencantados, zorros y zorras y toda esa clase de animalejos perversos que suelen hablar y echar, nuestros cuentos de color de rosa, a perder. Pero no quise hablar de los aspectos negativos y arruinar el encanto y la magia.

Así púes, me decidí, a hablar de lo maravilloso y lo importante del amor de pareja y lo primordial, cómo conservarlo. Y… ¡DIABLOS! Fue ahí precisamente, donde me tope con el problema mayor. Estaba segura, como muchos, que es muy bonito y muy importante, pero… ¿Qué más podría decir una chica con poca experiencia en el matrimonio, de padres divorciados, que nunca hubo tomado cursos prematrimoniales, ni curso alguno de superación personal como “la escuela para mujeres” o algo similar? Me encontré absorta en mis pensamientos y después de un rato como todo bribón, recurrí a mi última esperanza: la fe. Intenté desesperadamente, recordar alguna frase, idea o pensamiento que hubiera escuchado y sirviera como base para desarrollar este escrito, pero todo fue en vano. Me reproché una vez más, como tantas otras, el haber sido siempre tan distraída y no haber prestado atención la mayoría de las veces que fui a misa.

Mi escrito lo dejé inconcluso porque sentí que me quedé sin respuestas. No hace mucho afirmé que no entendía la extraña manera que Dios tenía para trabajar y aún sigo sin entenderla, sin embargo me he dado cuenta de algunas de sus “movidas”: cuando tenemos buenas intenciones e intentamos hacer un bien, Dios se pone de nuestro lado. Por eso, un tiempo más adelante la respuesta que esperaba llegó a mí, sin que yo pusiera mucho esfuerzo por encontrarla.

Un par de días antes de que eso pasara, sucedió una anécdota que me gustaría compartirles. Más adelante entenderán cual es la relación con todo esto.

Coincidí una tarde con un amigo habitual y nos pusimos a conversar. Él es de creencias católicas fuertemente arraigadas. Yo lo sé bien. Aun así, me atreví a contarle que me cambiaría de religión.

Al principio, muy serio él, me preguntó acerca de esta nueva religión que había logrado cambiar mis convicciones ideológicas de la noche a la mañana. Yo le dije que era una religión relativamente nueva y aunque, ya contaba con un número considerable de integrantes para no ser ignorada, la hermandad seguía en búsqueda de adeptos comprometidos con un nuevo sentido de fe y de religión.

No era necesario tener que ir a misa, ni confesarse cada semana, le recalqué con ánimos triunfantes, puesto que nunca me pareció tener que confesarme, con alguien que, posiblemente, se encontraba con una lista más larga de pecados que la mía. Es más, también le conté que ni si quiera había que congregarse en algún sitio en particular, cualquier sitio podía ser lugar propicio para la adoración. Él extrañado y tratando de no perder la calma que lo hicieran emitir juicios, que luego pudieran ser usados en su contra en un futuro posterior, me pidió que continuara.

Le expliqué que a pesar de eso, existía un centro de culto y alabanza, para los que lo desearan. Yo le conté muy seria que ahí, adorábamos a un tótem gigante en forma de falo. Él pareció desconcertado y puso una mueca de extrañeza porque creyó haber escuchado mal, por eso, me pidió que le repitiera lo que acababa de decir. Fue entonces, cuando me solté a reír porque ya no pude contener la risa.

Mi amigo pronto se dio cuenta de que todo lo que acababa de decirle era una broma. Soltó una carcajada (creo que después de imaginarse con detalles, lo que acababa de decirle). Me dijo que era una zonza y que lo había asustado. Además, también me dijo que era una grosera. Yo lo acepté, lo acepté porque me dio mucha risa verlo tan angustiado todo ese tiempo, también le dije que no podía negar que lo había hecho reír.

No tarde en recordar mi maldad cuando, sin intenciones genuinas de cambiar de religión y más bien, por azares del destino y algo de curiosidad, terminé un par de días después de ese suceso, en una iglesia bautista. Tampoco tarde en pensar temerosa, no de Dios, si no de mi amigo, en el papel de juez castigador, dándome golpazos con un mazo, si se enteraba donde me encontraba.

Sin embargo, puedo decir que me fue muy grato y sobre todo, revelador haber estado ahí.
Quiero que quede constatado: al compartir esto, no lo hago con ánimos de promoción alguna hacia la iglesia bautista, que dicho sea de paso, es tan cristiana como la católica. No intento que nadie deje la religión católica, cambie de convicciones, ni mucho menos empiece a asistir a una iglesia bautista. No, simplemente intento compartirles la revelación que llegó a mí, porqué me parece adecuado compartirla. Además, preferiría no ser excomulgada a tan pronta edad de la iglesia a la que he “pertenecido” toda mi vida, por andar robándome a los pocos adeptos que todavía creen en ella como institución. Por eso, diremos que les contaré todo esto únicamente con ánimos periodísticos neutrales.

Ese domingo me sorprendió la amabilidad de la gente que saludaba como si fuéramos feligreses del lugar. Todos sonrientes, como si ir al “servicio”, como ellos le llaman, fuera una alegría y no una obligación.

