sábado, 15 de marzo de 2008

LA MALA SUERTE

“Para ella no existían los días a los que la gente solía llamarles días infelices…”. Si, así empezaba ese escrito que saqué del libro de lecturas de mi tercer año de primaria, donde un pequeño hablaba de su madre y la alegría que la embargaba, aparentemente infinita e inacabable, no importaba que pasara. No recuerdo su titulo, pero recuerdo la imagen en tonos sepia de una mujer sentada a la que, a pesar de la oscuridad de la foto, lograba vislumbrarse su rostro hermoso y sobre todo, su paz interior.

Yo desde muy pequeña ya sentía esa pasión por el mundo de la literatura y la lectura, y esa obsesión escalofriante de acumular y guardar, como ratón, todo aquello que llamaba mi atención. Por eso muchas veces, arranqué de mis libros las lecturas que me gustaron y las guarde durante muchos años. No recuerdo que se hizo de ella y de otras tantas, pero me atrevería a decir que siguen guardadas en algún lado de la casa donde crecí.

Sí, para ella no existían los días infelices. Tengo esa primera frase grabada profundamente en la memoria. Recuerdo haber leído esa historia mil veces, cada que algún nuevo cachivache merecía ser guardado o con cada termino de un curso escolar, cuando mamá nos obligaba a deshacernos de lo que ya no nos servía, que en mi caso, resultaba siempre ser poco, por esa manía mía de pensar que quizá más adelante, lo que guardaba me serviría para algo, aunque confieso ahora que nunca fue así.

Me gustaba mucho, no sé si por la manera en como el niño se expresaba de su madre o quizás, tal vez porque desde pequeña, aunque de manera subconsciente, ya presagiaba los desastres venideros que provocarían juntas, mi mala suerte y mi alma tan distraída, por no decirle “apendejada”, y desastrosa que tengo, por lo que me serviría como un himno a la esperanza, la paciencia y la bienaventuranza, en los momentos de desesperación, ofuscación y falta de cordura provocados por uno o una serie de eventos desafortunados. Tal vez me gustaba por ambas razones, porque muy en el fondo pensaba que, cuando creciera, quería ser como esa mujer para que no existieran más que días felices en mi vida y cuando algún día infeliz se colara en mis momentos, yo supiera ignorarlo y no dejarlo que me turbe, como si este no hubiera existido nunca.

Creo que esa mujer tenía muy buena suerte, no puedo pensar en otra cosa para tanta felicidad. Por eso nunca seria posible que yo fuera como ella, con la suerte que me tocó. Tengo muy mala suerte, a mí no me digan que no. Si no, pregúntenselo a mi papá y el amablemente lo confirmara. No por nada, él y mi esposo me apodaron, a manera de burla, “lucky lady” (Dama de la suerte) el día lo llevamos al casino. Mi papá, contrariamente a mí, tiene la mejor de las suertes, así que no fue ninguna sorpresa cuando me acerqué a su maquina y lo vi ganando. El obsesionado, como toda la gente que se encuentra jugando ahí, ni me hizo caso por estar como garrapata a la maquinita, así que me quedé dos minutos sentada y después, me fui. Pero la sorpresa la tuve cuando al minuto de que me quité, se apareció mi papá, alegando que había empezado a perder apenas me acerque junto a él. ¡Pobre mi papá!, lo hice perder. ¡”Oops”! Al menos, si notó cuando me senté junto de él (jijiji).

