jueves, 22 de abril de 2010

YO CONFIO EN TI



Mamá escribe y cuando lo hace y yo la leo en silencio, pero con prisa, atropelladamente; con ese sentido de urgencia que siempre me hace ir más rápido de lo que yo debiera. Una premura que resulta sin sentido cuando me doy cuenta que al fin y al cabo, no ganaré ninguna carrera, ni siquiera aquella contra el tiempo. “Misioneros de la Divina Misericordia”, leo su título de nuevo y me reprimo a mi misma: Las cosas de Dios no pueden ser así…necesito calma para poder escuchar lo que Dios tiene que decirme.

Yo leo a mamá y me siento pequeña de nuevo cuando descubro lo grande que es ella, especialmente cuando escribe, cuando pienso que nunca lo haré como ella y que plasma sus palabras de manera majestuosa, en un modo que mi mente jamás concibió, ni concebirá. Dios le habla y ella escucha, por eso escribe. Tiene espíritu grande que no encaja con la talla de sus pequeños zapatos y la talla de su ropa petitte, así es mamá: pequeña y al mismo tiempo grande, muy grande. Y pienso que Dios no sólo es maravilloso y que tiene que ser un tipo “cool”, sino que además me quiere mucho porque no importa a qué destino me lleve mi alma errante y viajera, Él siempre rodea mi vida de ángeles protectores y extraordinarios, aunque Él me hable de mil maneras y yo no siempre lo escuche, al menos no como lo hace mamá.

Hoy le hago caso al tipo ‘cool’ después de leer a mamá y pienso que quiere que gritemos juntas lo infinito de su misericordia. Confieso que no se cómo hacerlo. Me vienen a la mente de manera repetida las últimas palabras de Jesucristo antes de entregar su espíritu: Eloí, Eloí, ¿lama sabajtaní? Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has abandonado? La oveja misericordiosa invoca a su padre en sus últimos momentos terrenales. La oveja sufre, pero sabe bien que su muerte tiene un propósito magno: nuestra salvación. ¿Quién aguantara tanto dolor? Sólo Él, ese Cristo de amor, ese Cristo de misericordia. Entonces, deseo con tantas ansias que su misericordia llegue a todos los corazones. Pienso que de este modo Él no tendrá que volver a sufrir así. Ni Él, ni nadie.

Busco respuestas. Abro mi biblia y encuentro imágenes del Cristo de la misericordia que no recordaba estuvieran ahí, con varias líneas subrayadas: “Yo soy el Amor y la Misericordia. Cuando un alma se acerca a Mí con confianza, la colmo con tal abundancia de gracia que ella no puede contenerlas en sí misma, sino que las irradia sobre otras almas. Has de saber que cualquier cosa buena que hagas a cualquier alma, la acojo como si la hubieras hecho a Mí Mismo. Bienaventurados los misericordiosos porque ellos alcanzan la misericordia”.

También encuentro este poema de autor desconocido que, como acto misericordioso, prometo compartir con la colombiana desesperada que parece actuar influenciada por el café (o por algo aun peor) y que cada que visita la tienda compra 30 o 40 rosarios y me hace sentir, con su desespero, que no le ha caído el veinte del verdadero mensaje de Dios.

El poema…

¿Por qué te confundes y te agitas ante los problemas de la vida? Cuando hayas hecho todo lo que esté en tus manos para tratar de solucionarlos, déjame el resto a Mí.

Si te abandonas en Mí, todo se resolverá con tranquilidad según mis designios.

No te desesperes, no me dirijas una oración agitada como si quisieras exigirme el cumplimiento de tu deseo. Cierra los ojos del alma y dime con calma: Jesús, yo confío en Ti

Evita las preocupaciones y angustias, y los pensamientos sobre lo que pueda suceder después.

No estropees mis planes queriéndome imponer tus ideas. Déjame ser Dios y actuar con libertad.

Abandónate confiadamente en Mí. Reposa en Mí y deja en mis manos tu futuro.
Dime frecuentemente: Jesús, yo confío en Ti

Y no seas como el paciente que le pide al médico que lo cure pero le sugiere el modo de hacerlo.

Déjate llevar en mis manos. No tengas miedo…Yo te amo.