Un coro de pequeñitos de entre cuatro y cinco años de edad sentados en las escaleras del lugar, al que yo, posiblemente de manera equivocada, le llamaré altar, entonaban sus vocecillas infantiles con una canción que decía algo así:

“Holiness, holiness is what I long for” ( Santidad, santidad es lo que ansío)“Holiness is what I need” (Santidad es lo que necesito) “Holiness, holiness is what You Want from me…”( Santidad es lo que Tú quieres de mí)
Fue después de eso, que un pastor hizo su aparición con la repuesta que yo ya no me acordaba que buscaba. Mencionó algo acerca del origen del hombre y luego, una frase del Libro Génesis que varias veces había oído, pero nunca le había prestado verdadera atención: “No es bueno que el hombre esté sólo; le haré ayuda idónea para él”.

Algo que me pareció muy curioso fue que los asistentes, a manera intercalada con el sermón del ministro, levantaban su voz, y sin permiso alguno, gritaban “Aleluya” o “Amen”, de manera emocionada y convincente. Yo, tan curiosa como siempre, no podía evitar no voltear para ver quien era el que gritaba, pero al parecer eran varios de los asistentes los emocionados.

Fue entonces, cuando el ministro hablo de los tres niveles de unión que eran necesarias para que un matrimonio fuera exitoso y durable:

1) Debía haber una unión de cuerpo con cuerpo. ¿Por qué no hablar del sexo si Dios lo inventó? Grito repentinamente y más emocionado que los feligreses. Yo, por supuesto, saque lápiz y papel y empecé a apuntar. ¡Sí! El sexo es importante y practicarlo con frecuencia es sano para la estabilidad de la pareja. No hay que menospreciarlo, ni hacer que caiga en desuso.-Dijo. Así que, por favor, esposas, no es bueno tener dolores de cabeza todos los días. ¡ALELUYA!- Gritó una voz iluminada con mucho entusiasmo y felicidad. Yo no supe si reír o no. Pero empecé a convencerme de cambiar de religión. El ministro me parecieron un personaje muy curioso, más curioso que los niños del coro.
2) Un mejor matrimonio incluye una unión de alma con alma, en adición a la de cuerpo con cuerpo.-Continuó- Señores, hay que compartir actividades en común con su pareja. Hagan un esfuerzo por pasar un tiempo a solas con su esposo o esposa. Un tiempo sólo para ustedes. ¿Qué es eso de que tu alma gemela está por su lado y tú por el tuyo? Tienen que encontrar alguna actividad en común que disfruten hacer juntos: vayan al cine, a bailar, a cenar, pescar, caminar, etc.

Ejemplifico el punto, contando como su esposa a pesar de no gustarle subirse a los barcos, lo había acompañado a bucear para compartir tiempo con él. Para él fue suficiente con que haya ido, aunque ella no haya querido bucear. Él pidió un aplauso especial para ella, después de contar que mientras se encontraba bajo el agua, le pareció ver la sombra de una persona asomando la cabeza por fuera del barco, vomitando, y que después de un rato, cuando regresó a la superficie, descubrió que aquella sombra era la de su pobre esposa que se había mareado. Claro, eso a mí me pareció un extremo, sin embargo, creo que fue plausible el esfuerzo de la mujer por compartir un poco de tiempo y de las actividades que le interesaban a su marido.

3) Un verdadero matrimonio debe tener una unión de cuerpo con cuerpo, alma con alma. Además, debe tener una unión de espíritu con espíritu. Aquí, habló de la importancia del matrimonio guiada por la religión y de compartir las mismas creencias religiosas para asegurar el éxito en el matrimonio. No solamente era importante tener una base religiosa, si no también tener las mismas creencias al respecto. Esto es, era necesario buscar desde el noviazgo parejas de nuestra misma religión o en su defecto, si no era esto posible, definir cual de las dos religiones seria la que como pareja se profesaría, pero no tener dos distintas. Hacia falta esa unión también para el éxito del matrimonio.


Yo tengo algunas ideas al respecto, sobre todo, para las parejas jóvenes: Todo es paso por paso. Creo que no importa cuantas veces se falle en el intento de llegar al punto número tres: siempre se puede volver a empezar y volver al punto número uno, cuantas veces sean necesarias, y lo mejor (a mi parecer) es que se puede permanecer en el punto uno el tiempo que se juzgue necesario, hasta que se crea que se puede pasar al punto número dos de manera satisfactoria. El sexo aunque es una actividad en pareja, no cuenta para pasar al punto numero dos, hay que buscar alguna otra actividad más, en común. Por ultimo, yo creo el camino de la felicidad se encuentra cuando las parejas van tomadas de la mano de Dios.

Por eso es importante asistir a alguna iglesia, templo o centro de adoración. El que sea, lo importante es ser constantes. Yo por ejemplo, no me decido si volver a esta iglesia bautista que tan buenos consejos me dio o averiguar acerca de la iglesia de Ybor City, Florida cuyo pastor llamado Paul Wirth, el pasado diez y nueve de febrero, anunció un reto llamado “The 30-Day Sex Challenge” (El reto de los 30 días de sexo) para los miembros de su iglesia. “Hanky-panky every day” (Hanky-panky todos los días) fueron sus palabras literales. Yo sé que la mayoría de ustedes saben a qué se refiere el término “hanky-panky”, ¡A mí no me engañan, no se hagan los inocentes! Si alguien no lo sabe, por favor, pregúntenselo a quien más confianza le tengan. ¡A mi no!, que yo no sé qué es, traté de averiguar en el diccionario, pero no aparece el término. Así que iré a preguntarle a ese pastorcito acerca de ello y a ver, qué buenos consejos me puede dar al respecto...

JKO