¡Nunca digas que tienes mala suerte!, me decía de manera alarmada un peruano muy amable que conocí alguna vez en mis clases de inglés. ¡Pues si la tengo!, le rezongaba yo, al tiempo que le ponía cara de resignación - un gesto ya, común en mí- como la pongo cada vez que me pasa algo malo. Ahora entiendo que uno atrae la mala suerte con los pensamientos negativos y cuando uno cree que ya nada puede salir más mal, pasa algo peor. Por eso, para no invocar al karma negativo, el peruano me enseñó un concepto frutal que no acabo de relacionar y mucho menos entender, se dice ¡Tengo mala piña! Así es, no sólo tengo mala piña, tengo todo un ponche de frutas: que si la cubana de migración, que ya me trae más idiota y más loca de lo común, me sigue haciendo perder mi tiempo y mis energías sin definir nada de mi caso; que si me voy a perder la boda de otra de mis mejores amigas porque la cubana no delibera; que si las cosas que prometí enviar a México no llegan porque el avión donde las enviaría, extrañamente y poco usual, se descompone; que si tengo que cancelar boleto de avión una vez más y deshacer maletas; que si pierdo las mariposas que adornaban mi celular y no siendo esto suficiente, al rato después, pierdo entonces el celular con todos mis contactos; que si me pierdo yo manejando por esta ciudad tan grande, aun cuando sigo al pie de la letra las instrucciones del mapa y además de todo, llego tarde al trabajo; que si la maquina vendedora no me acepta mi billete y cuando me cambio de maquina y esta si lo acepta, se lo traga; que si mi cabello se cae; que si la alergia, me pica la garganta, la nariz, el dedo chiquito del pie y la nalga; ¡Que si la canción! Aunado a esto, estoy en la semana en la que mi humor se encuentra sobre una montana rusa, ¡Maldita menstruación, odio ser mujer esta semana! No crean que esto es la historia de mi vida, ¡NO!, sólo han sido las últimas dos semanas. Además de todo, me he quedado sin cable y mi tele no agarra ni los canales locales y eso, que se le consiguió una antena disque sofisticada. ¡Maldita tele!, sabía que las amenazas que alguna vez proferí en su contra, tarde o temprano se las merecería. No me deja ver a Jaime, al señor Jaime. Puedo soportar todo… ¿Pero llevar casi una semana sin ver al señor Bayly? ¡Adiós encuentros nocturnos! ¡Nooo! Eso sí lo amerita: ¡Depresión, depresión! (Gritan mis voces internas)

Hablando del señor Jaime, tengo que hacer un paréntesis para mencionar el único día bueno que he tenido antes de que empezara mi mala racha. Fue el día que lo conocí. Juré no lavarme nunca más la mejilla derecha, porque fue ahí donde me dio, no uno, si no dos besitos: uno cuando lo salude y le entregue la comida que le prometí (antojitos mexicanos), y el otro, cuando se despidió de mí. No podía haber estado más alucinada ese día. Repetí -en voz alta- que lo había conocido, todo el camino de regreso a casa. Sí, no me lavaría la mejilla nunca más. ¡Conocí a Jaime Bayly!, ¡Conocí a Jaime Bayly!, ¡Conocí a Jaime Baylyyyyyy!, le repetía como taradita a mi esposo, a manera de presunción - como si el no hubiera estado ahí, también- , pero mi esposo, no se si por despecho, por celos o más bien, por molestar, después de un rato de escuchar mi cantaleta, me lleno de besos ambos cachetes repetidamente y a montones, haciendo que todo encanto terminara en ese momento. ¡Noo, los besitos de Jaime!, ¡Que malvado!, le grité molesta. Entonces, después de eso, decidida me levante y me talle la cara (primero agua y jabón y después, astringente) para quitarme tanta baba y tantos gérmenes que me había dejado ahí, en aquel lugar donde alguna vez estuvieron los besos de Jaime, que diga del señor Jaime. Al par de días después, empezaron mis días tormentosos y mi mala suerte me volvió a acompañar una vez más.

No puedo evitar deprimirme a veces, por la mala suerte que se empeña en perseguirme a donde quiera que yo vaya. Me mude para los “Yunaites” para cambiar de aires, pero hasta aquí me persiguió. Por eso desde que empezó la ultima mala racha que he tenido (y no se acaba aún), no he podido evitar tener un atracón de “Pringles”, “Doritos”, “M & M’s”, “Ferrero Rocher”, “Snikers”, “Nerds” y “Skittles”, mientras le ruego a Dios que no me de un paro cardiaco, un coma diabético, me ponga gorda o peor aún, las tres cosas a la vez. Me siento como la comediante mexicana “la chupitos” (cada que la llevan a la comisaría), repitiendo constantemente: ¡No es justo!, ¡no es justo!, mientras me atraganto compulsivamente de comida chatarra y lloro mis amargas penas, al tiempo que veo la televisión sin imágenes y en modo “silencio”, esperando que suceda un milagro que me devuelva la señal.

“La vida no es justa”. Sí, “Life is not fair”, se podía leer fácilmente en letras mayúsculas esas palabras en el afiche pegado en el techo del consultorio del ginecólogo. ¡No me digas!, me pensaba con ironía y agudeza, como si el darse cuenta de eso, hiciera mas fácil la visita. La vida no es justa, sin embargo todo es cuestión de actitud, se dice. Piensa positivo, piensa positivo. Yo me pregunto si la suerte cambiará si se piensa positivo. ¡PUES NO! me respondo yo sola, después de tener pruebas fehacientes de que no es así.

