lunes, 28 de enero de 2008

DÍA DE ACCIÓN DE GRACIAS

Miami, la ciudad de todos y de nadie. Muchos de sus habitantes son extranjeros de nacimiento, pero eso no ha impedido a la gente arreglárselas para hacer de esta tierra de lagos y pantanos un hogar. Rara vez vislumbras a un gringo alrededor. Me da mucha risa eso. Ya no es tierra gringa más: siete de cada diez personas que viven aquí son latinos, por eso, no me extraña que el ambiente latino se haya apoderado del lugar y se deje sentir por todos lados.

Lo que si me extraña y me sorprende mucho, es ver que las tradiciones gringas prevalecen fuertemente en esta comunidad. El jueves 22 de noviembre se celebró Thanksgiving en este país. Día de acción de gracias –me pregunto quién habrá hecho tan terrible traducción al español. A mi gusto sonaría más bonito “Día para dar gracias” o inclusive, creo que “Día del agradecimiento” estaría mejor-. El ambiente aquí se disfrazó de color siena otoñal, de imágenes de pavos danzantes felices de morir por esta fiesta, de aroma de pie de calabaza con canela y por su puesto, de la cornucopia rebosante de la cosecha de frutas y verduras del mes de noviembre.

El bombardeo publicitario tampoco esperó. ¡Y cómo hacerlo en esta ciudad, digna representante y merecedora del premio Nóbel del consumismo puro! Las compañías empezaron a atosigarme y martirizarme con sus anuncios estúpidos y sin gracia, para tratar de convencerme de hacer mis compras para la dichosa cena, con ellos. Yo no haría cena. Me negué a celebrar una tradición que desconocía por completo, por el simple hecho de celebrar. Me sentí la Grinch del Thanksgiving, especialmente cuando pasaban tantos anuncios en la televisión americana y yo, hacía corajes y maldecía una y otra vez, por lo tontos que me parecían. Debo confesar los instintos asesinos que surgieron de mi algunas veces y, pedir perdón en prensa nacional al televisor, por la amenaza de muerte que proferí un par de ocasiones al estarlo mirando. En esta etapa de amargura inminente, me puse a reflexionar seriamente, no sólo acerca del porqué de esta tradición, sino también, en la decadencia de los publicistas de este país.

Yo ni siquiera sabía cuál era la razón de la celebración. Pero tampoco me quedé con la duda, así que decidí averiguar. Mi amigo el italiano me explicó. O sea, deja veo si entendí, le dije. A los peregrinos los sorprende el frió y empiezan a morir. Los indios nativos alimentan a los peregrinos. Los peregrinos sobrevivientes, una vez que se establecen, deciden compartir su primera cosecha con los indios nativos. Unos años mas adelante, empiezan a tener enfrentamientos, que los llevan a la exterminación casi total de los nativos. Le resumí. Entonces, ¡Celebran que los peregrinos, después de ser recibidos con banquetes, asesinaron a los indios para quedarse con sus tierras! Puntualicé, al tiempo que deslizaba suavemente, de una oreja a la otra y pasando sobre mi cuello, el dedo índice. Añadí un poco de dramatismo a la actuación, sacando la lengua de lado. Se rió mi querido amigo, Francesco. Se río y no me dijo más, no tuvo que, pero yo pude leer su expresión. Cree que estoy loca, lo sé. Pero eso, no es nada nuevo.

El sentimiento de emoción, a mí, no me había invadido aquel día. Pero me vestí apropiadamente y me reuní con la familia postiza. “Al país que fueras, has lo que vieras”, me dijo doña Vicky. Entonces, me acordé de mi vecino de arriba que fuma marihuana y sonreí maliciosamente. Sacudí mi cabeza y corregí: “Al país que fueras, has todo lo apropiado y correcto que vieras”. No puedo negar que me la pasé bien.

Pero lo mejor vino al día siguiente. Le llaman a ese día “Black Friday” (Viernes negro). Suena terrorífico, pero no lo es, todo lo contrario. El viernes negro indica la apertura de la temporada de compras navideñas. Las tiendas abren a partir de las 4:00 A.M. ese día. ¿El ambiente? Locura generalizada. Las tiendas repletas. ¿La razón? Las ofertas tan magnificas ese único día. Verdaderamente insano y sobre todo, difícil el pensar en tanta gente despierta a esa hora, comprando como desquiciada. ¡Ofertas por todos lados y tanta gente queriendo lo mismo que tú!, la locura nos invadió a nosotros también: ultrajamos y robamos los artículos del carrito de un comprador despistado-no llegamos tan temprano a la tienda-; acaparamos un anaquel completo, hasta seleccionar lo que queríamos- el trabajo en equipo siempre es mejor-; atosigamos a la dependiente de la tienda de los zapatos y la perseguimos sin descanso, hasta que nos atendió satisfactoriamente; robamos un carrito que a nuestro parecer había sido abandonado con un par de artículos en su interior; usamos nuestros cupones indebidamente, aprovechándonos de la confusión aparente y el cansancio que demostraban las cajeras; nos colamos en la fila disimuladamente; comimos un chocolate, en la cola, que olvidamos pagar; y sobregiramos nuestras tarjetas de crédito sin darnos cuenta.

Las ventajas del capitalismo, me pensé. Compré cosas que no necesitaba, con dinero que no tenía. ¡Pero que diablos!, me consuelo, ¡estaban en oferta! ¡Viva el tarjetazo y el poder de la firma! Probablemente lo único terrorífico, a punto del infarto, de estas compras será cuando llegue mi estado de cuenta a fin de mes. Pero eso no importa si al ritmo de la firma de mi autógrafo y de la impresión de mis cuentas por pagar, aprendí a decir: ¡Happy Thanksgiving, everyone!

JKO

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