lunes, 12 de noviembre de 2012

Diario de una chica enamorada de un vampiro Salvatore

 

El silencio no es un buen consejero. Tampoco mi conciencia que incansablemente me repetía tu nombre al punto de convertirse en obsesión. Deseaba con todas mis ansias verte hoy, mañana, todos los días de mi vida. Me gusta tu mirada.  Es perversa,  cautivadora. Sin ni siquiera pedírmelo, me ha convencido a pecar, a perderme por los caminos erróneos de la lujuria y del placer  mundano. Si la eternidad existiera, a tu lado, no habría salvación para mí, pero valdría la pena. Me gustan los chicos malos, eso lo sé desde tiempo atrás.  Contigo, me olvidé de él… Y del otro también. Pensar lo fácil que fue. Con tu maliciosa sonrisa borre de mi mente todas  las noches en que, como Bella, me debatí entre el amor de Edward y de Jacob.  Ahora todo era claro, ninguno de los dos. Le dije a mi amiga Wendy que podría quedarse con ambos. Incluso, tuve la osadía de regalarle a tu querido hermano Stefan. Ya no pelearíamos por los mismos hombres, nunca más.  Sólo te quería a ti.

El circo que llegó al pueblo era un circo de vampiros, se instalaron en la bahía de Bayside. No fue la idea de ser inmortal  lo que me llevo hacia la taquilla sin pensarlo dos veces aunque, te confieso, me atraía. Ni siquiera recuerdo haber caminado hacia ahí: fue automático, había como un imán que me jalaba sin voluntad hacia lo desconocido, lo enigmático… hacia ti. ¡Vampiros malabaristas! Dijo con poco entusiasmo, como obligado, el vendedor de aspecto cansino y ojeroso. Era joven, pero no era nada agraciado, por eso, descarte la idea de que pudiera ser vampiro. Eso me desanimo: lucía tan humano… Por un momento al verlo, hasta dudé de la existencia de seres como tú, pero yo me aferraba a ti, a tu belleza eterna, a la franqueza de tu alma con sus intenciones un tanto malévolas. Le pregunté al vendedor sonriendo,  si el costo de mi ticket incluía una mordida en mi cuello hacia la eternidad, pero mi chiste pareció  no le hacerle la misma gracia que  a mí. Pensé en ti de nuevo, pero resultaba poco probable encontrarte ahí.  Buscarte sería en vano, no había indicio de que en ese circo los vampiros fueran de verdad. El vendedor pareció sorprendido, pero se alegro de que no comprara ningún boleto para la función de aquella noche.

Esta mañana pensé estar a punto de encontrar la verdad; aquel automóvil llevaba en sus placas la respuesta. Mi vista miope sólo me permitió ver las letras grandes que en rojo decían “AMOR ES”.  Por un momento, pensé que diría tu nombre y me sentí estúpida. De pronto, me pregunté si no sería en vano tener tantas fotos tuyas en mi celular. Tuve una urgencia de verte, me encontraba capturada por tu belleza, hipnotizada por tu mirada, sin voluntad propia para volver a mi realidad. Me gustaba estar así, pensando el día entero en ti. Me sacó de mi ensimismamiento la velocidad con  la que pasó a mi lado el automóvil emisario y me temí del mensaje que dicha analogía me pintaba: el amor es…fugaz.  ¡Nooo! Sacudí mi cabeza intempestivamente. Me negué a pensar que ese mensaje era para mí,  que  lo nuestro (lo que sea que lo nuestro fuera) era efímero, caduco, pasajero. Yo más bien, contigo, pensaba en la eternidad. No dudaba de la existencia de tu alma, pero estaba dispuesta a entregarte la mía por si acaso te faltara una.  Mi alma sólo tenía avidez de ti.  Por eso aceleré.  Si acaso algo era el amor, era locura y yo estaba dispuesta a demostrarlo. Por eso, decidí perseguir al amor de manera desquiciada por una de las arterias principales de Miami: el Turnpike. Por muy sesgada que fuera, tenía que hallar una respuesta  al amor,  una que no arruinara mis fantasías contigo, que no hiciera polvo al viento mis ilusiones de ti. Quise alcanzarlo, entenderlo o por lo  menos, leerlo completo. Sería como alcanzarte, entenderte o leerte a ti.  Alcanzar al amor me pareció una causa intensa, pero noble. No fue justo que el carro patrulla me haya detenido sólo a mí. El amor resultó una incógnita… y una multa de 179.00 dólares por andar a alta velocidad. Mientras esperaba a que el policía me dejara ir, sentada en mi carro con las manos y la cabeza apoyadas al volante, suspiré pensando en  nuestro próximo encuentro nocturno. La cita era cada jueves, misma hora, mismo canal. No fue mi alma, si no mi espera la que se volvió eterna. Una espera que ahora aguardaba  por ti y no por Edward. A veces, cuando cierro mis ojos, pienso ver vislumbres de ti. Yo mientras tanto te busco sin cansancio, Damon,  pero sigo sin hallarte aquí en mi realidad…