Necesito probar algo diferente, creo que necesito una limpia, no, no creo, más bien, estoy convencida. ¡Necesito una buena limpia!, me repito con angustia, zozobra y desconsuelo. Una amiga me dijo que me pase un huevo por el cuerpo y si sale negro, es que sí lo necesitaba. He pensado seriamente hacerlo, aunque, pensándolo bien, creo necesitar algo más drástico al respecto. Necesito ayuda de una profesional que sacuda unas yerbitas en mi cuerpo, le tuerza el pescuezo a una gallinita, diga cosas sin sentido que sea natural no entender, baile la danza del pavo, que me haga ponerme de cabeza y luego de temblar como desquiciada y poner cara de orgasmo o de loca, me diga que ha logrado expulsar a todo espíritu y toda mala vibra lejos de mí. ¡Sí, buscare a una profesional!

Es irónico como puedo dar los mejores consejos a todo el mundo, pero no soy capaz de escucharme nunca: “Estas en el lugar correcto, Dios quiere que estés en lugar donde estas”, le decía hace poco a una amiga que la deportaron del país por problemas con migración. Calma, paciencia y perseverancia le decía. “Todo pasa, todo pasa”, le decía a otra. “No dejes que nada, ni nadie te quiten la felicidad” a una tercera. Yo en cambio, en vez de seguir mis propios consejos, estoy como loca, dándome de golpes contra la pared.

Por supuesto mis amigos y mi familia siempre corren a mi rescate.

¡La suerte de las feas a las bonitas nos vale madre!, pone mi hermanita a lado de su “nick” del Messenger, para hacerme olvidar todo ese rollo de la mala suerte. Pero yo, lejos de creérmelo, y llena de envidia porque además de ser bonita, ella heredó la buena suerte de mi papa, le envío uno de esos “Emoticon” (de esos muñequitos curiosos del Messenger) que tengo guardado con el titulo “Toma”, en el que el muñequito, lleno de saña, le da de golpes al otro con un mazo, hasta quitarle la cara de felicidad.

¡Haces muchos planes!, me dice uno de mis queridos amigos. Las cosas se darán cuando se tengan que dar. Ya no planees tanto y veras que cuando lo que anhelas se cumpla, lo vas a disfrutar más. Me río por dentro como si fuera una burla lo que acababa de decirme, sabiendo que vengo de una escuela de contaduría y administración donde, desde el primer hasta el ultimo día de mis casi 6 años de carrera, nos hicieron desayunar, almorzar y cenar la planeación. Pero me parece sensato lo que me dice. ¿Planeación estratégica?, ¡Las bolas de mis dos hermanos!-me pienso, ¡al diablo con la planeación! Ahora iré a donde me lleve el viento, dependeré del humor de Dios o del diablo en un momento dado. Yo propongo, dios dispone, viene el diablo y, nada de me descompone, me “chinga” todos mis planes. Pero si es necesario, haré una fiesta con él, creo que puede llegar a ser divertida después de todo.

Me han servido de consuelo una canción hermosa llamada “Tienen tu color” de Jesus Adrian Romero y un “foward” (reenvío) titulado “Nunca te enojes”, que recibí, vía correo electrónico, de diferentes amigos (los comparto como anexos al escrito).

Todo me turba, todo me espanta, nada se pasa. Mi paciencia se fue por el caño, le dije a una de mis mejores amigas después que me dijo una oración muy bonita para consolarme de santa Teresa de Ávila, que yo distorsioné de manera aberrante. No hay quien se salve de mí cuando estoy en mis peores etapas de negativismo.

“Nada me sale bien”, me quejé por segunda vez consecutiva esta semana con la misma amiga, por una cosa diferente, mientras las lagrimas se me escapaban de los ojos. ¿Te acuerdas de la oración?, me pregunto mientras me la repetía una vez más esa semana: Nada te turbe, nada te espante, todo se pasa. Dios no se muda. La paciencia todo lo alcanza. Quien a Dios tiene, nada le falta. Sólo Dios basta.

“Para ella no existían los días a los que la gente solía llamarles días infelices…”. No creo que alguien alguna vez escribiera algo así de mí. Pero si me suena, más bien, algo así: “Para ella existían, de manera común, los días a los que la gente solía llamarles días infelices y desastrosos, pero como le gustaba burlarse de ellos para sentir que todo y, a la vez, nada pasaba.”












JKO

2 comentarios:

EL ALEPH dijo...

HOLA! JOHANA

Regularmente leo tus escritos, y me agrada tu estilo... me gusta tu forma de escribir tan sincera, fresca, desenfadada...

de verdad me gusta lo que escribes...


att
Alejandro Pech

JOHANNA dijo...

Gracias alex por tu comentario.

Me alegra que me leas. Espero tenerte mas seguido por aqui para saber que piensas de lo que escribo.

Te mando un abrazo =)