Si crees que las cosas empeoraron, o se complican a pesar de tu oración, sigue confiando, cierra los ojos del alma y confía. Continúa diciéndome a todas horas: Jesús, yo confío en Ti

Necesito las manos libres para obrar. No me ates con tus preocupaciones inútiles.
Confía solo en Mí, abandónate en Mí. Así que no te preocupes, echa en Mí todas las angustias y duerme tranquilamente. Dime siempre: Jesús, yo confío en Ti

Y verás grandes milagros, te lo prometo por mi amor.

Después de leer, decido dejar de subastar mi alma por e-Bay y se la encomiendo a Dios, estando segura que es Él el mejor postor. Oprimo en mi pecho la cartera. Más que por el billete, lo hago tratando de abrazar al Cristo que está dentro de ella. Es el de la misericordia, mi favorito. Y sin pensarlo mucho, cierro los ojos y repito en voz baja: Señor, hágase tu voluntad y no la mía. Ilumíname para que en mis palabras lleve tu palabra a aquellos que la necesitan tanto como yo. Jesús, yo confío en ti.

Misioneros de la Divina Misericordia
Por Elizabeth Ojeda Palma

Ayer domingo se celebró un año más la Fiesta del Señor de la Divina Misericordia y como cada año, desde aquel domingo en que se puso la primera piedra en el lugar donde se levantaría lo que es hoy la Iglesia de la Divina Misericordia en el Fraccionamiento de San Ramón Norte, asistí para participar en la Eucaristía del Dios-Amor, Dives in Misericordia, (Rico en Misericordia) como lo llamara el Papa Juan Pablo II en su Encíclica con este mismo nombre, dedicada precisamente a hablar de la Misericordia de Dios, de ese Dios que se nos revela y se nos entrega tan enamorado del ser humano que no sólo se hace a su forma sino que llega hasta la locura de dar la vida por amor a él, de ese Dios que sigue derramando a raudales torrentes de Gracias Celestiales a través del Agua y la Sangre que brotan de su Corazón Sacratísimo, de ese Corazón que ha sufrido inimaginables sufrimientos, como Dios y como Hombre, misteriosa dualidad que el ser humano jamás alcanzará a comprender, de ese Corazón de Dios-Hombre que en la Noche del Calvario sintiera tanta soledad y tristeza como para exclamar “Mi Alma está muy triste hasta la muerte”, de ese Corazón que al sentirse abandonado por su mismo Padre, experimentara un dolor emocional tan profundo que llegara al punto de derramar gotas de sangre a través de su piel, como médicamente se ha demostrado que sucede en casos excepcionales de tensión emocional en que se rebazan los límites de la capacidad física de sufrimiento y los vasos capilares de la piel se rompen y la sangre empieza a brotar por los poros de la piel, de ese Corazón de Dios-Hombre que, comprendiendo las limitaciones de la condición humana, con paciencia infinita sigue revelándose ante el ser humano de mil maneras a fin de abrir sus ojos, sus oídos y sus sentidos todos y mover su corazón que está ciego y sordo y permanece insensible ante Su Misericordia Infinita y Su Amor Incondicional, Eterno y Unico, de ese Corazón Suyo que ahora nos lo muestra, no con las dos manos como en Su Imagen del Sagrado Corazón, sino con una sola, mientras que la otra la levanta en actitud de bendecir en tanto que camina hacia aquel que está lejos, hacia aquel que es pecador y no conoce Su Amor y Su Misericordia, aquel por quien precisamente ha dado su vida y se ha realizado el Milagro de la Redención, justamente por aquel por quien El se vuelve a manifestar ahora, una vez más, en pleno Siglo XX, a su apostol Sor Maria Faustina Kowalska.

Congruente con la Mística de la devoción al Señor de la Divina Misericordia, el Párroco de la Iglesia en su honor, el P. Alfredo Cirerol, ha construído una página electrónica con el nombre “El Señor de la Divina Misericordia” en la dirección electrónica www.jesusmisericordia.com.mx en la que aparece todo género de información, tanto teológica, como de actividades parroquiales, grupos apostólicos etc., con el fin de llevar esta devoción también a tantísima gente que tiene hambre y sed de la Misericordia y el Amor infinito de Dios, pero que viviendo en este mundo actual, tan exigente, tan abrumador y tan estresante, es arrastrado en su vorágine de una manera tal que, en ocasiones, llega al extremo de no tener ni siquiera el tiempo indispensable para satisfacer las necesidades básicas de su condición humana. Y estoy hablando de personas de todas las edades y de todas las clases sociales, sin importar a qué estrato económico productivo pertenezcan o cual sea su estado de vida, ya que independientemente que sean personas en edad productiva o retiradas, niños o ancianos, estudiantes o amas de casa, personas de la vida religiosa o seglares, de una manera u otra, todas las personas están inmersas y forman parte de la misma comunidad, de la misma sociedad, de la misma forma de vida actual y a todas ellas llegan las mismas consecuencias de las crisis económicas, morales y ambientales.