EN EL SILENCIO DE MIS DIAS



 
En el silencio de mis días, Señor, te busco.

En mi ajetreado camino te recuerdo y me aferro a ti.

Oh Señor, en ti confío, me repito una y otra vez.

En estos días confusos en que preciso Tú calma, 

trato a toda fuerza  de atenerme a ti.

Ten mi nombre siempre presente. 

No me abandones, te lo ruego, no te alejes de mí.

Si me piensas, envíame una mañana bella

para recordarme que estas aquí.

Si sonríes, invítame a sonreír igual.

Déjame respirarte profundamente.  

Si estoy perdida, encuéntrame.

En tus sutiles formas, háblame, Señor

e indícame los pasos que me lleven hacia ti.

No dejes que me pierda las maravillas de ti.

Cuéntame los secretos de tu mundo

aunque no los entienda, yo te creeré.

Oh Señor, en ti confío, me repito.

Háblame quedito… yo te escucharé.  

 
  

 

 
 

miércoles, 5 de septiembre de 2012

martes, 8 de mayo de 2012

EL CUMPLEAÑOS



Esta mañana me miré en el espejo detenidamente. Vislumbré un par de arrugas que no había antes debajo de mis ojos; deslicé mis dedos una y otra vez para ver si lograba aplanarlas, pero no tuve éxito alguno. Me atiborré el semblante de crema anti-edad y deseé que nadie me viera hasta que mi piel hubiera absorbido toda la crema y mis arrugas hubieran desaparecido. No me hizo ninguna gracia que mi marido me llamara su “Cougar” cuando me miró parada frente al espejo; mi humor se amargó. Luego miré mis ojos castaños y me pregunté si realmente son ellos el reflejo de mi alma; igual sí con el paso de los años el alma se arruga también. Me levanté dubitante y reflexiva. 

Me canté las mañanitas yo misma porque nadie me las había cantado aún. Cuando bajé, abrí la ventana del patio y le pedí a Chente que me cantara con su hermosa voz, porque no hay nadie que entone las mañanitas mejor que él. Lo puse en repeat-mode y a todo volumen, hasta que me harté de él; por lo menos me canto unas diez veces. Después, puse a La Original Banda el limón en Pandora para que me consintiera por el resto del día. Mis vecinos debieron odiarme, pero fue mi manera sutil de vengarme de ellos por hacer sus fiestecitas a deshoras constantemente o por dejar que el reggaetón que escuchan sus hijos adolescentes (los vecinos de un lado)  o su música de negros (los vecinos del otro) retumbe en mis paredes esos días en los que trato de concentrarme y estudiar para mis exámenes.

Me recosté en el sofá y observé los rayos de sol que traspasaban el ventanal de mi pequeño patio. No todos los días se cumplen tres décadas, me pensé, sintiéndome un poco nostálgica y triste por la inminente perdida de mis veintes. Pensé en el gemelo y lo extrañé; lo imagine soplando las velitas de su pastel sin mí y a mí, soplando las velitas de mi pastel sin él. Recordé aquellos días en los que competíamos para ver quien apagaba el mayor número de velitas. Extrañé a mi familia y deseé que nos canten las mañanitas; extrañé también los pasteles de Bety Casellas de tres leches o de fresas hechos con merengue real y no con chantillí.

