jueves, 9 de julio de 2009

ESTA TARDE DE JULIO


Hoy es 4 de julio. Día de la independencia norteamericana. La nación entera celebra el día con emoción. Yo también me siento emocionada y decido celebrar de la mejor manera posible que sé: durmiendo plácidamente toda la tarde. Pero ella decide cambiar todos mis planes de recuperar el sueño que siempre parece irrecuperable en mí: estoy invitada a pasar el día con su familia gringa y yo no digo que no.

Los gringos piensan que estoy demasiado arreglada y que me visto bien porque soy latina; que debí llevar “short” y camiseta ancha como ellos. Yo pienso que los gringos resultan, en general, bastante fachudos y si pudieran andarían en pijamas todo el día, pero yo no digo nada. A veces, la prudencia resulta la mejor aliada de las minorías. A decir verdad, me siento linda cuando estoy bien vestida. Es todo. Ellos miran mis zapatos de tacón y les hacen halagos, diciendo lo hermosos que están.

No son las platicas a las que, sabiamente diría mi hermanita, le faltan los subtítulos para hacerlas del todo comprensibles, pero me siento bien ahí sentada escuchando. No tomo alcohol. Yo digo que los mexicanos no tomamos y todos se ríen. Ella se queja de que siempre la embauco para tomar y nunca la acompaño. Yo me rio con sonrisa de suficiencia y descaro.

La casa por dentro huele a “dip” de espinacas y alcachofas, (mi delirio). Creo que aumento tres kilos esa tarde sentada junto al “dip”. Muero por pedir la receta pero no me atrevo, a veces resulto extrañamente penosa. Él se jacta de cocinar arduamente mientras salpimienta y echa el ingrediente secreto (sal sazonada) a las hamburguesas que acaba de desempacar. Me da gracia el esmero y la profesionalidad con los que las prepara. De repente el patio se ahúma con las hamburguesas a la parrilla y los “hot-dogs”. Él piensa que le miro el trasero cuando se agacha y me acusa con ella, su esposa. Yo lo observo con detenimiento y le digo que “nada que ver”. Literal.

Mi primera mordida de hamburguesa se me atora cuando todos empiezan a recitar una oración para dar gracias por los sagrados alimentos. Mi alma pecaminosa se gana un punto más para ir al infierno mientras termino de tragar para no ahogarme. Yo me maravillo y deseo saber la oración. Me avergüenzo cuando él bromeando, me invita a dar la mía. La única que viene a mi mente es aquella que Bart Simpson recitaba con la seriedad y solemnidad que ameritaba una oración: “Dios justiciero, gracias por el puchero”. Pero la prudencia prevalece en mí y mantengo mi “pico” cerrado, gracias a Dios.

Los niños juegan con banderitas gringas; las enarbolan y sacuden con sus pequeñas manos. Ríen y yo me enamoro de ellos un poquito más. Ella y yo nos mecemos como dos niñas en el columpio del patio, mientras platicamos con su mamá. Mientras estamos las tres, nos permitimos que el español prevalezca en nuestra plática, aunque se mezcla con algunas frases en inglés. Me siento en libertad.

Es la hora del delicioso postre. Ella está inmersa en sus pensamientos o en su labor porque no lo nota. Yo muero de la risa por ver a su pequeña llevarse sus diminutos dedos a la boca cada vez que acomoda una fresa y se le llenan sin querer de merengue, lo hace repetidamente y yo observo esa inocencia que me causa gracia. Yo permanezco en silencio sin tratar de corregirla porque la imagen me parece encantadora. El abuelo orgulloso fotografía a la pequeña junto con su creación.

La política se torna la plática de sobremesa. Todos lo conocen, por eso terminan huyendo. Todos, menos yo, la presa despavorida, a la que le divierte discutir con él al decir que considera al negrito un buen presidente y afirmar que si hubiera podido votar, hubiera votado por él. Él se retuerce un poco con mi respuesta. Resulta entretenido ver al republicano hacer esa mueca de dolor. El ruido de los fuegos artificiales termina con nuestra plática, que sin duda no llegaría a ningún lado y mucho menos a ningún acuerdo.

El patio se ilumina de colores junto con mi alma. En realidad yo no celebro ninguna independencia, pero esta tarde de julio me resulta reconfortante. No estoy en casa, pero de repente me siento como en ella. Yo celebro su amistad, la calma y la alegría que me da. Yo no se lo digo porque a veces resulto extrañamente penosa, especialmente en las cosas cursis, pero espero que ella algún día se dé cuenta. En estos mis tiempos gringos de soledad procurada, ella resulta mi chilanga favorita y su amistad me colma el alma de alegría y felicidad.

2 comentarios:

Eduardo Casares dijo...

Que interesante tarde jeje; me enccanto la referencia al rezo de bart simpson jaja. Te felicito me enccanta leer tus pensamientos, me entretienen y me relajan y a la vez me cuentan un poco mas de ti y se que estas bien; son tan sencillos y sutiles pero muy muy agradables. Te mando un saludo desde Mérida...Lalo Casares

JOHANNA dijo...

Mi querido Eduardito:

Eres un encanto y sabes que te quiero. Gracias x visitar mi blog y comentar. Bien dices, escribir para mi es una sutil, pero encantadora manera de dar senal de vida desde aqui. Te mando un beso y gracias de verdad por tomarte la molestia de comentar. JO