domingo, 13 de junio de 2010

ES PROBABLE


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En memoria de mi Lisita, mi compañera de vida peluda.
Nadie puede entender este dolor que me oprime el pecho mientras hace correr lágrimas que por momentos, siento que se agotan. Nadie puede entender este dolor, ni siquiera él.

Partiste Lisa, de manera dramática y prematura. Tu ausencia me ahonda de tristezas el alma, me deja sin voluntad, sin ánimos, sin ganas. El tiempo no se detuvo cuando te encontré en mi cuarto tirada sin vida, pero a partir de ahí, empezó a transcurrir lentamente. Muy lentamente. No hay nada que yo pueda hacer para retroceder el tiempo y cambiarlo, nada para borrarlo, nada para volverlo a su ritmo normal. Tampoco, nada para desatar este enredo en el que me siento atrapada y del que, extrañamente, no siento el más mínimo deseo de salir. Todo es caos. Un caos fuera del caos normal, uno que se trama muy despacio sin entender por qué.

Tu plato, Lisita, permanece vacío, en el mismo lugar. Han pasado varios días, pero no sé exactamente cuántos. El mundo continuó su ritmo vertiginoso y apresurado: ya es tarde córrele, trabajo, dormir, otra vez ya es tarde, trabajo, dormir. Creo que en el afán de olvidar la tragedia atiborré mis días de trabajo y prisas un poco más. Pero no funcionó. Algunos de esos días no comí, mi plato igual se quedó vacío: unos porque lo olvidé; otros, la verdad, me dio igual. No sé qué día es hoy, tampoco estoy segura de la hora. Permanezco en casa, sin valor, sin fuerzas, con ganas de dormir para no pensar. Las persianas permanecen cerradas, no siento deseos de mirar a través de la ventana. Lo que hay afuera también, me da igual.

Algo importante ha muerto en mí: parte de mi alma, tal vez. Esa parte que solía hacerme sonreír todos los días, hallar algo bueno en los días malos que insisten en perseguirme y también, hallar vislumbres de bondad en el alma de las personas, que el resto del mundo no es capaz de ver. ¡Al carajo con todo! Hoy no sonreiré porque no se me da la gana, le mentaré la madre a los días malos venideros y acosadores y mandaré a la gente “hijueputa” al lugar que les corresponde: al diablo. O tal vez… no haga nada.

No estoy de humor, no del complaciente y risueño que me caracteriza. Últimamente mi humor es otro, lleno de tristeza, de culpas. Me encuentro taciturna, dubitativa, con aires de introspección. Con mi nueva amante: la soledad. En el reinado de mi tristeza, la verborrea crónica fue amordazada, mandada a callar. Generalmente, no me gusta el silencio. Ahora mucho menos porque los pensamientos me persiguen, me recuerdan, me hacen llorar. He imaginado varías veces que dejaba el baño terminado de lavar, que le ponía seguro a la puerta, que te reprendía Lisita al verte abriendo la manija del baño, que evitaba que lamieras el limpiador, que me daba cuenta que no estabas bien, que intoxicaste, que no era demasiado tarde cuando te encontraba debajo de mi cama y te llevaba al veterinario, que cuando gritaba tu nombre y sacudía tu cuerpo sin vida, sólo había sido un sueño, una horrible pesadilla de la que pronto tu y yo íbamos a despertar. Nada fue un sueño. Tú no despertaste. Salí del veterinario con los ojos nublados de lágrimas y el alma, como tu jaula, vacía, sin ti. Todo ha sido imprudente, estúpido, tarde. Muy tarde.

No me gusta el silencio, ni la soledad, pero por el momento lo prefiero así. Necesito desahogar la tristeza de mi alma, llorarla, dejarla ir. Me pregunto si volverá algún día la alegría natural en mí. Sí mis sonrisas serán de nuevo puras y sinceras. Sí algún día renacerá en mí el deseo genuino de volver a hablar. Sí este dolor será pasajero o vino para quedarse en tu lugar. No he vuelto a cantar a toda voz cuando manejo en mi carro, no desde que te perdí. En este silencio que me acompaña, pienso en ti, Lisita, sólo en ti. En que ya nunca más te tendré a mi lado. En que no sé cómo decirte adiós.

¿Es anormal este apego emocional? ¿Es acaso, este amor a los animales exagerado? ¿Podrá ser pecado tanto amor hacia estos seres? ¿Será en vano toda mi misericordia para con ellos? ¿Es probable que nadie entienda este dolor que me oprime el pecho? ¿Es probable que nadie entienda que si tuviera que elegir entre salvar a mis animales o a un hijueputa, elegiría a mis mascotas, aunque ese sea mi camino al infierno? ¿Es probable? Tal vez lo es, tan probable como que en ese día de Corpus Christi, no sólo te haya perdido a ti Lisita, sino también, haya perdido el deseo de entender el mensaje que Dios, al arrancarte de mi vida, me ha querido decir.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Habiendo pasado por lo mismo que tu hace demasiado poco tiempo no te haces idea de como te comprendo. De hecho leyendo la expresión de tu dolor siento lo mismo que tu recordando a mi perro, se me desgarra el alma y me asusta el reconocer que la desaparicion de mi mascota me ha dolido más que la de algunos miembros de mi familia y en otro plano tanto como la de mis padres. Ya se que es una barbaridad decir esto, pero es que yo creo que así como una madre o un padre son ireemplazables, un perro también lo es. Yo me he preguntado más de una vez porque quiero tanto a los animales, porque me duele así que sufran y porque los llevo al mismo nivel que al de las personas. Johanna, se me han saltado las lágrimas con tu escrito y se me ha encogido el corazón. No te puedo decir que se te pasará la pena, porque no es cierto. Yo todavía sigo mirando las fotos de Blas a cada rato y las lágrimas se agolpan en mis ojos con frecuencia ¿Como no te voy a entender?
Un abrazo, con toda mi comprensión,
Maggi

Eli dijo...

Awwwww, un abrazo, hermoso post :)

JOHANNA dijo...

Hay Magui, hoy volvi a leer una vez mas ese escrito lleno de dolor y volvi a llorar, cada que lo leo lo hago.
Me di cuenta que no te habia contestado. Gracias x tu comprension. Fue un momento muy duro aquel, a veces, pienso que lo sigue siendo, aunque ha pasado mas de un ano ya. En fin, hay que salir adelante....

JOHANNA dijo...

astroumbera

gracias por visitar y comentar

saludos

Anónimo dijo...
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