Después de un rato echada sin hacer más nada que mirar el techo y pensar en las diferentes posibilidades para convertirme en cangrejo o vampiro y así lograr la inmortalidad, resolví no pasar la mañana de mi treintavo cumpleaños pensando pendejadas y sintiéndome aislada del mundo cual monje ermitaño. Por eso me armé de valor para hacer mi aparición mágica por el mundo cibernético y enchufé mi vida al ordenador y al celular: me conecte al Facebook, al Messenger y al WhatsApp. Socialicé cuan largo fue el día; contesté todas las llamadas y mensajes con prontitud. Me pareció que era más divertido perder el tiempo en el ciberespacio. Aproveché la falta de responsabilidades y el exceso de tiempo este viernes para reanudar mi escritura que por meses había estado en el olvido. Mi humor cambió, aunque las arrugas de mi cara no desaparecieron.

Me deseé un feliz cumpleaños. Decidí que ya no cumpliría 25 años más, que ya era justo subir dignamente el escalón. Pensé que tal vez era mejor no luchar contra el tiempo, que tal vez, había que abrazarlo y dejarse llevar por él. No podía ser tan malo llegar a ese tercer nivel. Después de todo siempre es mejor acumular años y arrugarse como pasitas, a no llegar a viejo jamás.

Subiendo los peldaños juntos: ¡Feliz cumpleaños a ti, querido hermano, y también feliz cumpleaños a mí!

lunes, 20 de febrero de 2012

¿PODRÁS ENTENDER ESTE QUERER?

¿Cómo traspasar los límites de mi intimidad para desnudar mi alma ante ti y contarte sus secretos? ¿Cómo decirte que te quiero una y otra vez sin que mi cuerpo se pierda en el tuyo? ¿Cómo te cuento que quiero ser yo quien emocione a tu corazón y también quien lo apacigüe en sus días malos? ¿Cómo confieso que quiero hundirme eternamente en tu piel sin tocar fondo nunca; que quiero encallar en ti para siempre porque no hay otro sitio mejor donde yo quiera estar que contigo? ¿Cómo te explico que deseo anidar en tus protectores brazos que cobijan y suavemente acarician mi alma y la hacen feliz y le dan los motivos necesarios para vencer cualquier obstáculo que esta vida me presente? ¿Cómo hacerte saber que cuando aterrizo en tu cuerpo, no deseo despegar de él; que si acaso es necesario alzar el vuelo, que sólo lo haría si volamos juntos? ¡Qué no son tus labios, ni tu cuerpo, si no tu alma lo que me hace perderme en el abismo de tu mirada! ¿Cómo te digo que te amo? ¿Si te lo digo quedito en el oído o por un mensaje al celular o si lo subo a mi blog por Internet o lo publico en tu Facebook…podrás de algún modo entonces entender este querer?

miércoles, 11 de enero de 2012

EL MAYOR


Probablemente, seas tú el más curioso y el más atento al preguntarme por qué he llegado con las manos y la ropa llenas de manchas azules y después de que te cuente, te rías con esa risa burlona que sueles tener. Te respondo incluso antes de que nos veamos porque hay algo que quiero contarte y tarde o temprano, sé que estas letras llegarán a ti.

La voz poco entendible de una aeromoza a través de las bocinas del avión me obligó a apagar todo artículo electrónico porque el aterrizaje ya estaba próximo. No dudé en sacar un pedazo de papel y una pluma que robé de un mostrador de la aerolínea para contarte lo que había estado pensando acerca de ti. Sorpresa fue la mía cuando, no sé si por la desesperación o la emoción de las ideas que últimamente habían escaseado, la tinta salió intempestivamente, como una eyaculación precoz, antes de que me dé tiempo de plasmarla en palabras y con algo de coherencia en mi papel. Es así como me vi amarrada a una silla de avión, con un cinturón de seguridad que resultaría inútil en dado caso de necesitarse y quepoco podría hacer por mí si el avión llegase a estrellarse, y con tinta azul por todos lados; en las manos, la ropa y la mesita del avión. En todos lados menos en las hojas donde aquella tinta estaba destinada a escribir de ti.

