jueves, 17 de diciembre de 2009

LOS FINALES FELICES



LOS FINALES FELICES
Ayer, el sol estuvo tímido en su amanecer, la mañana timorata. Parecían las seis de la mañana, aunque eran casi las diez. No dije ni buenos días procurando el mayor silencio posible. Precisaba terminar la lectura aquella; darnos, a mí y a Bella, nuestro merecido final feliz en Luna Nueva. Yo junto con Bella me fui enamorando, desde las primeras hojas de esta historia, del enigmático y encantador vampiro Edward Cullen. Por eso, me sumí junto con ella en una honda tristeza al descubrir que Edward se había ido y nos había dejado atrás.

Era justo un final feliz, porque los cuentos así son, con finales felices. Era justo un poco de paz mental y emocional después de tantos meses de abandono, aventura y peligro que pasamos juntas: aprendimos a usar motos, nos topamos con vampiros y lobos gigantes, saltamos de un acantilado. Yo leía con desespero tratando de salir rápidamente de esta depresión en la que Bella nos había arrastrado lentamente. Este es el problema con los buenos libros: te atrapan en una realidad que no es la tuya, que no te pertenece. Pero ya era tarde, era ahora tan mía como de ella.

El silencio reinaba en el cuarto. El único ruido audible era el del paso de cada hoja mientras devoraba la lectura. Estaba decidida a acabar con el libro y con la tristeza esa misma mañana. De repente: “Toc, toc, toc.”, se oyó un súbito, aunque no leve golpe en la puerta de la casa. Envuelta todavía en mi mundo de fantasía, me vino a la mente el poema del cuervo de Edgar Allan Poe y recordé parte de su poesía:

“Es —dije musitando— un visitante
tocando quedo a la puerta de mi cuarto.
Eso es todo y nada más.”

“Toc, toc, toc”, me sacó de mi fantasía la insistencia. No podía ser que un maldito cuervo molestara así. Por eso me asomé por la ventana. No era un cuervo, pero lo parecía: era negro y feo. “One minute, please” grité antes que tirara mi puerta y subí al corriendo al cuarto, sabiendo que mi momento de lectura había acabado. Me acerqué a quién no quería despertar e hice de mi dedo índice un taladro en su espalda, un taladro insistente, tan insistente como el mismo que tocaba a mi puerta. Llegó el muchacho del cable, le dije con pocas ganas. Por lo menos, sabía que ese mismo día mi vida recuperaría sentido cuando tuviera cable e Internet instalados. O al menos, eso pensaba.

Me queda claro el por qué del título de Luna Nueva; Edward se llevó la luz. Luna nueva es oscuridad total. Durante la fase de luna nueva, la Luna se interpone entre el Sol y la Tierra, de manera que el hemisferio iluminado no puede ser visto desde nuestro planeta y por tanto, el lado que da a la Tierra está oscuro. Podríamos decir que las noches con luna nueva (o sin luna) son las más oscuras del mes. También, he escuchado decir que no hay momento de mayor oscuridad durante la noche que antes de que despunte el alba o el crepúsculo matutino. Bella conoció la oscuridad durante la luna nueva, pero ¿será posible que ambos momentos de oscuridad logren conjugarse al mismo tiempo?

Las señales de la vida ahí están, pero yo nunca he sido buena para captarlas, ni si quiera las obvias. La lluvia me parece hermosa y el cielo nublado sólo un cambio de tono. No me parece que el cuervo de Allan Poe sea un pájaro de mal agüero y el otro día que rompí el espejo, no se lo conté a mamá para que no se alarme. Tal vez son señales, pero yo no les presto la atención debida. Ayer no hubo sol durante todo el día. Durante la tarde, la negrura del cielo era profunda, espesa. Debía ser el presagio de que algo malo estaba por suceder. Yo en las nubes.