En el Inicio de la Página Electrónica del P. Cirerol, aparece el rubro “Los Discípulos Misioneros y Misioneras de la Divina Misericordia”. Mi curiosidad me mueve a entrar al vínculo y me encuentro con una página en blanco, todavía en construcción, en la que se señala que pronto habrá información. Las páginas en blanco han sido siempre una invitación a escribir para todos aquellas personas que tienen el gusto por las letras y a quienes Dios les ha regalado el don de la escritura. Yo creo que a todos Dios nos ha colmado de bienes, de bendiciones y de dones, aún cuando en ocasiones tal vez no los hayamos descubierto o no nos hayamos dado cuenta de lo que poseemos, pero definitivamente, todos estamos llenos de capacidades sin límites y de dones excepcionales que podemos convertir en Carismas al ponerlos al servicio de nuestros semejantes, mejorando con ello las cosas de nuestro entorno y haciendo nuestro mundo un poquito mejor. Como creo que uno de los dones que Dios me dio es el de la escritura, me dispongo a escribir algo sobre la Divina Misericordia. Lo primero que me viene a la memoria es el hecho de que ayer en la Santa Misa, el padre que la celebraba hizo la pregunta de cuáles eran las Obras de Misericordia. Silencio absoluto fue la respuesta de los fieles. Silencio, hubo en mi corazón también, silencio que confieso, me pesó en el alma y me llenó de tristeza y de vergüenza por no conocerer la respuesta, por no tener ni siquiera el más leve recuerdo de mis estudios del catecismo del P. Ripalda cuando me peparaba para la Primera Comunión. Tal vez por no practicarlas, el tiempo se encargó de hacerme olvidar lo que seguramente en algún lejano ayer aprendí, pero ¿Cómo, me pregunto entonces, cómo puedo decir que soy devota de la Divina Misericordia, cuando ni siquiera puedo recordar lo más básico y elemental que es saber cuáles son las Obras de Misericordia? Y ya no digo saber lo que es la misericordia y más aún, profundizar en lo que es la Misericordia de Dios, que precisamente estábamos celebrando el día de ayer. Lo menos que podía hacer era investigar al respecto y después de haberlas recordado intentar ponerlas en práctica, antes de seguirme considerando devota del Señor de la Misericordia y de intentar informarme de cómo ser un Discípulo Misionero de la Misericordia de Dios.

Afortunadamente vivimos en tiempos de la Internet y como dicen los chicos de ahora, ahí encuentra uno lo que quiera. Encontré como respuesta:

Las Obras de Misericordia son 14: 7 Espirituales y 7 Corporales.

Las Obras de Misericordia Espirituales son: 1.- Enseñar al que no sabe. 2.- Dar buen consejo a quien lo necesita. 3.- Corregir al que se equivoca. 4.- Perdonar las injurias. 5.- Consolar al afligido. 6.- Tolerar los defectos del prójimo y, 7.- Orar por los vivos y los difuntos.

Las Obras de Misericordia Corporales son: 1.- Dar de comer al hambriento. 2.- Dar de beber al sediento. 3.- Vestir al desnudo. 4.- Visitar a los enfermos. 5.- Redimir al cautivo. 6.- Dar posada al peregrino y, 7.- Sepultar a los muertos.

Después de conocer la preciada respuesta y de haber aliviado un poco el peso de mi consciencia y mi corazón, pienso entonces que puedo iniciar mi proceso de transformación y crecimiento espiritual en la Misericordia del Señor, el día de hoy, con la primera Obra de Misericordia Espiritual, compartiendo mis conocimientos recién adquiridos sobre las Obras de Misericordia con todos aquellos que no lo sepan o quienes en algún momento lo supieron pero lo han olvidado. Me decido entonces a enviar por correo electrónico mi artículo esperando que mueva el corazón de todos quienes lo lean para iniciar cada uno su propio camino de crecimiento espiritual y sean también Misioneros de la Divina Misericordia del Señor. JESUS, YO CONFIO EN TI.