Durante aquel siniestro aterrizaje, medité acerca de dos cosas importantes de esta vida que quiero compartirte y una anotación de la que más adelante encontrarás relación con todo esto que quiero decirte. Punto número uno: en este mundo, ya no se puede confiar en nada ni en nadie. ¡No es posible que hasta las cosas robadas vengan malas! Punto número dos: cuando viajes en un avión a 35 000 pies de altura, evita usar de esas plumas “baratonas”, se estallan. Mi fatídica anotación es que soy un desastre total o al menos, ejerzo una atracción fatal hacia el desastre, aunque eso no resulta ser un gran descubrimiento, y creo que especialmente tú siempre lo has sabido bien.

Volviendo al tema del que se trata todo este asunto: tu. Partamos del hecho que tú de niño fuiste medio bribón, bandido y pillo. Nunca fuiste buscapleitos pero sin duda alguna, no fuiste tampoco mediador y mucho menos, pacifista. No le tenías miedo a los pleitos, sigues sin tenerlo. Siempre elevaste con orgullo tu puño derecho a quien te provocaba, aunque algunas veces por tu corta estatura llevaras las de perder. Aún así, no recuerdo haberte visto nunca mal herido por un pleito callejero o estudiantil.

No está bien que lo diga, pero debo confesar que tu carácter peleonero, aunque hizo que en muchas ocasiones tú y yo peleáramos, me satisfizo en algunas otras, me dio calma, seguridad. Nunca te he dicho que resultó fascinantemente conveniente tener un hermano mayor con esas características, en las épocas de adolescencia cuando, probablemente y precisamente por la edad, el imán para meterme en problemas ejercía su mayor atracción. Yo era atrevida, imprudente, impulsiva, irrespetuosa; una muy mala combinación con el kilo de hormonas inquietas que la pubertad trajo consigo.

Yo me sentía orgullosa de tener un hermano mayor que estaba ahí para protegerme, de saberme segura que nadie me haría nada porque tú estabas ahí. Siempre que estoy contigo me siento así. Mis queridos amigos Andrés Broca y Janer Cobián, los chicos más altos de la escuela a los que recuerdo con tanto cariño fraternal, fueron la altura que a ti te hacía falta para encargarte de que
tu hermana, la revoltosa, estuviera siempre a salvo.Dios sabe bien y yo fui testigo que aquel instinto protector que ustedes tuvieron conmigo fue un perro rabioso que muchas veces ladró, pero que nunca tuvo que morder, o por lo menos morder fuerte, para mantenerme integra.

Quizá he madurado lo justo porque ahora no espero, ni deseo que le rompas a nadie la cara, ni amenaces en mi nombre, ni tenerte como guardaespaldas cada que esté en problemas, al menos…que fuera realmente y extremadamente necesario.

Necesario, como el otro día que me metí en aprietos por gritarle a unos niños negritos y decirles que les rompería la madre si no dejaban de patear a los patos del lago y de pegarles con un palo. Quiero que sepas que ese día cuando la imprudencia reinó de nuevo en mí como antaño, día del que quizá te cuente con más detalles en otro escrito, en otro tiempo, en otras circunstancias o en otro vuelo menos adverso, deseé que hubieras estado ahí conmigo, que todavía viviéramos en la misma ciudad, que vivieras cerca de mí para haber podido llamarte y que fueras a salvarme. Ese día descubrí que, sin importar cuántos años pasen o el grado de mi madurez, siempre seguiré metiéndome en problemas (¡Es mi naturaleza!) y cuando este en ellos, pensare en ti y añoraré al hermano mayor de aquellos tiempos cuando éramos chamacos, que siempre acudió a mi rescate y que estuvo ahí para defenderme a capa y espada de lo que fuera, sin dudarlo tan siquiera un solo instante.

Finalmente, después de dos largos vuelos (el segundo menos desastroso y más prolífero que el primero) estoy de nuevo aquí. Espero que se te haya quitado ese mal vicio de llegar tarde a todos
lados porque a mí no se me ha quitado el mío de meterme en problemas cuando no tengo nada que hacer. Te veo pronto.

Con amor,

Tú hermana la revoltosa.