lunes, 28 de enero de 2008

LO HABITUAL

El departamento es pequeño y está todo a oscuras, no porque nos hayan cortado la luz, si no por la pereza que me impide pararme a prenderla. Me da comodidad estar así, me gustan las persianas abiertas, pero no me gusta que la gente vea por dentro. Me da miedo. Hay mucho maniático en esta ciudad cosmopolita. Hay mucho jovencito enojado con el mundo. Mucho drogadicto. Mucho de todo. Es una ciudad grande.

El frió de noviembre se deja sentir, por eso las ventanas están abiertas y el aire acondicionado apagado. A los gatos, les he roto sus tardes habituales y con esto, su tranquilidad. No reconocen sonidos de fuera, no están acostumbrados a ellos, por eso se asoman curiosos a las ventanas con mosquiteros, que no les permiten salir, pero si escuchar. Escuchar sonidos de a diario que ni yo misma reconozco.

Canciones sin voz, no del viento, si no del camión que pasa con altoparlantes y toca música como si fuera una caja musical gigante. Vende helados. Yo he visto a los niños salir corriendo de sus casas cuando pasa. Sonidos de una ambulancia, una patrulla, un camión de bomberos. Algo habrá pasado cerca. Hay mucha seguridad aquí. Los equipos de emergencia responden rápido. Los adolescentes escandalosos se bañan en la piscina a pesar de que ya no es hora permitida. Están locos, me pienso, pescarán una pulmonía. Pero a ellos parece no importarles el frió. Hacen lo que se les da la gana mientras sus papás no están. Así son los adolescentes. Esta ciudad es muy ruidosa.

La gente empieza a llegar de trabajar. Ya es hora, luce lo suficientemente oscuro. Los gatos se asustan con las voces y corren al cuarto como balas. Cuando escuchan silencio, atentos y a la expectativa, vuelven de nuevo a postrarse en el marco de la ventana, a observar lo que hay por fuera y oler todos los olores nuevos.

Ellos sienten el olor del frío (este será su primer invierno), yo el olor a comida. Es un olor que no emana de mi hogar, viene de fuera, alguien cocina algo sabroso para la cena. Huele bien. Olores diferentes, no huele a casa mexicana. Pudiera ser cubana, nicaragüense, boricua o del medio oriente, o quizá una combinación de los aromas mezclados. Eso me recuerda que no he cocinado el día de hoy. Hoy hasta la estufa esta apagada. No me provoca cocinar sólo para mí. Me gusta, cuando sé que tendré comensales. Tengo un centro comercial a lado con restaurantes de comida rápida, a saber, el del payaso con cara de malvado y el del perro chihuahua, entre otros. Pero, no me gusta comer ahí. Esos lugares ponen a la gente gorda, lo he visto. Las ensaladas del menú están de adorno, nadie las pide, y yo se porque, están muy malas. Me consta, las he probado.

El departamento es pequeño como los que están alrededor. El vecino de arriba ya me tiene hasta la coronilla. Yo lo escucho cuando sale a hablar en el balcón por su celular. No porque me importe, si no porque habla muy alto. Lo puedo oír incluso con las ventanas cerradas. Siempre está peleando en el teléfono y de repente baja la voz y habla bonito, pero aun así yo lo escucho. Cuando alguien llega, él cuelga y entonces, prende un cigarrito, a veces de tabaco, a veces de marihuana. Sé que fuma porque siento el olor y veo como caen sus cenizas como nieve sobre mi jardín. Me da ganas de mentarle la madre, pero no sé como hacer eso en inglés. Aún no aprendo muchos insultos en esa lengua. Es mejor así.

Yo aquí en el silencio que no es silencio, pienso en ti, pero no se lo digo a nadie, no porque lo quiera esconder, si no porque no estas para escucharlo. No hay nadie a quien decírselo, sólo a los gatos. Sin embargo, ellos están demasiado entretenidos con los ruidos y aromas que creen nuevos, pero que ciertamente, no lo son.

Entonces, cierro las ventanas y prendo la luz. También prendo la tele aunque no la estoy viendo. El teléfono suena, pero no contesto. Mi voz se escucha avisando que no estoy y pidiendo que dejen un mensaje, pero eso no sucede. Me cuelgan antes de que la grabación se termine. Seguro era un vendedor. Pásame la botella, voy a beber en nombre de ella, la chica que quiero para mi es traicionera…, mi celular canta indicando que recibí un mensaje. Ti tín, mi computadora me avisa amablemente que ya me conectó al “Messenger”. El teléfono vuelve a sonar y mi grabación se escucha otra vez. Pero esta vez no me cuelgan, una voz familiar pregunta por mí de manera cariñosa y entonces levanto el auricular. Preguntan si ya comí y digo que sí. Miento con descaro, no sé por qué. Cuando cuelgo, voy a al cocina y me sirvo cereal con leche, ese de chocolate del elefantito. Me gusta escuchar como cruje. Miro al sofá y veo a los tres gatos encima durmiendo. Entonces, me olvido de todo lo que pasaba afuera, y así, vuelvo a mi ruido habitual y les devuelvo a mis gatos su tranquilidad.

JKO

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