miércoles, 11 de enero de 2012

EL MAYOR


Probablemente, seas tú el más curioso y el más atento al preguntarme por qué he llegado con las manos y la ropa llenas de manchas azules y después de que te cuente, te rías con esa risa burlona que sueles tener. Te respondo incluso antes de que nos veamos porque hay algo que quiero contarte y tarde o temprano, sé que estas letras llegarán a ti.

La voz poco entendible de una aeromoza a través de las bocinas del avión me obligó a apagar todo artículo electrónico porque el aterrizaje ya estaba próximo. No dudé en sacar un pedazo de papel y una pluma que robé de un mostrador de la aerolínea para contarte lo que había estado pensando acerca de ti. Sorpresa fue la mía cuando, no sé si por la desesperación o la emoción de las ideas que últimamente habían escaseado, la tinta salió intempestivamente, como una eyaculación precoz, antes de que me dé tiempo de plasmarla en palabras y con algo de coherencia en mi papel. Es así como me vi amarrada a una silla de avión, con un cinturón de seguridad que resultaría inútil en dado caso de necesitarse y quepoco podría hacer por mí si el avión llegase a estrellarse, y con tinta azul por todos lados; en las manos, la ropa y la mesita del avión. En todos lados menos en las hojas donde aquella tinta estaba destinada a escribir de ti.

Durante aquel siniestro aterrizaje, medité acerca de dos cosas importantes de esta vida que quiero compartirte y una anotación de la que más adelante encontrarás relación con todo esto que quiero decirte. Punto número uno: en este mundo, ya no se puede confiar en nada ni en nadie. ¡No es posible que hasta las cosas robadas vengan malas! Punto número dos: cuando viajes en un avión a 35 000 pies de altura, evita usar de esas plumas “baratonas”, se estallan. Mi fatídica anotación es que soy un desastre total o al menos, ejerzo una atracción fatal hacia el desastre, aunque eso no resulta ser un gran descubrimiento, y creo que especialmente tú siempre lo has sabido bien.

Volviendo al tema del que se trata todo este asunto: tu. Partamos del hecho que tú de niño fuiste medio bribón, bandido y pillo. Nunca fuiste buscapleitos pero sin duda alguna, no fuiste tampoco mediador y mucho menos, pacifista. No le tenías miedo a los pleitos, sigues sin tenerlo. Siempre elevaste con orgullo tu puño derecho a quien te provocaba, aunque algunas veces por tu corta estatura llevaras las de perder. Aún así, no recuerdo haberte visto nunca mal herido por un pleito callejero o estudiantil.

No está bien que lo diga, pero debo confesar que tu carácter peleonero, aunque hizo que en muchas ocasiones tú y yo peleáramos, me satisfizo en algunas otras, me dio calma, seguridad. Nunca te he dicho que resultó fascinantemente conveniente tener un hermano mayor con esas características, en las épocas de adolescencia cuando, probablemente y precisamente por la edad, el imán para meterme en problemas ejercía su mayor atracción. Yo era atrevida, imprudente, impulsiva, irrespetuosa; una muy mala combinación con el kilo de hormonas inquietas que la pubertad trajo consigo.

Yo me sentía orgullosa de tener un hermano mayor que estaba ahí para protegerme, de saberme segura que nadie me haría nada porque tú estabas ahí. Siempre que estoy contigo me siento así. Mis queridos amigos Andrés Broca y Janer Cobián, los chicos más altos de la escuela a los que recuerdo con tanto cariño fraternal, fueron la altura que a ti te hacía falta para encargarte de que
tu hermana, la revoltosa, estuviera siempre a salvo.Dios sabe bien y yo fui testigo que aquel instinto protector que ustedes tuvieron conmigo fue un perro rabioso que muchas veces ladró, pero que nunca tuvo que morder, o por lo menos morder fuerte, para mantenerme integra.

Quizá he madurado lo justo porque ahora no espero, ni deseo que le rompas a nadie la cara, ni amenaces en mi nombre, ni tenerte como guardaespaldas cada que esté en problemas, al menos…que fuera realmente y extremadamente necesario.

Necesario, como el otro día que me metí en aprietos por gritarle a unos niños negritos y decirles que les rompería la madre si no dejaban de patear a los patos del lago y de pegarles con un palo. Quiero que sepas que ese día cuando la imprudencia reinó de nuevo en mí como antaño, día del que quizá te cuente con más detalles en otro escrito, en otro tiempo, en otras circunstancias o en otro vuelo menos adverso, deseé que hubieras estado ahí conmigo, que todavía viviéramos en la misma ciudad, que vivieras cerca de mí para haber podido llamarte y que fueras a salvarme. Ese día descubrí que, sin importar cuántos años pasen o el grado de mi madurez, siempre seguiré metiéndome en problemas (¡Es mi naturaleza!) y cuando este en ellos, pensare en ti y añoraré al hermano mayor de aquellos tiempos cuando éramos chamacos, que siempre acudió a mi rescate y que estuvo ahí para defenderme a capa y espada de lo que fuera, sin dudarlo tan siquiera un solo instante.

Finalmente, después de dos largos vuelos (el segundo menos desastroso y más prolífero que el primero) estoy de nuevo aquí. Espero que se te haya quitado ese mal vicio de llegar tarde a todos
lados porque a mí no se me ha quitado el mío de meterme en problemas cuando no tengo nada que hacer. Te veo pronto.

Con amor,

Tú hermana la revoltosa.

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