No era de noche aún, pero la luna nueva ya eclipsaba mi mundo. No estaba cerca el crepúsculo, pero ya había la mayor oscuridad. Se había ido. No era fantasía, el libro estaba cerrado. No sé cuánto tiempo hacía que llevaba gritando su nombre, tampoco supe en qué punto mis gritos empezaron a sonar con desespero y angustia. Tal vez también, con un toque de histeria. Subí escaleras, baje escaleras, subí escaleras, revisé cuartos, cerré cuartos. Subí, baje, subí, bajé, subí, abrí, cerré, abrí, cerré, bajé. El alboroto de mi cabello era evidente, no ocultaba el dejo de locura y trastorno en mí. Subí, abrí, cerré, bajé un par de veces más para confirmar mis más temidas sospechas: No estaba, se había ido. En qué momento había pasado todo esto que no me di cuenta.

Salí a la calle pensando que podría no estar lejos. El viento era frío, pero yo salí sin abrigo, no había tiempo que perder. La lluvia golpeaba mi rostro y empapaba mi ropa. Las calles se hacían infinitas como mi búsqueda. Yo corría, pero no sentía mis piernas, se movían de manera automática. No había dolor, aunque yo las forzaba. No, no había dolor. Sólo en mi pecho que se oprimía más y más cada que gritaba su nombre y el silencio me contestaba. Me sentí Bella buscando a Edward. Sólo que no había héroe, ni Jacob que me rescatara, que me ayudara a salir de este túnel oscuro en el que me hallaba. Le pedí a Dios que fuera un sueño y que me despertara pronto de esa pesadilla. En uno de los gritos mi voz se quebrantó, se me escaparon unas lagrimas, pero no me detuve.

Pensé que, tal vez de casualidad, pudo haber vuelto, así que yo regresé a casa. Entré, subí, grité, abrí. Me faltaba el aire, el cuarto quedó oscuro, me mareé. Respiré profundo mientras me daba terapia yo sola: si te desmayas se acaba la búsqueda. Cerré, cerré, cerré, no cerraba y entonces, le pedí perdón a la gata por machucar su cabecita. ¿Dónde está? Le pregunté con un grito. Cerré, bajé, salí no sé cuantas veces más. Ya no eran lágrimas, era un llanto desesperado, un sollozo que no me permitía gritar su nombre completo sin entrecortarlo.

Al fin le llamé hecha un mar de lágrimas: ¡La gatita…Clemen-tine…no estaaaá!, ¡Nooo!, ¡Que ya bus-qué… por to-da la ca-sa!, ¡Se esca-pooó! Mi mundo junto con mi cuerpo se derrumbaba mientras repetía aquellas palabras que no deseaba creer. El ataque de ansiedad se repetía, mientras deseaba tener una bolsa de papel cerca de mí. Ahí estaba de rodillas y con las manos apoyadas en el piso, la cabeza boca abajo tratando de respirar profundo, hecha un despojo humano cuando de repente, la vi de reojo subiendo las escaleras; relajada, cómoda, feliz, estirándose como recién acabada de despertar. Ahí estaba Clementine. Sí, ahí estaba ella parada como si nada hubiera pasado, como si fuera esta la primera vez que la llamaba. Juro que quise matarla para que todo el alboroto que armé hubiera valido la pena.

Si pensaban que Bella resultaba un imán para meterse en problemas, hagamos conmigo el recuento de los daños: perdí la cordura y sensatez ante los vecinos (consideremos que soy una recién llegada a este barrio), la puerta del ático se me vino encima después de intentarla abrir con un palo de escoba, majé a la gata con la puerta y le grité al resto de la población gatuna por no saber donde estaba Clementine, los zapatos se enlodaron cuando pisé el charco que no vi, la casa quedó sucia de tantas veces que entré y salí con tremendo aguacero, además la ropa quedó empapada y lo peor, una botella de tequila nueva sufrió los efectos de la caída libre por descuido mío, mientras realizaba la búsqueda intensa. Sí, adiós botella nueva.

Después de tomar un baño caliente y reparar todas las averías causadas, me relajé un poco y me senté a leer, con ella atrapada entre mis brazos mientras me preguntaba si aquella aventura había sido fantasía o un capítulo más del libro que leía. Al final, después de tanto alboroto, tuvimos el final feliz que esperábamos. Bella encontró a Edward, yo a Clementine. Un final feliz porque los cuentos y algunas veces, la vida real son así con finales felices.