domingo, 23 de enero de 2011

LOS TRES HOMBRES SABIOS: LOS REYES MAGOS



Este año traicioné a Santa. No hubo carta para el botijón, ni si quiera pasa saludarlo. Aunque dejé por si acaso un par de galletas simplonas; sin azúcar, ni chispas de chocolate, y un vaso de leche de soya sabor vainilla. Me tomé esa libertad porque me preocupa su sobrepeso y sobre todo, aquí entre nos, porque no quería a nadie pedorreandose en mi casa. A los renos les dejé un poco de hierba de gato seca, esperando que pierdan cordura y sean felices como los son mis mininos cuando les doy.

El día de la víspera de navidad, manejando de regreso del trabajo, una luz brillante apareció en el cielo; parecía una estrella fugaz, sólo que se movía lentamente. Me pregunté si pudiera haber sido un helicóptero policiaco buscando a un niño perdido, pero entonces, me di cuenta que Él no estaba perdido, sólo no había nacido. Esperábamos por Él. Pensé que en vez de reyes magos, agentes del FBI lo buscarían. Yo no seguí esa luz de mi camino, nunca he sido sabia y mucho menos, atenta de las señales

En la bolsa de mi última compra navideña, en su empaque original y a mitad de precio, un pequeño de ojos hermosos llenos de esperanza y amor, aguardaba su momento de brillar. Fue bienvenido a mi hogar con la mayor alegría. La almohada (incluida) de tela fina y detalles dorados no lograba representar la verdadera realidad de un nacimiento que fue en extrema pobreza y humildad, en un pesebre sobre una cama de paja improvisada. Empero, representaba grandeza, era la almohada digna de un rey: el rey de los judíos, el hijo de Dios, por eso se la dejé.

Alguien me dijo que los reyes magos llegan en enero a conocer al niño Jesús. Que también vienen a traer regalos. Yo planeo la mejor forma de congraciarme con ellos. Melchor, Gaspar y Baltasar. Tres son multitud, pero bienvenidos a mi hogar. ¿Me pregunto si traerán más regalos que Santa? ¿Si les gustarán las galletitas con chispas de chocolate? ¿Qué comerán sus camellos?

El chocolate caliente hace espuma y se reboza de la lechera de estaño. Una rosca de reyes espera en la mesa de la cocina. Quien saque muñequito (niño Dios) será su padrino para presentarlo a la iglesia el día de la candelaria (2 de febrero), luego dará los tamales. Deseo que sean estilo México; también, no ser yo la que tenga que pagar por ellos. De ser necesario me comeré el muñequito.

Mientras doy grandes bocados de pan, recojo poco a poco los adornos navideños con forma de santa, renos, muñecos de nieve. Cuando recojo el nacimiento, miro a la sagrada familia y luego con detenimiento, a los reyes magos. Bebo un poco más de chocolate y brindo por esos hombres que en realidad no fueron ni reyes, ni magos, si no más bien sacerdotes de la casta medo-persa. Brindo por ellos porque fueron, por sobre todo, hombres sabios (three wise man) capaces de reconocer que en una tierra lejana, en condiciones económicas muy distintas a las de ellos y en una religión diferente a la suya, el mesías había por fin llegado y supieron aceptar sin dudas, ni escepticismos a Jesucristo como el hijo Dios.

APARTADO DE LA AZAÑA PARA CONSEGUIR ROSCA DE REYES

El año comienza con un par de libras de más por los excesos navideños. Un par de libras que ignoro porque espero pronto regresar a mi rutina de correr. También porque la rosca de reyes traída de Homestead (una ciudad cerca de Miami, donde se presume viven muchos Mexicanos) me invita a saborear sin penas aquel tesoro que con tanto trabajo y penas conseguí. Con cada milla que recorría al sur, el sol se escondía más en el horizonte. El barrio no era el más fino. No hubiera llegado nunca sin el GPS. Yo, como algunas otras veces, imprudente, ignorante, atrevida.

La panadería era un lugar pequeño y no muy iluminado, pero estaba llena de panes diferentes y roscas de varios tamaños que me emocionaban. Olía a México. Por eso tome mi bandeja y la llene de panes (conchitas, orejas, polvorones) que me recordaron a los de “La Perlita”. La panadería estaba llena de mexicanitos: tuve que hacer cola para pagar. Cuando llegó mi turno, el muchacho que atendía se sorprendió al ver el tumulto de mi bandeja, pero respondió amablemente a mi sonrisa dándome la rosca más grande que había. ¡Dos!, señalé con mis deditos, pero él ya no parecía sorprendido. Mucho menos después de mirar de soslayo mi panza prominente.

Al salir, también me sentí como en México. Caminaba hacia mi carro como un pavo de doble pechuga, y no era precisamente mi sostén nuevo de Victoria’s Secrete que a duras penas alcanza una talla “B” lo que me hacía sentirme así. Eran las dos cajas y la bolsa llena de carbohidratos y azúcar que mis cortos brazos apenas podían cargar y me hacían sentir, no sólo que si no me apuraba a llegar al carro algo caería al suelo, sino también, orgullosa de mi compra y especialmente, de mi misma por haber llegado hasta ese lujar lejano sin ninguna compañía. Fue cerca del carro cuando pasó lo inesperado: El “naquete” de la camioneta me echó un silbido y su compañero “sombrerudo”, un par de besitos. No me atreví a mentarles la madre: me sentí en terrenos peligrosos, pero les hice mueca de asco y me metí rápidamente a mi carro, lanzando las roscas y el pan en el asiento del copiloto y deseando que prendiera mi cacharro a la primera, por si tenía que salir huyendo como alma que lleva el diablo. Puse los seguros al instante. Debí pasarle mi adrenalina porque encendió sin contratiempos. Al prender las luces, vislumbre a un par de hombres que caminaban erráticamente hacia mí. Coño, deseé no haber ido sola a ese lugar. Casi me los llevo al retroceder. Uno de ellos en un inglés mal hablado se disculpó por haberse atravesado así. Yo ignoré sus disculpas. Juré no volver más a ese lugar feo y lleno de…Paisanos. Me fui de ahí con un acelerón que me hizo pensar que si algún borracho más se me cruzaba, no sería tan prudente de frenar. Total, la prudencia nunca ha sido mi mejor aliada y yo sentía que debía huir, correr, no mirar atrás; me sentía como un animal salvaje que acababa de liberarse, por algún hecho favorable del destino, de su presa cazadora.

En el camino de regreso comí un pan y luego, otro. Luego robé parte de los adornos de la rosca de reyes sin importar las represalias futuras. El pan todavía calientito, me supo a gloria y el olor que emanó en mi carro me hizo olvidar lo sucedido. Pensé: tal vez vuelva pronto a ese lugar después de todo.